sábado, 28 de noviembre de 2020

Discurso de José María Permuy en la Plaza de Oriente

 


La unidad territorial de España se halla amenazada por los separatismos regionales.

La independencia de nuestra Patria, por los mundialistas, que tratan de imponer a los gobiernos de las naciones su agenda globalista masónica. Pero a pesar de ello, nuestra integridad territorial y nuestra soberanía todavía subsisten.

Sin embargo, hay un elemento fundamental, constitutivo de nuestra Patria, que nos fue arrebatado el día nefasto en el que se aprobó la Constitución española que hasta hoy venimos sufriendo.

Me refiero a la unidad de la fe.

Un pueblo sin fe, sin ortodoxia común, sin unas creencias básicas compartidas, es un pueblo manipulable, roto, dividido, enfrentado.

Por otro lado, un pueblo unido, pero en torno a ideas falsas y perversas, es un pueblo enfermo, corrompido, víctima de sus propios errores y maldades.

La única fe verdadera, benéfica y vivificadora es la fe cristiana.

Gracias a Dios, la fe cristiana es consustancial a España desde que en 589 el rey Recaredo abjurara del arrianismo y abrazara la religión católica estableciendo la unidad religiosa de todo el pueblo español.

La fe cristiana ha sido la inspiración, el aliento y el fin último de todas las grandes empresas colectivas emprendidas por nuestros reyes, santos y guerreros:

                 La reconquista de la España invadida y ocupada por los musulmanes.

                 La evangelización y civilización de América y muchos otros pueblos a lo largo y ancho del orbe.

                 Las luchas de nuestros Tercios contra la herejía protestante en suelo europeo, en defensa de la Cristiandad.

                 Las insurrecciones carlistas contra la tiranía liberal impía.

                 Y, por supuesto, la Cruzada de 1936, que unió a falangistas, requetés, soldados, y demás españoles de buena voluntad, bajo el caudillaje del Generalísimo Franco.

Tratad de borrar la presencia y el influjo de la fe católica de las páginas de nuestra historia y veréis que lo que queda es nada. O, aún peor, nada bueno. Tan solo unos pocos años de decadencia y horror.

Además de ser una realidad histórica y tradicional de nuestra Patria, la Unidad católica es la única garantía de respeto a los auténticos derechos naturales de las personas humanas.

Porque la unidad católica conlleva el reconocimiento político de la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo y, consiguientemente, la sujeción de las leyes civiles a los mandamientos de la de Dios.

La ley de Dios es buena, exenta de todo de error, maldad e imperfección. Es eterna, inmutable y universal. No hace acepción de personas.

Todos, gobernantes y súbditos, poderosos y débiles, millonarios y pobres, famosos y desconocidos, blancos y negros, nacidos y no nacidos, sanos y enfermos, hombres y mujeres… todos, somos iguales ante la ley eterna y estamos igualmente obligados a cumplirla. La ley divina protege la vida, las libertades legítimas y la dignidad profunda de todas las personas humanas en toda época, lugar y circunstancia.

Cuando las leyes humanas, las leyes civiles, no se subordinan al Decálogo están sujetas a los errores, imperfecciones, tentaciones, malas inclinaciones, bajas pasiones, debilidades y temores de quienes las promulgan.

¡Con cuánta frecuencia gobernantes y legisladores se dejan sobornar o seducir por grupos de presión económicos o ideológicos y establecen leyes que benefician a intereses parciales y no al bien común de la sociedad!

¡Cuán a menudo el legislador humano dicta leyes que favorecen a los suyos, a quienes pertenecen a su clase social, militan en su partido o comulgan con su ideología y, por el contrario, desamparan o castigan a aquellos que no consideran de los suyos o que, simplemente creen ser un estorbo o una inutilidad!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Leyes que

                 despenalizan el aborto,

                 legalizan la eutanasia,

                 alientan la perversión de menores (y no menores) por medio de la ideología de género y otras depravaciones,

                 promueven la persecución religiosa,

                 atentan contra la legítima libertad de enseñanza,

                 no defienden a quienes encuentran ocupadas sus viviendas pero permiten la entrada y permanencia de extranjeros cuyas intenciones y antecedentes penales desconocemos,

                 por un mismo delito, imponen penas más duras al varón que a la mujer,

                 castigan a quien ejerce el derecho a la legítima defensa,

                 condenan a los que sostenemos una versión de la historia

distinta de la oficial,

                 imponen cargas fiscales onerosas a autónomos y empresarios,

                 favorecen la usura y la explotación de los trabajadores.

