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viernes, 22 de julio de 2022

Discurso de Enrique Carlos Fernández en el Arco de la Victoria

 

LXXXVI ANIVERSARIO DEL 18 DE JULIO

Buenas tardes.

En primer lugar, quería agradecerles la oportunidad que me han dado para poder estar hoy aquí dirigiéndome a ustedes, a las puertas de un aniversario tan decisivo para la historia de España como es ese 18 de julio de 1936 que señala el inicio de una guerra civil que definiría el devenir de nuestro país. En ese mismo año, un 20 de noviembre, José Antonio Primo de Rivera, era fusilado en la cárcel de Alicante. Y de él vengo a hablarles brevemente.

José Antonio Primo de Rivera, fue aristócrata, abogado y político. Pero también fue poeta. Fue, por tanto, una persona dotada de una sensibilidad que le facultó poder asomarse al mundo que le había tocado vivir con una óptica sublime. Entendiendo por sublime, su significado prístino que podríamos explicarlo como ese estado que desasosiega al hombre, pero que, en vez de acongojarlo hasta la extenuación, ve una oportunidad de actuar y de sobreponerse a aquello que en un principio parecía superarle. 

De este modo, tenemos a una personalidad fuerte y diligente de espíritu, que supo ver con gran precisión los problemas que acompañaban a las ideas de la lucha de clases, la izquierda, la derecha o la inanición espiritual que iba ganando preponderancia en los inicios del siglo XX y que se muestra a día de hoy de una forma claramente delineada. 

La figura de José Antonio me hace recordar aquellos versos de Charles Baudelaire que decían: [El poeta] Conversa con las nubes y juega con el viento, / y se embriaga cantando con ir a la cruz/; y el Soplo que le sigue en su peregrinar/ llora viéndolo alegre cual un ave del bosque./ Le contemplan con miedo los que él amar desea,/ o bien, enardeciéndose con su tranquilidad,/ buscan a alguien que logre arrancarle una queja,/ y su ferocidad sobre él ejercitan. 

Y es que Primo de Rivera, que en su tiempo padeció la saña de un lado y la antipatía del otro, sigue siendo objeto de discordia para muchos en España. Sofistas hay a día de hoy que, con sus pretensiones, sus odios y temores, ponen el énfasis en la volubilidad, recurriendo a la falacia o a la hipocresía en caso necesario para vilipendiar a José Antonio. 

Yo, que he nacido en el año 2000, cuando descubro la figura de José Antonio quedo sorprendido positivamente por la biografía de un hombre, que más allá de sus debilidades, sus errores y la afinidad o no que le pueda tener con respecto a todo su pensamiento político, quedo impresionado de lo que ya acabo decir: el hombre. ¿Pero qué hombre? Podrían preguntarse muchos aquí. 

Quedo impresionado de un hombre que más allá de sus ideas, supo valorar a personajes tan distintos como son Federico García Lorca o Indalecio Prieto. Este último, personaje relevante en la historia del PSOE, llegó a defender en el hemiciclo a José Antonio y llegaría a referirse a él como “un hombre de corazón”. 

Quedo impresionado por la fuerza de un espíritu que abrazó al presidente del tribunal que lo condenó a muerte, el magistrado Eduardo Iglesias Portal. 

Quedo impresionado por la fuerza de un espíritu que en su testamento perdonó a los que lo agravaron, y, exhortó a aquellos a los que les hubiera hecho algún mal, a que lo perdonasen. 

José Antonio se asomó a la ventana del soneto de Lope, donde el ángel instaba al alma a asomarse a la puerta que insistentemente es tocada por la mano de Jesús (la verdad y la vida). De este modo, sigamos nosotros el mismo camino, un camino que nos marca una senda para muchos desconocida, y que como recogía San Juan de la Cruz: para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes. Por eso, termino mi intervención apelando a esa transmutación mía y nuestra, que nos permita seguir con tenacidad nuestros principios, pero siempre, sin perder la alegría de vivir y reivindicando la humanidad como pilar fundamental de nuestra propia naturaleza, para que no se vuelva a derramar la sangre de los hombres, que, como la sal vertida sobre la tierra, hace difícil que las flores alcen sus estilizadas siluetas a la contemplación del cielo. 

Termino con estos versos de José Antonio que dice así:

¡Un mundo nos espera tras del que hoy se divide a nuestro paso! 

Sigamos nuestra ruta aventurera por los mares ignotos al ocaso.

Es infinito el mar, la vida corta,

Nuestro poder pequeño,

¡Pero no os arredréis! ¿Qué nos importa que se acabe la vida en el empeño?

¡No importa que muramos!

 Las estelas que dejan nuestras raudas carabelas

Jamás han de borrarse; por su traza

Vendrán para buscar nuevos caminos

Otros bravos marinos

 De nuestra religión y nuestra raza.

Muchas gracias.  


 

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