Desde su
aparición sobre la Tierra, el Hombre es el Rey de la Creación.
Desde el
pecado original, debe ganarse el pan con el sudor de su frente.
Pero desde
muy antiguo, los hombres inclinados al pecado quisieron aprovecharse del
trabajo de otros hombres y dominarlos. Emplearon tres métodos:
-
La
invasión de otros pueblos, su dominación y el saqueo de sus bienes.
-
La
esclavitud, haciendo a otros trabajar sustentándolos mientras fueran útiles.
-
La
usura, como manejo financiero para terminar haciéndose con los bienes de los
demás.
Todos esos
métodos siguen siendo utilizados por el Nuevo Orden Mundial que padecemos:
-
Invasión
de países para apoderarse de sus riquezas, especialmente el petróleo y las
materias primas. A veces imponiendo regímenes políticos o tiranuelos.
-
Imponiendo
el papel que sale de una imprenta de un país como único medio de intercambio
económico internacional. El dólar.
-
Diezmando
dramáticamente la población de las naciones para no tener que ocuparse de bocas
que alimentar, recurriendo al abominable crimen del aborto y a la eutanasia.
-
Imponiendo
condiciones de trabajo esclavistas, con bajos salarios y largas y duras
jornadas.
-
Hipotecando
a las naciones, a las que se deja sin poder emitir moneda propia y animándolas
a endeudarse con préstamos.
-
Con
los impuestos, que son verdaderamente confiscatorios por lo elevados, y que
suplen con ventaja a la privación de la propiedad privada que hacía el
Comunismo. Es mejor que las propiedades las tengan los individuos, que las
cuiden y que paguen por ellas. Lo conocemos como IRPF, IVA, IBI, multas y tasas
sin cuento.
Frente a esa
situación que nos conduce al privilegiado modo de vida de unos pocos y a los
apuros y necesidades de la gran mayoría, hay otro modo de hacer política,
economía y sociedad.
Es el modo
en el que la civilización occidental y cristiana se fue forjando en el decurso
de los siglos.
Unos hombres
que decidieron vivir en castidad, pobreza y obediencia, se juntaron para vivir,
rezar y trabajar juntos. Ora et labora era su divisa. Eran los monjes.
Esos hombres
no sólo salvaron la cultura de la invasión de los bárbaros y de los musulmanes,
sino que construyeron otro modo social de propiedad que les permitía acrecentar
su riqueza. Y aquellas tierras que iban incorporando se cedían a los que no
tenían tierras, que podían labrarlas pagando el diezmo. Y los recursos que se
obtenían de ese modo se empleaban en dar trabajo en las numerosas iglesias
catedrales, en los monasterios y también en la construcción y mantenimiento de
escuelas, hospitales, asilos, leproserías, universidades y obras sociales.
Ese modelo
se extendió también a muchos ayuntamientos, que tenían bienes comunales. Y así
el hombre estaba próximo a la propiedad de aquellos medios de producción, los
sentía como propios y acrecentaba su hacienda familiar y la dote de sus hijos.
Así era
también en la producción artesana, donde los oficios formaban gremios y donde
el trabajador entraba de aprendiz y subía a oficial y maestro hasta fundar su
propio taller.
Y se
formaron cofradías de pescadores y hermandades de regantes que han subsistido
hasta nuestros días.
Pero aquella
formidable obra civilizadora fue derrumbada por los hijos de las tinieblas, los
que llevan conspirando siglos para someter a la humanidad. Y si de aquí, de
España, fueron expulsados porque el pueblo odiaba sus métodos usureros y su
acumulación de riqueza, volvieron de manos de la Revolución Francesa y de las
ideas democráticas.
Algo más
diremos de ellos mañana ante el monumento del Paseo del Prado a las 6 de la
tarde, al que os invito a asistir, porque el patriotismo debe tomar las calles
día tras día.
