domingo, 30 de enero de 2022

Ucrania tiene razón. Rusia es culpable.

 Ucrania tiene razón. Rusia es culpable.                            Por José Luis Corral

El escudo de Ucrania, un tridente que en su antiguo idioma se asemeja a la palabra Libertad. Dos colores, como su bandera, en contraposición con los 3 colores de otras banderas, que tienen un significado masónico en consonancia con el triple lema de libertad, igualdad, fraternidad. Por eso los masones y rojos intentan que la bandera de España sea tricolor.

Ucrania es víctima de Rusia. Y no sólo de ahora, sino de hace muchos siglos, ininterrumpidamente. Rusia, primero con los zares y luego con el comunismo, practicó un verdadero genocidio, una persecución sistemática, contra los ucranianos de raza, de religión uniata católica y de lengua ucraniana. Millones de muertos, de deportados y de exiliados dan fe de ello.

Aunque Ucrania y Rusia tuvieran un origen común, primero fue Ucrania, el Rus de Kiev, la Rutenia eslava y pegada a Polonia y Austria-Hungría, que siempre tendría un alma occidental y católica. Después vino Rusia, el oso dormido, el oso asiático que se proyectó hacia Asia, donde tiene la mayor parte de su territorio, con un alma oriental y bárbara, dominante e imperialista, lo que proyectó sobre sus vecinos, Países Bálticos, Polonia y Ucrania. Pretendió ser la continuidad del Imperio Romano, por lo que su Emperador se autodenominó Zar, que es una derivación del César de Roma, como el Káiser alemán por otra parte, o como los Emperadores Austro-Húngaros. Y su religión, la ortodoxa, una iglesia nacional en contraposición al catolicismo universal. Es decir, una religión y una Iglesia a su propia medida e interés, sujeta al poder político de turno.

Ucrania, templada, feraz, rica, ubérrima, objeto de la codicia de su vecina Rusia, esteparia, gélida, feroz como todos los pueblos asiáticos que de allí surgieron, mongoles, kazajos, tártaros…

Rutenia es evangelizada por los Santos Cirilo y Metodio en el siglo IX, con la conversión de Vladimiro I de Kiev en 988. Adscritos por su situación a las iglesias orientales, entran en cisma en 1054 junto a los autoproclamados ortodoxos bajo el liderazgo de Bizancio. El cisma y la herejía no han dejado de ser castigados históricamente, primero por los musulmanes y modernamente por el comunismo y siempre por la supeditación al poder político de unas iglesias que no sólo rehúsan obedecer al sucesor de Pedro, sino que incurren en herejías como la negación del “Filioque”, que el Espíritu Santo procede tanto del Padre como del Hijo, como en la aceptación de un primer divorcio en los matrimonios, además de quedarse anclados y petrificados sin aceptar ninguno de los dogmas que han ido definiéndose en el decurso de los siglos por parte de la auténtica autoridad de la Iglesia, que es el Papa. Tampoco creen en el Purgatorio, ni que se transmita el Pecado Original, ni en la Inmaculada Concepción de María.

También España sufrió la invasión musulmana, mucho antes, en 711. Al decir de los cronistas y santos, castigo divino por la perfidia y los pecados de los nobles visigodos. Y sufrimos el comunismo, en los años 30 del siglo XX. Pero de ambos supo librarse España con mucho sacrificio y mucha sangre.

Así, en 1240 los mongoles arrasan Kiev y aquella poderosa nación se desintegra. Posteriormente surge el Rus de Moscú, que devendrá en la Rusia conocida. Mientras, Ucrania queda distribuida entre Polonia y Austria-Hungría. Ya en 1439, el metropolita de Kiev, con residencia en Moscú, asiste al Concilio de Florencia y se une al Papa, pero fue depuesto y expulsado por las autoridades rusas, pero siguió habiendo una jerarquía unida a Roma con sus diócesis. En 1596, en tiempos de nuestro gran Rey Felipe II, la iglesia ucraniana firma con Roma el Tratado de Unión de Brest, por el que se somete a la autoridad de Roma y deja de hacerlo del Patriarca de Constantinopla, precisamente para evitar su dependencia del nuevo Patriarcado de Moscú, creado en 1589. Roma aceptó la liturgia y todas las tradiciones de esa Iglesia, más conocida como Iglesia Uniata o greco-católica. Otra porción se adhirió en 1646 en la Unión de Úzhgorod  y son conocidos como la Iglesia católico-bizantina rutena.

