El viejo que no quería morir. (Cuento
para mayores).
Nicasio acababa de cumplir 80 años. Las
normas legales impuestas por los MMM
(Maléficos que Mandan en el Mundo), le complicaban mucho las cosas, ya de
por sí complicadas hasta ahora.
Los 5 años de pandemias consecutivas habían ido mermando el
número de sus amigos, vecinos, familiares y conocidos. Enfermaban, morían o,
simplemente, desaparecían. Dejaban de contestar al teléfono, al wasap, al
Facebook y demás redes sociales.
Nicasio era un superviviente. Había visto, había sospechado,
se había dado cuenta. Los mayores estorbaban, sus pensiones, su atención
médica, eran una carga social que los MMM no estaban dispuestos a soportar.
No era una paranoia, no. No era manía persecutoria. Tomó sus
medidas en 2021, tras un año de pandemia, estado de alarma, de excepción y de
lo que decretaban los MMM. Y a ver quién los quitaba. Ya no había elecciones,
el Estado de Alarma lo impedía.
A finales de 2020 le quisieron vacunar, pero Nicasio, muy
cuco, lo evitó con diversas excusas e incomparecencias, a la par que
incrementaba sus regalos navideños a la enfermera y al médico de la Seguridad
Social que le atendían. Y otros obsequios con frecuencia. Había que tenerlos
contentos. Y eso que se habían ido haciendo cada vez más insoportables y
exigentes.
El médico le aconsejaba ir a una residencia, para estar bien
cuidado. Un chequeo en el hospital, para una mejor revisión y control. Pero
Nicasio había visto a varios compañeros de las partidas de mus, amiguetes del
bar, vecinos, familiares, que una vez tomaron ese rumbo desaparecieron
misteriosamente. Alguna vez apareció una esquela, una noticia de su muerte, sin
funerales, sin velatorio. Pero la mayoría es que ni siquiera se volvía a saber
de ellos. Fue a sus casas, llamó, le contestaron voces extrañas. Okupas
legales, que se instalaban en las viviendas vacías de sus dueños desaparecidos
o muertos. Ellos no sabían nada, no conocían al antiguo propietario, salvo
algunas fotos que había por allí y que le ofrecieron. Ellos estaban porque lo
había decretado el Ministerio de Asuntos Sociales.
Encima, los ancianos tenían prohibido salir a la calle ni ir
a ningún sitio. Se había generado alarma social contra ellos, que eran bombas
de virus, decían. Incluso algunos vecinos, chivatos y delatores, les gritaban e
insultaban, les tiraban cosas, llamaban a la policía. Y los detenían y “Hasta
luego, Lucas”.
Pero Nicasio era un rebelde, un luchador, un militante toda
su vida. Y nunca se rindió. Decidió acicalarse bien, se tiñó el pelo para
parecer más joven; la mascarilla, obligatoria para todo el mundo en la calle y
los sitios públicos, le ayudaba a esconder su rostro, ya ajado por los años.
Dejó el bastón, se ciñó una boina a veces y una gorra otras, para tapar la
calva y si tenía que cruzarse con alguien sacaba fuerzas de flaqueza, mandaba a
paseo a la artritis, la artrosis, la ciática y el reúma y se erguía y caminaba
ligero hasta llegar al coche. El coche, su gran aliado para moverse como pez en
el agua.
Pero ahora, con los 80, ya no le renovaban el carnet de
conducir. Tuvo que extremar sus precauciones, no cometer ninguna infracción,
por leve que fuera. Bueno, ya lo hacía antes, eran muchos años así.
Qué triste fue lo de su esposa. Si estaba como una rosa,
cuando de repente se encontró mal. Él mismo la llevó al Ramón y Cajal, pero le
hicieron marcharse a él, quedando allí su mujer. Allí no podía haber más gente,
no podía haber acompañantes, ya le avisarían. El primer día respondió al wasap,
estaba internada, se encontraba mejor. El segundo día no respondió, le dijeron
que estaba sedada. El tercer día le comunicaron su muerte. No hubo velatorio,
pudo arreglar el entierro en su sepultura, pues que otros eran incinerados y
perdidos sus cuerpos, pero sólo el párroco y dos hijos que pudieron venir estuvieron
con Nicasio en el triste entierro en La Almudena. El mismo párroco ofició una
misa por su alma con la asistencia de Nicasio y sus hijos y dos nietos, una
misa clandestina, a puerta cerrada, como otras a las que seguía asistiendo
Nicasio.