Aquellas
ideas triunfaron con el liberalismo y así se produjo el gran latrocinio de la
Desamortización, obra de las logias con el judío y masón Méndez, que cambió su
apellido por Mendizábal, para prohibir todas las órdenes religiosas y quedarse
con su inmenso patrimonio, repartido entre los amiguetes que tenían posibles y
que en adelante constituyeron la base social de un régimen extraño y
extranjero. Esa fue la base del naciente capitalismo, pues los agricultores,
obligados a pagar, no el diezmo, sino la mayor parte de su trabajo, hubieron de
abandonar el campo y alojarse en los extrarradios de las ciudades, alistándose
en las fábricas que podían ahora levantar los terratenientes enriquecidos con
aquel maná del poder liberal. Los obreros se volvieron esclavos.
Fue el gran
latrocinio de los ricos contra los pobres, que además quedaron sin instrucción
religiosa y pronto sus hijos fueron víctimas de las propagandas ateas y
anticlericales. Así nacieron socialismo, comunismo y anarquismo. Y así cayó
nuestro Imperio y así España quedó postrada y aparecieron los nacionalismos
para repartirse la túnica inconsútil del suelo sagrado de nuestra Patria.
Hasta que un
siglo después aquel desvarío terminó en la tragedia de la Guerra Civil, donde
la España auténtica resurgió de sus cenizas, combatió a muerte y venció de
consuno a la masonería, al comunismo, socialismo, anarquismo y al separatismo.
Y cuando
otra vez se pusieron en práctica los principios salvadores de la Civilización
Occidental y Cristiana, aquella Revolución Nacional hizo posible salir a España
de su postración y hacerse Una, Grande y Libre.
Y volvió la
hoz al trigal, y el martillo al taller (*), y el agua remansada en pantanos
fecundó la tierra seca. Y desaparecieron los partidos y las luchas fratricidas.
Y hubo paz, prosperidad y orden. Y Familia. Y Religión.
Y seguridad
social, y salarios dignos, horarios laborales, vacaciones pagadas, jubilación,
escolaridad, convenios colectivos, universidades laborales. Y pleno empleo. Y
Capital, Técnica y Trabajo unidos en Sindicatos Verticales, participando en
todas las instituciones de la Nación. Y los trabajadores participando en la
propiedad de las empresas, en cooperativas, y en los consejos de administración de las
sociedades anónimas.
Porque eso
queremos. Esa es la esencia de nuestra cosmovisión, de la Justicia Social en el
orden laboral. Que el trabajador sea propietario o copropietario de los medios
de producción. Porque así no habrá explotación, ni huelga, ni deslocalización
para llevarse la empresa al Tercer Mundo, ni se podrán comprar empresas para
cerrarlas y eliminar la competencia, porque no lo permitirían sus trabajadores
cooperativistas o el accionariado obrero.
No quiero
olvidarme del trabajo más digno y sublime de todos. El de la mujer en el hogar.
Recordemos a nuestras abuelas, nuestras madres y nuestras mujeres que supieron
hacernos la vida fácil y feliz. Que supieron en la escasez hacer unas sopas de
ajo más ricas que los mejores platos del Ritz. Que remendaron nuestras ropas
para que fuéramos bien vestidos. Y lavaron y fregaron hasta el cansancio y la
extenuación.
Pero los
nobles ideales no son realizables sólo por los programas, ni el camino puede
andarse sin elevar la vista y mirar al horizonte.
Hay en
nosotros un afán espiritual, porque así como la Tierra no da fruto sin agua y
sin sol, así es imposible que nuestros deseos se hagan realidad sin la ayuda de
Dios.
Nos lo dice
El: “Sin Mí no podéis hacer nada”. Jn XV, 5.
Y lo dice el
Salmista: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles;
Si el Señor
no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”. Salmo 126 1
Por eso en
esta mañana soleada y clara como la Verdad que profesamos, proclamemos en alta
voz que este Primero de Mayo es cristiano y español.
Viva San
José Artesano y Obrero
Viva Jesús
Divino Obrero.
Arriba
España.
(*) Del
Himno del Trabajo de los Sindicatos Verticales. Alusión a los emblemas vencidos
del comunismo.