Cuando Polonia también cayó víctima de la voracidad de sus vecinos prusianos y rusos, Ucrania corrió la misma suerte. Con el levantamiento polaco de 1831 los zares comenzaron una feroz represión contra la comunidad católica ucraniana, disolviéndola y entregando todas sus propiedades a la Iglesia ortodoxa. 7 millones de católicos fueron obligados a unirse a los ortodoxos, por la fuerza o por engaños. También procuraron eliminar la lengua ucraniana e imponer la rusa. Muchos ucranianos prefirieron la emigración a Estados Unidos y Canadá, desde 1870, en un flujo que continuó y aumentó después de la Segunda Guerra Mundial. Otro resto, más bien pequeño, quedó con el Imperio Austro-Húngaro hasta el fin de la I Guerra Mundial, pero fue un importante fermento después.

Tras ella, Ucrania recobró una efímera independencia, pero la derrota polaca frente a la Rusia comunista determinó que casi toda Ucrania volviera a quedar dominada. En la década de los 30 se produjo una terrible depresión porque los bienes producidos eran confiscados por los soviéticos y millones de personas murieron de hambre en el conocido como Homolodor, donde murieron entre 4 y 12 millones de personas, según las fuentes, además de millones de deportados a otras regiones de Siberia y el Extremo Oriente. También el idioma ucraniano fue prohibido y reemplazado por el ruso, además de poblaciones de origen ruso que fueron trasladadas para rusificar la región.

Por eso, los alemanes fueron recibidos como liberadores en 1941, pero la torpe política racista supremacista de los hitlerianos convirtió a los amigos en enemigos. La brutal matanza de judíos no le fue indiferente al pueblo cristiana ucraniano y la iglesia protegió a los judíos cuanto pudo. Con el triunfo comunista la represión se exacerbó y nuevamente los uniatas católicos fueron su objeto principal, contra la religión y contra la lengua.

Patriarca y Cardenal Slipyj

La nueva administración comunista actuó decisivamente para exterminar a la Iglesia greco-católica de Ucrania: en abril de 1945 las autoridades soviéticas arrestaron, deportaron y sentenciaron a campos de trabajos forzados en Siberia y en otros lugares al metropolita Josyf Slipyj, que surge como la gran figura del catolicismo uniata, junto a otros ocho obispos greco-católicos, así como cientos de clérigos y líderes activistas laicos. Sólo en Leópolis fueron arrestados 800 sacerdotes. Con  unos pocos clérigos invitados a asistir, un sínodo fue convocado en Leópolis el 8 y 9 de marzo de 1946 para revocar la Unión de Brest. Oficialmente todas las propiedades de la Iglesia fueron transferidas a la Iglesia ortodoxa rusa bajo patriarcado de Moscú. Todos los obispos y un número significativo de clérigos murieron en prisiones, campos de concentración, exilio interno, o poco después de su liberación. La excepción fue el metropolita Slipyj, cabeza de la Iglesia, que fue puesto en libertad en 1963 por intervención del papa Juan XXIII para ser enviado exiliado a Roma. En ese mismo año (23 de diciembre de 1963) el papa Pablo VI le dio el título de archieparca mayor de los ucranianos de Leópolis, con autoridad similar a un patriarca oriental. En 1965 fue creado cardenal, aunque lo había sido in pectore en 1949, y murió en 1984. La emigración a los Estados Unidos y Canadá, que había comenzado en la década de 1870, aumentó después de la Segunda Guerra Mundial. La mayor parte del clero greco-católico de Ucrania era clandestino, los católicos ucranianos continuaron existiendo como "Iglesia de las catacumbas" durante décadas y fueron objeto de fuertes ataques en los medios de prensa estatales. El clero renunció al ejercicio público de sus deberes clericales, pero lo siguieron haciendo en la clandestinidad. Entre 1944 y 1989 fueron secretamente consagrados 25 obispos greco-católicos en la Unión Soviética. Muchos sacerdotes tomaron profesiones civiles y celebraron los sacramentos en privado. La policía soviética regularmente observaba, interrogaba y aplicaba multas a exsacerdotes cuyas actividades ilegales conocía, pero no se los detenía si no trascendían demasiado sus actividades. A los nuevos sacerdotes secretamente ordenados se les trataba con más dureza.

