miércoles, 7 de mayo de 2025

Conferencia de José Luis Corral sobre Pío XI

 

Texto de la conferencia pronunciada por José Luis Corral sobre Pío XI en las XXXIV Jornadas por la Reconquista de la Unidad Católica de España, celebradas en La Puebla de Alfindén (Zaragoza). 3-5-2025.

PÍO XI 

Pío XI (en latín: Pius PP. XI), de nombre secular Achille Damiano Ambrogio Ratti (Desio, 31 de mayo de 1857-Ciudad del Vaticano, 10 de febrero de 1939) fue el 259.º papa de la Iglesia católica desde su elección en 1922 hasta su muerte, así como el primer soberano de la Ciudad del Vaticano tras su proclamación como Estado independiente en 1929, lo que hace que su pontificado comprenda casi todo el período de entreguerras.  

Nació el 31 de mayo de 1857, en Desio, en la casa que actualmente alberga el Museo Casa Natal de Pío XI y el Centro Internacional de Estudios y Documentación de Pío XI.   

Era el cuarto de cinco hijos, y fue bautizado el día después de su nacimiento como Ambrogio Damiano Achille Ratti (el nombre de Ambrogio, en honor de su abuelo, quien era su padrino de bautismo). Su padre, Francesco Ratti, fue director de varias fábricas de seda,[pero su escaso éxito obligó a su familia a trasladarse de manera constante por motivos de trabajo. Su madre, Teresa Galli, originaria de Saronno, era hija de un hotelero.  

Comenzó su carrera eclesiástica siguiendo el ejemplo de su tío Damiano Ratti, estudiando primero en el seminario de Seveso (1867), y luego en Monza. Desde 1874 formó parte de la Tercera Orden de San Francisco. En 1875 comenzó sus estudios de teología, los tres primeros años en el Seminario Mayor de Milán y el último seminario en Seveso. En octubre de 1879, durante sus estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana, residió en el Colegio Lombardo de Roma y, el 20 de diciembre del mismo año, fue ordenado sacerdote en la basílica de San Juan de Letrán por el cardenal vicario Raffaele La Valletta.   

Ratti era un hombre de vasta erudición, y obtuvo tres grados durante sus años de estudios en  

Roma: filosofía en la Academia de Santo Tomás de Aquino, derecho canónico en la Universidad Gregoriana y teología en La Sapienza. También tuvo una fuerte pasión tanto por los estudios literarios (Dante y Alessandro Manzoni eran sus preferidos), como para los estudios científicos, de modo que estaba en duda la conveniencia de emprender el estudio de las matemáticas. En este sentido fue gran amigo y, por cierto tiempo, colaborador de Giuseppe Mercalli, notable geólogo e inventor de la escala de magnitud de terremotos del mismo nombre, que era conocido como un maestro en el seminario de Milán.   

Funciones durante el sacerdocio  

Desde 1882 hasta 1907, fue profesor de teología en el Seminario de San Pedro Mártir, y de sagrada elocuencia y lengua hebrea en el Seminario Teológico de Milán. Entre 1907 y 1911, fue prefecto de la Biblioteca Ambrosiana.[1] Llamado por Pío X a la curia romana, se convierte en viceprefecto de la Biblioteca Vaticana en 1912; prefecto de la misma, canónigo de la Patriarcal Basílica Vaticana y protonotario apostólico en 1914. En 1918, es nombrado visitador apostólico en Polonia y Lituania. Realizó varias misiones diplomáticas a pedido del papa León XIII. Entre junio de 1891 y 1893, visitó el Imperio austriaco y Francia junto a Giacomo Radini-Tedeschi, compañero de Ratti en el Seminario Lombardo de Roma.  

Ratti también era un educador válido, no solo en el entorno escolar. Desde 1878 fue profesor de matemáticas en el seminario menor.   

Como capellán del Cenáculo de Milán, una comunidad religiosa dedicada a la educación de las niñas (celebrada de 1892 a 1914), pudo ejercer una actividad pastoral y educativa muy eficaz, al entrar en contacto con niñas y niños de todos los estados y condiciones. Pero, sobre todo, con la buena sociedad milanesa:

Gonzaga, Castiglione, Borromeo, Della Somaglia, Belgioioso, Greppi, Thaon de Revel, Jacini, Osio, Gallarati Scotti.   

