Ucrania tiene razón. Rusia es culpable. Por José Luis Corral
El escudo de Ucrania, un tridente que
en su antiguo idioma se asemeja a la palabra Libertad. Dos colores, como su
bandera, en contraposición con los 3 colores de otras banderas, que tienen un
significado masónico en consonancia con el triple lema de libertad, igualdad,
fraternidad. Por eso los masones y rojos intentan que la bandera de España sea
tricolor.
Ucrania es víctima de Rusia. Y no
sólo de ahora, sino de hace muchos siglos, ininterrumpidamente. Rusia, primero
con los zares y luego con el comunismo, practicó un verdadero genocidio, una
persecución sistemática, contra los ucranianos de raza, de religión uniata
católica y de lengua ucraniana. Millones de muertos, de deportados y de
exiliados dan fe de ello.
Aunque Ucrania y Rusia tuvieran un
origen común, primero fue Ucrania, el Rus de Kiev, la Rutenia eslava y pegada a
Polonia y Austria-Hungría, que siempre tendría un alma occidental y católica.
Después vino Rusia, el oso dormido, el oso asiático que se proyectó hacia Asia,
donde tiene la mayor parte de su territorio, con un alma oriental y bárbara,
dominante e imperialista, lo que proyectó sobre sus vecinos, Países Bálticos,
Polonia y Ucrania. Pretendió ser la continuidad del Imperio Romano, por lo que
su Emperador se autodenominó Zar, que es una derivación del César de Roma, como
el Káiser alemán por otra parte, o como los Emperadores Austro-Húngaros. Y su religión,
la ortodoxa, una iglesia nacional en contraposición al catolicismo universal.
Es decir, una religión y una Iglesia a su propia medida e interés, sujeta al
poder político de turno.
Ucrania, templada, feraz, rica, ubérrima, objeto de la codicia de su vecina Rusia, esteparia, gélida, feroz como todos los pueblos asiáticos que de allí surgieron, mongoles, kazajos, tártaros…
Rutenia es evangelizada por los
Santos Cirilo y Metodio en el siglo IX, con la conversión de Vladimiro I de
Kiev en 988. Adscritos por su situación a las iglesias orientales, entran en
cisma en 1054 junto a los autoproclamados ortodoxos bajo el liderazgo de Bizancio.
El cisma y la herejía no han dejado de ser castigados históricamente, primero
por los musulmanes y modernamente por el comunismo y siempre por la
supeditación al poder político de unas iglesias que no sólo rehúsan obedecer al
sucesor de Pedro, sino que incurren en herejías como la negación del
“Filioque”, que el Espíritu Santo procede tanto del Padre como del Hijo, como en
la aceptación de un primer divorcio en los matrimonios, además de quedarse
anclados y petrificados sin aceptar ninguno de los dogmas que han ido
definiéndose en el decurso de los siglos por parte de la auténtica autoridad de
la Iglesia, que es el Papa. Tampoco creen en el Purgatorio, ni que se transmita
el Pecado Original, ni en la Inmaculada Concepción de María.
También España sufrió la invasión
musulmana, mucho antes, en 711. Al decir de los cronistas y santos, castigo
divino por la perfidia y los pecados de los nobles visigodos. Y sufrimos el
comunismo, en los años 30 del siglo XX. Pero de ambos supo librarse España con
mucho sacrificio y mucha sangre.
Así, en 1240 los mongoles arrasan
Kiev y aquella poderosa nación se desintegra. Posteriormente surge el Rus de
Moscú, que devendrá en la Rusia conocida. Mientras, Ucrania queda distribuida
entre Polonia y Austria-Hungría. Ya en 1439, el metropolita de Kiev, con
residencia en Moscú, asiste al Concilio de Florencia y se une al Papa, pero fue
depuesto y expulsado por las autoridades rusas, pero siguió habiendo una
jerarquía unida a Roma con sus diócesis. En 1596, en tiempos de nuestro gran
Rey Felipe II, la iglesia ucraniana firma con Roma el Tratado de Unión de
Brest, por el que se somete a la autoridad de Roma y deja de hacerlo del
Patriarca de Constantinopla, precisamente para evitar su dependencia del nuevo
Patriarcado de Moscú, creado en 1589. Roma aceptó la liturgia y todas las
tradiciones de esa Iglesia, más conocida como Iglesia Uniata o greco-católica.