Un nieto se fue a vivir con Nicasio, lo que le facilitaba la
compra y el tener cierta compañía. El nieto trabajaba en un hospital y había
que tomar muchas precauciones, mucha higiene, mucha lejía y poco contacto, pero
era una ayuda tener compañía.
De todas formas, Nicasio salía cada día e iba a la compra y a
la iglesia de paso. De vez en cuando podía oír Misa, sobre todo los domingos.
Pero surgió otro contratiempo. Quitaron al Párroco y a los curas que tenía. El
nuevo no quiso más testigos de sus misas, ni siquiera por streaming. Atención
espiritual, confesión a distancia, a dos metros, separados por una mampara, con
mascarillas, sí. Pero el nuevo cura decía que había que ser generosos, y que la
caridad también era dejar sitio a los demás, a los más jóvenes, no contaminarles
y no cargar a la sociedad con nuestras pensiones y medicamentos, que acercarse
a la muerte era acercarse al Señor, que había que obedecer a las autoridades,
tanto civiles como religiosas, que estaban de común acuerdo y que más sabrían
ellos que Nicasio. Vamos, lo mismo que repetían las televisiones y las radios,
que comían el coco a la gente por orden de los MMM.
Así que se buscó una misa clandestina en latín, en un
chalecito de Puerta de Hierro. Claro que ir hasta allí era un poco arriesgado.
Por si acaso, Nicasio llevaba un frasquito con orina y un volante de análisis
médicos para justificar si le paraba la policía. Gracias a su astucia,
eludiendo algunos controles al divisarlos de lejos, pudo mantener su misa y
comunión por lo menos los domingos y fiestas de guardar, aunque ahora todos los
fieles habían sido dispensados del precepto.
Pero ahora, sin carnet, el riesgo era doble. A ver si el
nieto le podía llevar los domingos, para no arriesgar tanto.
Nicasio se había cogido vacaciones todos estos años, aunque
lo habían prohibido para los mayores de 70 años. Aprovechaba las salidas
masivas y los retornos masivos para circular, pues era más difícil que hubiera
controles en verano, cuando el Estado de Alarma se relajaba. Tomaba sus bañitos
en la playa, eso sí, con la mascarilla, el calzón bien amplio y camisetas
grandes para estar en la arena. Y la gorra bien calada. Cuando entraba al agua,
que el cuerpo no se viera apenas. Le venían muy bien los baños de mar, le
quitaban todas las durezas y mejoraba mucho de las articulaciones. Para
disimular su vejez, pelo teñido, bien afeitado y rasurado también de indiscreto
vello blanco del pecho. Y coche hasta la playa. En la urbanización, en la
piscina, a primera hora, cuando todavía no había niños ni apenas gente, sino
algunos mayores también, que son los más madrugadores.
El portero también se llevaba buena propina, para que
estuviera contento de recibir la visita de Nicasio.
El socorrista, que también recibía algún regalo, le
preguntaba con indiscreción:
-
Pues
¿cuántos años tiene usted, señor Nicasio? Si yo le conozco de hace años y me
parece que era usted mayor, que se había usted jubilado.
-
Pues
voy pa los 70, Wilson,
-
Ah,
pues está usted muy bien, parece que tiene menos de 60.
A veces, Nicasio se disfrazaba de árabe, porque a los moros
se les respeta más, y como llevan mucha ropa es más difícil saber la edad.
