DISCURSO DE PABLO GASCO DE LA ROCHA EN LA PLAZA DE LA LEALTAD,
21 DE NOVIEMBRE DE 2021
“No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana
están alerta. Velad también vosotros, y para ello deponed frente a los
supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal”
(Francisco Franco, 20-de noviembre de 1975).
Sin entrar en grades discusiones en cuanto a la medida del desorden que
hoy percibimos en España. La segunda ley de la termodinámica nos
confirma que… en un sistema aislado, el grado de desorden global no
puede disminuir. Pongamos un ejemplo: si no hacemos nada, el cuarto de
nuestros hijos nunca va a estar ordenado y tenderá al desorden. Si además
actúa la fuerza externa de los niños, el desorden será total.
O más sencillamente: Si los buenos no actúan, el mal crece. ¿Se entiende
esto en la sociedad española?
Al fallecimiento de Franco, se dio pasó a la instauración de una
monarquía encarnada en el Príncipe de España, Juan Carlos de Borbón y
Borbón, “el rey perjuro”. A partir de lo cual comenzamos a vivir en una
ficción.
Ficción, decimos, porque intencionadamente se simuló la realidad
existente, impidiendo una reforma perfectiva del Régimen, e impulsando su
ruptura. Ruptura que fue simulada por medio de un legalismo imposible de
sostener desde el punto de vista jurídico, formulado expresivamente como
“de ley a ley”, por medio del cual se presentó un mundo imaginario al
pueblo español, al que se engañó.
Ficción que se ha venido sosteniendo por toda suerte de personajes,
normas y un grado variable de realismo. Así, más allá de las apariencias,
apenas ya ocultadas, la realidad aflora descubriéndonos la verdadera cara
de esta España confundida y desorientada, atrapada en un modelo político
perverso, que ha demostrado suficientemente su fracaso estrepitoso.
Fracasado en su unidad orgánica como consecuencia de su modelo
territorial, invento que no ha cumplido ninguno de los objetivos que
prometió, y que apunta decididamente a la balcanización de la nación por
su falta de construcción de identidad, causando un enorme quebranto a la
convivencia en todos los órdenes sociales; siendo su resultado más grave el
caso de dos regiones, y alguna más en su estela, Cataluña y Vascongadas,
apenas hilvanadas al tejido orgánico de España; ¡tan poco hilvanadas!, que
ni los Ejércitos se atreven a desfilar por sus calles y donde lucir una
bandera española puede ocasionar perder la vida. Error mayúsculo
suficientemente comprobado que no se ha enmendado, ni tan siquiera
devolviendo transferencias fundamentales al Estado; más aún, pactando
con lo que ha sido su consecuencia más evidente, el independentismo
criminal que quiere destruir la paz y el progreso de la nación, al que se ha
dejado crecer. Fracasado también en su cultura, porque la cultura es un
modo específico de “existir” y de “ser”. Con una economía que no da más
de sí, dependiente energéticamente al alza especulativa, lo que quiebra las
economías familiares y la competencia de nuestro esquilmado tejido
productivo respecto al resto de los países de Europa; con una tasa de paro
escandalosa, mayormente entre nuestros jóvenes; una carestía del precio de
la vivienda absolutamente especulativa, y dependientes del dinero que nos
quieran prestar para que sigamos siendo el solario de Europa o pagar las
pensiones… Ya me dirán, cuál es nuestro futuro, al que además agregamos
el mayor fracaso escolar de Europa. Sin olvidar una invasión extranjera de
todo tipo de razas y múltiple procedencia, absolutamente dependiente de
los servicios públicos asistenciales, que de aquí a diez años convertirá
España en un país mestizo y multicultural, incapaz de gobernarse por falta
de relación en su visión del pasado.