Otra porción se adhirió en 1646 en la Unión de Úzhgorod y son conocidos como la Iglesia
católico-bizantina rutena.
Cuando Polonia también cayó víctima de la voracidad de sus
vecinos prusianos y rusos, Ucrania corrió la misma suerte. Con el levantamiento
polaco de 1831 los zares comenzaron una feroz represión contra la comunidad
católica ucraniana, disolviéndola y entregando todas sus propiedades a la
Iglesia ortodoxa. 7 millones de católicos fueron obligados a unirse a los
ortodoxos, por la fuerza o por engaños. También procuraron eliminar la lengua
ucraniana e imponer la rusa. Muchos ucranianos prefirieron la emigración a
Estados Unidos y Canadá, desde 1870, en un flujo que continuó y aumentó después
de la Segunda Guerra Mundial. Otro resto, más bien pequeño, quedó con el
Imperio Austro-Húngaro hasta el fin de la I Guerra Mundial, pero fue un
importante fermento después.
Tras ella, Ucrania recobró una efímera independencia, pero la
derrota polaca frente a la Rusia comunista determinó que casi toda Ucrania
volviera a quedar dominada. En la década de los 30 se produjo una terrible
depresión porque los bienes producidos eran confiscados por los soviéticos y
millones de personas murieron de hambre en el conocido como Homolodor, donde
murieron entre 4 y 12 millones de personas, según las fuentes, además de
millones de deportados a otras regiones de Siberia y el Extremo Oriente. También
el idioma ucraniano fue prohibido y reemplazado por el ruso, además de
poblaciones de origen ruso que fueron trasladadas para rusificar la región.
Por eso, los alemanes fueron recibidos como liberadores en 1941, pero la torpe política racista supremacista de los hitlerianos convirtió a los amigos en enemigos. La brutal matanza de judíos no le fue indiferente al pueblo cristiana ucraniano y la iglesia protegió a los judíos cuanto pudo. Con el triunfo comunista la represión se exacerbó y nuevamente los uniatas católicos fueron su objeto principal, contra la religión y contra la lengua.
La nueva administración comunista actuó decisivamente para
exterminar a la Iglesia greco-católica de Ucrania: en abril de 1945 las
autoridades soviéticas arrestaron, deportaron y sentenciaron a campos de
trabajos forzados en Siberia y en otros lugares al metropolita Josyf Slipyj,
que surge como la gran figura del catolicismo uniata, junto a otros ocho obispos
greco-católicos, así como cientos de clérigos y líderes activistas laicos. Sólo
en Leópolis fueron arrestados 800 sacerdotes. Con unos pocos clérigos invitados a asistir, un
sínodo fue convocado en Leópolis el 8 y 9 de marzo de 1946 para revocar la
Unión de Brest. Oficialmente todas las propiedades de la Iglesia fueron
transferidas a la Iglesia ortodoxa rusa bajo patriarcado de Moscú. Todos los obispos y un número significativo de clérigos
murieron en prisiones, campos de concentración, exilio interno, o poco después
de su liberación. La excepción fue el metropolita Slipyj, cabeza de la Iglesia,
que fue puesto en libertad en 1963 por intervención del papa Juan XXIII para
ser enviado exiliado a Roma. En ese mismo año (23 de diciembre de 1963) el papa
Pablo VI le dio el título de archieparca mayor de los ucranianos de
Leópolis, con autoridad similar a un patriarca oriental. En 1965 fue creado
cardenal, aunque lo había sido in pectore en 1949, y murió en
1984. La emigración a los Estados Unidos y Canadá, que había comenzado en la
década de 1870, aumentó después de la Segunda Guerra Mundial. La mayor parte del clero greco-católico de Ucrania era
clandestino, los católicos ucranianos continuaron existiendo como "Iglesia
de las catacumbas" durante décadas y fueron objeto de fuertes ataques en
los medios de prensa estatales. El clero renunció al ejercicio público de sus
deberes clericales, pero lo siguieron haciendo en la clandestinidad. Entre 1944
y 1989 fueron secretamente consagrados 25 obispos greco-católicos en la Unión
Soviética. Muchos sacerdotes tomaron profesiones civiles y celebraron los
sacramentos en privado. La policía soviética regularmente observaba,
interrogaba y aplicaba multas a exsacerdotes cuyas actividades ilegales
conocía, pero no se los detenía si no trascendían demasiado sus actividades. A
los nuevos sacerdotes secretamente ordenados se les trataba con más dureza.