A finales de la década de 1950 las autoridades arrestaron aún más sacerdotes y desataron una nueva ola de propaganda anticatólica. Las ordenaciones secretas ocurrieron en el exilio y los seminarios teológicos secretos en Ternópil y Kolomyia fueron divulgados en la prensa soviética en los años 60 cuando sus organizadores fueron arrestados. En el 1974 un convento clandestino fue descubierto en Leópolis. Durante la era soviética, la Iglesia greco-católica ucraniana prosperó en toda la diáspora ucraniana. Mientras Slipyj se hallaba en el Gulag, en 1959 designó 6 administradores para los greco-católicos de la Unión Soviética, incluidas Siberia, Asia Central y Kazajastán, pues los católicos ucranianos estaban dispersos por las deportaciones.

La caída del comunismo permitió que la Iglesia greco-católica se legalizara otra vez en 1989. En 2001 les visitó el Papa Juan Pablo II que, sin embargo, pidió perdón a los ortodoxos por los errores del pasado.

Aun así, quedan en Ucrania un 15% de católicos entre la población, más de 4 millones entre 41 millones de habitantes y otro millón en la diáspora. Mientras, los ortodoxos se han dividido en tres, los que obedecen al Patriarcado de Moscú, los de Constantinopla y otros autocéfalos. La existencia de esos católicos todavía provoca el resentimiento y la hostilidad del Patriarcado de Moscú con Roma, razón por la cual ningún Papa ha visitado todavía Rusia. La Iglesia ortodoxa estuvo sometida al comunismo y no pocas veces sus jerarquías eran agentes del KGB y del Partido Comunista.

La recuperación de los bienes greco-católicos no fue siempre pacífica y hubo enfrentamientos físicos y armados. Tras la caída del gobierno proruso de Yanukóvich, Rusia invadió Crimea, que físicamente sólo está unida con Ucrania, aunque su población ha sido rusificada como en un inmenso Peñón de Gibraltar, y dos regiones del Este donde también hay una mayoría prorusa, también artificial, en algunas ciudades. El conflicto ha costado ya miles de muertos y el desplazamiento de 1.780.946 refugiados  a otras partes de Ucrania y 760.000 han huido a otros países desde el comienzo de 2014, según cómputo de las Naciones Unidas. Pero si en un primer momento fueron las milicias voluntarias de ucranianos quienes defendieron el territorio y la población, ahora Ucrania cuenta con un ejército muy numeroso, aunque bisoño frente a la Tercera Potencia Mundial, que es Rusia.

Occidente no debe mirar para otro lado. Tiene obligación de respaldar a Ucrania y parar la agresión rusa. Será el mejor modo de evitar otra guerra. Si no, como dijo Churchill, “tendréis el deshonor y la guerra”.

Es evidente, es Rusia quien ha invadido Ucrania y no al revés. Rusia es la agresora, Ucrania se defiende. Ucrania tiene razón. Rusia es culpable: Ya lo dijo Don Ramón Serrano Suñer hace 80 años.

1 comentario:

  1. Un artículo muy interesante. Una gran lección de historia. Muchas gracias!

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