Otro problema era la economía, porque los MMM lo tenían todo
controlado. Por el móvil sabían por dónde te movías. Además, por la cuenta
bancaria sabían tus gastos y dónde los hacías, sobre todo si los hacías por
tarjeta. Así que Nicasio dejaba el móvil en casa, a cuidado del nieto, que lo
encendía y apagaba a las horas convenidas y respondía a los wasap que creía
conveniente, sin atender llamadas de voz. Mientras, Nicasio se llevó el móvil
con una segunda línea del nieto y apenas lo utilizaba. En cuanto al dinero,
cargaba gasolina y compra con tarjeta cerca del barrio y llevaba dinero en
efectivo con el que hacía los pagos en otras gasolineras, supermercados y farmacia.
De medicamentos iba bien surtido para una temporada y si le faltaba algo decía
en la farmacia que se lo sirvieran y que no tiraran el código de barras con el
precio para ir a recobrarlo cuando se lo recetaban, lo que evidentemente no
hacía luego porque el uso de la tarjeta sanitaria también habría delatado su
presencia fuera del domicilio de Madrid.
La pensión que cobraba no alcanzaba para comprar ni la cuarta
parte de lo que podía cuando empezó la pandemia en 2020, pero se las apañaba
con pocos. Como no bebía, ni fumaba, ni tenía vicios, se arreglaba.
Al volver con los 80 cumplidos, a Nicasio se le complicaban
cada vez más las cosas. Cambiaron médico y enfermera y sus atenciones con ellos
no lograron aplacar sus enérgicas determinaciones, quitándole varios
medicamentos, exigiendo que se vacunara y recetando cosas como el sedante
midazolam, que ya sabía muy bien Nicasio para qué era. Sin carnet de conducir,
con algunos vecinos okupas y delatores, con la misa en latín disuelta por la
policía y sus asistentes multados, el cura encarcelado…. La vida se estaba
poniendo imposible. Si no fuera por su nieto Daniel… Y era muy posible que lo
trasladaran a otra ciudad.
Nicasio rezaba fervorosamente para que Dios le iluminara y le ayudara.
Nicasio tomó una determinación. Se iría a Polonia, país
católico donde no había esas restricciones ni ese acoso a los mayores y donde
el culto católico se mantenía. Pero ¿cómo viajar a Polonia, si era imposible
pasar el control de los aeropuertos y por las carreteras se encontraría seguro
con algún control? Encima con su viejo coche, que podría tener una avería en
cualquier momento.
Al fin dio con la solución. Tenía amigos más jóvenes en San
Sebastián, donde el autogobierno del País Vasco permitía algunas relajaciones.
Ideó un plan. Se provisionó de abundante dinero que le quedaban de sus ahorros.
Vendió todas sus acciones y fondos de inversión, más bien fondillos reducidos a
la miseria. Sus amigos donostiarras encontraron un yate que salía de vez en
cuando de Pasajes y solía dirigirse a la isla de Man, Southampton y otros
lugares del sur de Inglaterra y de los Países Bajos. No fue difícil convencer
al patrón de que alargara por una vez su viaje hasta Polonia, hasta Gdanks, la
antigua Dántzig.
Un par de días duró la travesía, sin escalas. Al fin, Nicasio
pisó suelo polaco. Ya llevaba nociones del idioma, así que le fue fácil
relacionarse con aquella gente, tan cristiana y abierta, uno de los pocos
países del mundo occidental que no tenían aborto ni eutanasia. En Polonia
también se tomaban medidas contra las epidemias, pero se podía salir a la
calle, pasear, ir a misa. Y no perseguían a los ancianos como él, eran
respetados. La gente era muy religiosa y las familias enteras iban a misa.
Pronto hizo amigos y se relacionó, aunque con nombre
figurado, nombre polaco, porque no quería ser detectado por los esbirros de
MMM. En Polonia se llamó Nika. Así que si queréis conocerlo, preguntar por Nika, el Hiszpański.También lo
encontrareís en las redes sociales.
Y tan bien y feliz
estuvo Nico en Polonia que ya no quiso volver a España, ni siquiera cuando un
golpe de estado de los militares derrocó al gobierno de los MMM y cesó la
persecución contra los ancianos. Y vivió hasta los 103 años, cuando el Señor
Dios lo llamó a descansar de su vida aventurera.
Y colorín,
colorado, este cuento se ha acabado.
José Luis Corral.
Me encanta este cuento !
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