A
finales de la década de 1950 las autoridades arrestaron aún más sacerdotes y
desataron una nueva ola de propaganda anticatólica. Las ordenaciones secretas
ocurrieron en el exilio y los seminarios teológicos secretos en Ternópil y
Kolomyia fueron divulgados en la prensa soviética en los años 60 cuando sus
organizadores fueron arrestados. En el 1974 un convento clandestino fue
descubierto en Leópolis. Durante la era soviética, la Iglesia greco-católica
ucraniana prosperó en toda la diáspora ucraniana. Mientras Slipyj se hallaba en
el Gulag, en 1959 designó 6 administradores para los greco-católicos de la
Unión Soviética, incluidas Siberia, Asia Central y Kazajastán, pues los
católicos ucranianos estaban dispersos por las deportaciones.
La
caída del comunismo permitió que la Iglesia greco-católica se legalizara otra
vez en 1989. En 2001 les visitó el Papa Juan Pablo II que, sin embargo, pidió
perdón a los ortodoxos por los errores del pasado.
Aun
así, quedan en Ucrania un 15% de católicos entre la población, más de 4
millones entre 41 millones de habitantes y otro millón en la diáspora.
Mientras, los ortodoxos se han dividido en tres, los que obedecen al
Patriarcado de Moscú, los de Constantinopla y otros autocéfalos. La existencia
de esos católicos todavía provoca el resentimiento y la hostilidad del
Patriarcado de Moscú con Roma, razón por la cual ningún Papa ha visitado
todavía Rusia. La Iglesia ortodoxa estuvo sometida al comunismo y no pocas
veces sus jerarquías eran agentes del KGB y del Partido Comunista.
La
recuperación de los bienes greco-católicos no fue siempre pacífica y hubo
enfrentamientos físicos y armados. Tras la caída del gobierno proruso de
Yanukóvich, Rusia invadió Crimea, que físicamente sólo está unida con Ucrania,
aunque su población ha sido rusificada como en un inmenso Peñón de Gibraltar, y
dos regiones del Este donde también hay una mayoría prorusa, también
artificial, en algunas ciudades. El conflicto ha costado ya miles de muertos y
el desplazamiento de 1.780.946 refugiados a otras partes de Ucrania y 760.000 han huido
a otros países desde el comienzo de 2014, según cómputo de las Naciones Unidas.
Pero si en un primer momento fueron las milicias voluntarias de ucranianos
quienes defendieron el territorio y la población, ahora Ucrania cuenta con un
ejército muy numeroso, aunque bisoño frente a la Tercera Potencia Mundial, que
es Rusia.
Occidente no debe mirar para otro lado. Tiene obligación de
respaldar a Ucrania y parar la agresión rusa. Será el mejor modo de evitar otra
guerra. Si no, como dijo Churchill, “tendréis el deshonor y la guerra”.
Es evidente, es Rusia quien ha invadido Ucrania y no al revés.
Rusia es la agresora, Ucrania se defiende. Ucrania tiene razón. Rusia es
culpable: Ya lo dijo Don Ramón Serrano Suñer hace 80 años.
Un artículo muy interesante. Una gran lección de historia. Muchas gracias!
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