Esto es lo que hay cuando la legislación civil ignora los preceptos de Dios.

La unidad católica es, además, la única fuente de paz y cohesión social. Cristo es el Príncipe de la Paz. Su Reino es reino de paz, misericordia, compasión, bondad, piedad, perdón y amor.

Una comunidad política cristiana es, necesariamente, una sociedad pacífica, misericordiosa, compasiva, bondadosa, piadosa, indulgente y amorosa.

Los pueblos que no reconocen la soberanía de Cristo, son esclavos de otros soberanos que los tiranizan. Marionetas en manos de poderosos que los manejan a su antojo.

Lo estamos viendo, viviendo y padeciendo en nuestros días.

La plutocracia mundialista, por medio de entidades financieras, partidos políticos y medios de comunicación a su servicio, provoca todo tipo de luchas de clases, sexos, “géneros” inventados, razas, ideologías… entre parientes, vecinos, compañeros y compatriotas que debiéramos trabajar unidos en aras del bien común de la sociedad; mientras ellos, los globalistas, se enriquecen y extienden su dominio planetario a costa de la ignorancia, miseria, división y sectarización de las gentes.

Busquemos el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás vendrá por añadidura.

                 Vendrán la unidad entre las clases y las regiones de España.

                 Vendrán el respeto a la soberanía de las naciones y a la independencia de los cuerpos sociales intermedios.

                 Vendrán la justicia social, la primacía del trabajo sobre el capital y la superación de los abusos usurarios y estatistas.

                 Vendrá la inmigración, sí, pero una inmigración controlada, discriminada, integrada, laboriosa y respetuosa de nuestras leyes, costumbres y credo.

                 Vendrán la seguridad ciudadana y el reconocimiento del derecho a la legítima defensa.

                 Vendrán la natural distinción de sexos, y la concordia, respeto y amor entre varones y hembras.

                 Vendrá el amparo a las familias fundadas en la unión indisoluble de un solo hombre con una sola mujer con el fin de traer hijos al mundo.

                 Vendrá la protección de toda vida humana inocente, desde el momento de la concepción hasta su ocaso natural.

                 Vendrán la cordura y el sentido común.

Camaradas y correligionarios. Rezar y trabajar por la reconquista de la

Unidad Católica de España es el mejor homenaje que podemos ofrecer a José Antonio, a Franco y a todos nuestros antepasados que lucharon y cayeron por Dios y por España.

Que Franco, José Antonio y, también nuestro añorado Blas Piñar, que tantas veces nos habló en esta plaza de la lealtad, intercedan por nosotros desde el cielo en la presencia de la Santísima Trinidad y nos ayuden a devolver a Cristo y a su Santísima Madre, Nuestra Reina y Señora, el imperio sobre nuestra Patria.

3 comentarios:

  1. Bellísimo discurso, pero lo de "personas humanas" es una redundancia. Todas las personas son humanas.

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  2. Pues no. Hay 3 personas divinas y hay personas angélicas y hay personas demonios.

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  3. Mi abuelo Faustino Franco Frean fue mi mejor abuelo, y del Bando Nacional (era mutilado por un impacto de bala en la pierna) que fué una de las personas que más me enseñó a querer a nuestra madre querida España que fue una de las madres más cariñosas que hubo y habrá para mí,; creo que hoy en día las mayoría de las personas no pueden más que creer en nuestra amda tierra española que lo único que sabe hacer es saciar a sus hijos para que no volvamos a caer en la desdicha del separatismo y falta de coraje a la hora de afrontar nuestros problemas cotidianos, que ya viene sufriendo cada día más familias enteras. A día de hoy hemos caído en el separatismo, el terrorismo, la falta de derechos y libertades para nuestra nación, y es por lo que os emplazo a observar nuestros santos preceptos que sólo buscan la supervivencia de la NACIÓN ESPAÑOLA, que se debe a la Iglesia, santa, católica y apostólica, unidas en la fé hacia Jesucristo, nuestro más amado líder espiritual que une voluntades y aplaca a las fieras más reverdecidas que hay en España, mostrándo su semblante más cruel e inhumano; hoy tenemos al terrorismo como temor fundamental de los españoles cuando aquí se dice que ETA HA DEJADO DE MATAR. NO LOS QUEREMOS, NO QUEREMOS SER SUS PRISIONEROS. UN SALUDO A TODOS Y A TODAS... SI MI ABUELO LEVANTARA LA CABEZA...

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