Hoy ha fallecido en Madrid Jaime Suárez Álvarez, a los 90 años de edad, cofundador y Presidente de la Plataforma 2003, organización que se dedica a promover el pensamiento y la figura de José Antonio Primo de Rivera.
Desde las 15,30 horas de hoy hasta las 10,30 horas de
mañana estará en el tanatorio de la M30, Sala 13. Mañana
a las 12 del mediodía será el entierro y la Misa en la
capilla del cementerio municipal de Toledo.
Jaime Suárez, como Jefe de Centuria –sustituyó a Ceferino Maestú
en el mando de la «Iñigo de Loyola»– y como fundador de dos de las más
emblemáticas empresas juveniles: la Editorial Doncel y la CAR, Cadena Azul de
Radiodifusión, durante la delegación nacional de Jesús López-Cancio. Como
universitario, dirigió la revista LA
HORA, siendo Jefe Nacional del SEU José Mª del Moral,
y fundó y dirigió la Revista ALCALÁ
durante la jefatura nacional de Jorge Jordana Fuentes. Más tarde, se dedicó
al ejercicio profesional de la abogacía, en el despacho de Ramón Serrano Suñer,
y a la actividad empresarial, llegando a ser Consejero Delegado y Presidente
de varias multinacionales en España. Desde 1959 no tuvo participación alguna
en la vida pública española hasta
que en 1976 fue designado Secretario General del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas por Carlos Robles Piquer, Ministro de Educación.
Desde 1997 se fue preparando la Plataforma 2003 para celebrar con dignidad ese año el centenario del nacimiento de José Antonio. Pasada esa fecha, la labor prosiguió con mucho libros editados, conferencias, escuelas de verano, actos, misas y comidas de hermandad.
Con Jaime Suárez solíamos coincidir en la concentración anual de antiguos miembros del Frente de Juventudes en Covaleda, en uno de los cuales, en 2014, tomamos esta foto.
Entrevista en "El Mundo":
Tenía nueve años cuando estalló la contienda y ya se consideraba un huérfano de ella: su padre, capitán del Estado Mayor, había sido fusilado por los independentistas catalanes en la Revolución de Octubre del 34.
Murió en la Plaza de Sant Jaume de Barcelona, delante de la
Generalitat. «Fue ahí cuando comenzó la Guerra Civil. Si no hubiesen
hecho esas cosas, habríamos seguido con la República muchos años»,
argumenta ahora, analizando el pasado. Él vivía en Zaragoza cuando se
produjo el Golpe. «En la zona nacional decretaron el estado de guerra
desde el principio y el Ejército tomó el mando de todo. Me acuerdo de
ese día porque cuando salí a la calle, estaba llena de militares y uno
me contó que había visto cómo mataban a mi padre». Es su recuerdo más
importante de aquellos días. Era un niño al que le había arrebatado al
padre y lo único que le interesaba era su memoria.
Tras el levantamiento, Jaime y su hermano pequeño ingresaron en un
Colegio de Huérfanos de Militares en Valladolid, mientras que el resto
de la familia —madre y cinco hermanos— se trasladó a Madrid. «El colegio era una mezcla de orfelinato y cuartel. Seguíamos una disciplina férrea
de la que nos sentíamos orgullosos porque nos hacía sentir parte de la
familia militar. Yo no pude hacer después carrera porque era miope, pero
me habría gustado mucho». Jaime era entonces muy pequeño, pero asegura
que percibía que en aquella guerra «se mataba a gente».
«Veíamos a los sargentos dispuestos a disparar y vivíamos en plena
efervescencia patriótica. Como estábamos en zona nacional, cada vez que
se liberaba una ciudad, la gente salía a la calle para celebrarlo. Todas las semanas había fiesta porque había caído Málaga, Santander, Teruel...
y los niños participábamos de la euforia. Además, los huérfanos de los
últimos cursos se fueron al frente y pasados los meses, volvían al
colegio para presumir vestidos de militar y contarnos las batallas en
las que luchaban. Todos los huérfanos teníamos un número [Jaime era el
12] y era tradición que nos hiciesen regalos o nos diesen dinero a lo
que habíamos heredado el suyo».
El episodio más grave lo vivió en 1938, cuando el colegio fue
objetivo de un ataque de la aviación republicana y él mismo fue
alcanzado por las bombas. «Sonó la sirena y todos bajaron a refugiarse
al sótano menos yo y un amigo que estábamos terminando una partida». La metralla le dio de lleno,
por rebelde, y le llevó ocho meses al hospital con heridas en la cabeza
y el intestino fragmentado. «Tuve hasta 60 heridas y no había
antibióticos para curarlas, sólo Ceregumil y sidra, que decían que desinfectaba.
Comíamos manzana sin parar», recuerda entre risas. «Creo que en la zona
nacional se sufrió menos que en la roja, hubo menos bombardeos»,
concede después. Jaime pasó los tres años de contienda interno en ese
centro sin saber nada de su familia. «La guerra fue terrible para los
que estábamos en bandos separados. Había una falta total de
comunicación. Yo ni siquiera sabía si mi madre estaba viva. Fueron tres
años eternos».
Así llegó febrero del 39 y con él, las noticias de que iban a tomar
Madrid. Así que Jaime, que llevaba tres años escuchado hablar del frente
sin hacerse una idea de cómo era, se escapó vestido con su uniforme de
huérfano militar y se subió a un camión de soldados rumbo a la capital para ser testigo de la gesta.
Logró encontrar a su familia, a la que regresaban esos días todos los
miembros que habían estado diseminados por la contienda: uno de sus
primos —falangista—, su padrino —sublevado en Melilla—, y su hermano
mayor, también falangista, que estaba en la resistencia en Madrid
retenido por los republicanos. «Le habían detenido y en vez de mandarle a
una checa para fusilarle, le enviaron al campo de batalla como castigo.
Así que asistió a la toma de la ciudad desde un batallón de
fortificación del frente rojo. Esos días, la capital era el punto de
encuentro de muchos militares que iban al Desfile de la Victoria».
Su hermano, su primo y su padrino cumplieron su deseo de ver el campo
de batalla y le llevaron a Ciudad Universitaria, donde había unas
tablillas que delimitaban los bandos: 'nosotros', 'ellos'. «Entonces mi
hermano dijo algo revelador: 'Acabamos de ganar la guerra, pero acabamos de perder la paz.
Un ejército que en las trincheras explica la contienda distinguiendo
entre bandos, va a hacer imposible la reconciliación. Así nunca se
podrán superar las causas que llevaron a esto».
Marcado por esa reflexión, Jaime pasó la posguerra de campamento en
campamento con el Frente de Juventudes: «Hacíamos actividades
relacionadas con el aire libre y pedíamos 'por Todos los caídos por una
España mejor'», plegaria, que —asegura— incluía a los dos bandos. Y pone
como ejemplo de esa pluralidad de las juventudes de Falange el hecho de
que el padre del jefe de su centuria había sido fusilado por Franco.
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