El Hombre del Saco y la Bruja Curuja.
Érase que se era un hombre muy feo, muy feo, muy feo. Y una
bruja más fea todavía, y muy vieja, muy vieja, muy vieja.
Y como nadie los quería, se vinieron a juntar. La bruja vivía
en una cueva, llena de murciélagos, ratas y ratoncillos, y a veces se los
comía. Y hacía pócimas y ungüentos mágicos con ellos y con plantas del bosque,
y con sapos, ranas y culebras.
Pero lo que más le gustaba era comerse niños, porque estaban
muy tiernos y los podía masticar mejor con su desdentada boca. La bruja parecía
que tenía más de 100 años, arrugada, encorvada, con unos pelánganos largos y
grasientos, pero en realidad tenía más de 1.000 años, aunque parecían menos por
las pócimas que se tomaba, sobre todo el elixir de la eterna juventud.
Y el Hombre del Saco, que no era malo de por sí, se juntó con
ella porque como nadie le quería, le tiraban piedras y no tenía para comer,
pues se buscó una compañía.
Durante el día se escondían, para que no los vieran, que si
no, la gente los denunciaba y atacaba. Y la Policía los podía coger.
Por la noche salían de la cueva y volaban en la escoba de la
bruja, yendo a los pueblos y ciudades donde hay niños. Como era de noche no
podían ver bien. Pero claro, siempre hay niños revoltosos, que no se acuestan y
que dan gritos y hablan y no obedecen a sus papás.
Ahí está el peligro, porque entonces el Hombre del Saco y la
Bruja Curuja los veían y los oían. Se agazapaban y esperaban su momento, y
entonces entraban sigilosamente, sin hacer ruido, tapaban la boca del niño y le
amordazaban y le metían en el saco. Y luego salían tan sigilosamente como
habían entrado y se iban volando en la escoba de la bruja.
Y al llegar a la cueva, lo metían en un caldero, lo sazonaban
con hierbas y se lo comían.
Por eso, ¡niños! ¡estad
alertas y sed obedientes a vuestros papás! ¡por la noche, a dormir y ser
buenecitos!
Así que yo me enteré; fui y se lo dije a mi elefante Tumbo,
al que ya conocéis de otro cuento. Y como de noche no hay vigilantes en el Zoo,
me colé y fui a su sitio. Y de noche, sin que nadie nos viera, nos fuimos
volando. No creáis que a la primera los encontramos, no. Yo me llevé una
garrota bien gorda, por si acaso. Y estuvimos varias noches dando vueltas.
Llevábamos una lámpara, pero no dábamos con ellos.
Por fin, un día de noche despejada, con luna llena, muy
llena, blanca, muy blanca, los vimos a lo lejos y los seguimos. Cuando estaban
acechando en una casa, unos niños riendo, peleando, jugando, y eran más de las
12, pillamos al Hombre del Saco y a la Vieja Curuja.
Tumbo se fue para la Bruja y el Hombre del Saco, pero la
Bruja lo embrujó con un encantamiento y lo envolvió con una capa mágica.
Entonces yo, con mi garrota, le pegué un estacazo a la Bruja y le rompí la
varita mágica. Otro garrotazo y le rompí la escoba por la mitad. Otro garrotazo
al Hombre del Saco que le puse el ojo a la virulé, como podéis ver en alguna
foto que tengo de él.
La Curuja se fue volando a media altura, a trancas y
barrancas, en su cacho de escoba, dejando allí solo al Hombre del Saco, que
intentó resistirse. Rompí la cortina mágica como pude y Tumbo hizo el resto con
sus colmillos y su trompa. El Hombre del Saco empezó a despertarse, pero Tumbo
le agarró el cuerpo dándole vueltas con su trompa, como si fuera una soga. Le
dije a Tumbo:
-Vamos a llevarlo lejos, donde nadie nos vea.
Cuando llegamos a una sierra bajamos al suelo y Tumbo le
seguía teniendo cogido al Hombre del Saco.
-Ahora nos vas a decir dónde se esconde la Bruja, o Tumbo te
apretará cada vez más con su trompa y vas a saber lo que es bueno.
-Ay, dejadme, que yo soy bueno, es que como soy tan feo no
tenía para comer y ella me dio de comer. Por eso la ayudo.
-¿Sí? Pues el saco ya lo has perdido y ya no lo usarás más.
Tú eres un hombre, si haces cosas malas con la Bruja irás a la cárcel. Y cuando
te mueras, al Infierno.
Así que el Hombre del Saco se puso a llorar y me dio pena. Y
le conté que tenía que ser buen cristiano y le convencí.
Conque fuimos a la cueva de la Bruja, que estaba maltrecha y
dormida. Preferimos no atacar de frente, porque nos podía hacer algún
maleficio. Así que con cuidado llegamos a donde tenía los frascos con las
pócimas y le quité el Elixir de la Eterna Juventud. Le di un traguito a ver
cómo sabía. Sabía a rayos y centellas, pero me sentí mucho más fuerte y
vigoroso.
Como el elixir es muy difícil de hacer y lleva su tiempo en
fermentar y la Bruja está tan maltrecha, ahora tardará mucho en poder tomarlo y
va a envejecer rápidamente y lo mismo se muere pronto.
Volvimos con Tumbo y lo dejé en el Zoo. Me metí en un taxi
con el Hombre del Saco. El taxista se asustó bastante, pero le dije que era un
buen hombre que había tenido un accidente y nos llevó.
Ahora cuido del Hombre del Saco, pero no le saco porque los
niños se siguen asustando, aunque ahora es buena persona. Y como a él le da vergüenza salir, pues está tan contento con el confinamiento.
Yo sigo tomando el Elixir de la Eterna Juventud y cada día
estoy más joven. Todo el mundo me lo dice.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
José Luis Corral.
Que divertido cuento!
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