Para terminar afianzando una deconstrucción del orden natural más
elemental, que ha sido la gran batalla ganada por el poder de las tinieblas,
bien es cierto que con colaboradores necesarios. A la par de conculcar la
historia evocando leyendas sobre una memoria selectiva, que para la
izquierda es el único modo de tratar la Historia para ganar la cultura. Que
como sabemos, es un modo de existir y de ser.
Y si es de hablar de la Justicia, qué decir que no se haya demostrado con
la sentencia del caso Blanquerna, que entre los días 25 y 29 de este mes de
noviembre todos esos patriotas recogerán en persona el mandamiento
correspondiente para ingresar en prisión. Aparte del que ya lo está haciendo
en la prisión Victoria Kent. Hechos filmados, y por eso mismo prueba de
descargo para cualquier otra consideración o calificación jurídica que no
sea la de un delito de “desorden público con agravante de daños menores”,
pero convenientemente castigados a modo de advertencia con una pena tan
desproporcionada a tenor de los hechos (la carga de la prueba del ilícito
penal) como la pena de privación de libertad, y menos mal que se
desestimó el recurso de casación interpuesto por el Ministerio Fiscal, así
como algunos de los motivos planteados por la Generalitat, que hubiesen
motivado unas condenas mayores. Bien es cierto, que tan poco se les
admitió la “atenuante de reparación del daño”, que hubiese motivado penas
inferiores, hasta el punto de no tener que ingresar en prisión.
Y toda esta realidad someramente apuntada, en el contexto de un proceso
de globalización mundialista al dictado de un consumismo y un desarrollo
económico que no es sino una colonización que crea pobreza, opresión y
humillación, pervirtiendo los valores de la justicia y los derechos humanos.
Queda meridianamente claro que España está afectada de un virus
patógeno que ha debilitado su espíritu hasta el punto de anular su
conciencia de identidad y su afán de soberanía, por lo que apenas percibe
que está al borde del precipicio.
El panorama no puede ser más desalentador. Ni se cumple la ley ni se
cree en nada. Con todo, nos quedaría una cuestión de peso: la Corona.
¿Qué hace el Rey, esto es, el Jefe del Estado, más allá de consentir que no
venga su padre del exilio?
Si tuviéramos que definir todo este largo proceso de deriva, diríamos que
ha sido una huida hacia adelante sin sentido.
Las preguntas se hacen necesarias. ¿Se ha podido evitar, siquiera en
parte, todo este devenir? ¿Quiénes hubieran sido principalmente los
encargados de evitar el desastre en el que hoy nos encontramos, toda vez,
que en periodos de rápidos cambios, el hombre queda incierto y con dudas?
¿Dónde ha estado la dirección, el magisterio, la excelencia? ¿Dónde la
trascendental misión de garantizar la cultura, la historia y la fe, que son
cargas gloriosas y exigencias de servicio?
Si la acción de gobernar, por más compleja que sea, tiene que estar
precedida por un honesto conocimiento de los problemas y sus soluciones
en orden al bien común. En España esa honestidad ha brillado por su
ausencia, y no solo en los gobiernos de la Corona que se han sucedido, sino
en todos los otros poderes del Estado, en sus instituciones, en la sociedad
civil y en una gran mayoría de ese pueblo al que dan en llamar “soberano”
que ni siquiera elige a sus representantes más que de modo imperfecto,
comenzando por no poder elegir a quien representa la Jefatura del Estado.
Y tal ha sido esa falta de honestidad -de la que las futuras generaciones
pedirán cuentas-, que la norma que ha guiado ha sido el interés sectario, el
corporativismo y el egoísmo personal.
Volvamos al principio… si no hacemos nada, el cuarto de nuestros hijos
nunca va a estar ordenado y tenderá al desorden. Si además actúa la fuerza
externa de los niños, el desorden será total.
Por eso, el primer deber del patriota es lo que dijo José Antonio...
“Recorrer la vida por el amargo camino de la crítica, aunque sea amargo
el criticar”.
Cuantas veces sea necesario, y si eso es ser impertinentes… ¡Seamos
impertinentes!
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