Este ambiente fue atravesado por diferentes opiniones: algunas familias estaban más cerca de la monarquía y el catolicismo liberal, otras eran intransigentes, en línea con el observador católico de Don Davide Albertario. A pesar de no mostrar una simpatía explícita por ninguna de las dos corrientes, el joven Ratti tenía relaciones muy estrechas con los Gallarati Scotti, que eran intransigentes; fue catequista y tutor del joven Tommaso Gallarati Scotti, hijo de Gian Carlo, príncipe de Molfetta, y de María Luisa Melzi d'Eril, quien más tarde se convirtió en una conocida diplomática y escritora.  

Episcopado y cardenalato  

En 1919 el papa Benedicto XV lo nombró arzobispo titular de Naupactusuna diócesis in partibus infidelibus, que tuvo su sede en la ciudad griega de Lepanto, al ser designado nuncio en Polonia. Fue consagrado por el Primado y Regente de Polonia Aleksander Kakowski.[3] En 1921 su sede titular fue cambiada por la de Adana. Este mismo año fue nombrado arzobispo de Milán y el mismo día cardenal presbítero del título de SS. Silvestro e Martino ai Monti.  

Elección Papal  

El 6 de febrero de 1922, en el cónclave que siguió a la muerte de Benedicto XV, resultó elegido papa. Era un hombre de estudio, de una cultura excepcional y además estaba muy bragado en los asuntos de la curia romana, pero su experiencia pastoral y cardenalicia se limitaba a unos pocos meses.   

Fue coronado tres días después de su elección por el cardenal Louis Billot, S.J., al estar indispuesto el cardenal Gaetano Bisleti, protodiácono de S. Agata in Suburra. La ceremonia tuvo lugar en la explanada del Vaticano, y se convirtió en la primera coronación papal celebrada públicamente desde que, en 1870, Pío IX proclamó la «cautividad» de la Iglesia católica. Sus predecesores habían sido coronados en ceremonias restringidas, ya sea en la Basílica de San Pedro o en la más exclusiva Capilla Sixtina (caso este último de León XIII, Pío X y Benedicto XV).   

Papado  

Por su extensa actividad, Pío XI habría de merecer diversos títulos: «el papa de las encíclicas», por haber escrito una treintena de estas; «el papa de los concordatos», al buscar mejorar las condiciones de la Iglesia en diversos países mediante la firma de 23 convenios; «el papa de la Acción Católica», pues uno de los principales objetivos de su pontificado fue organizar a los laicos a través de la Acción Católica, con el fin de cristianizar todos los sectores de la sociedad; «el papa de las misiones», por su impulso a la actividad misionera; y «el papa de las canonizaciones», por haber elevado a los altares a 33 santos y haber dado cauce en su pontificado a 500 beatificaciones. Entre los santos proclamados por este papa se encuentran Tomás Moro, Juan María Vianney y Roberto Belarmino. Entre las canonizaciones más recordadas, se encuentran las de Teresa de

Lisieux (1925), Juan Bosco (1934) y Bernadette Soubirous, vidente de las apariciones marianas en Lourdes —proclamada santa durante el Jubileo de la Redención de 1933.[4] Además, durante su papado también proclamó doctores de la Iglesia a san Juan de la Cruz y san Alberto Magno.   

 

 

Relaciones con la Italia fascista  

Como se señaló anteriormente, el papado de Pío XI se caracterizó por la resolución de la llamada «cuestión romana», tema pendiente desde la ocupación de los Estados Pontificios por el Reino de Italia en 1870. Los pactos de Letrán firmados en febrero de 1929 por el Secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Gasparri, en representación de Pío XI, y por el primer ministro italiano Benito Mussolini, crearon el Estado de la Ciudad del Vaticano, reconociendo su soberanía e independencia. Estos acuerdos habían sido buscados por ambas partes, y a ambas convenían. Mussolini quería un acercamiento a los católicos, cuya posición ante el fascismo había sido bastante fría e incluso tensa. Por su parte, la Iglesia católica obtenía el reconocimiento de derecho de un Estado propio que, aunque reducido a una mínima expresión territorial, lo colocaba dentro del concierto de las naciones

del mundo, con capacidad de establecer relaciones diplomáticas. Además, se indemnizó a la Santa Sede por los territorios perdidos en 1870; se declaró a la religión católica como única reconocida en toda Italia, y se reconoció efectos civiles al matrimonio canónico, celebrado de acuerdo con el nuevo Código de Derecho Canónico. Todo eso condujo a Pío XI a calificar a Mussolini como «un hombre de la Providencia».[6] En 1926, el Partido Popular Italiano fundado por el sacerdote católico Luigi Sturzo había sido declarado ilegal por el régimen fascista. En las elecciones italianas de marzo de 1929, se animó a los católicos italianos a que votaran a los fascistas.   

Por otra parte, tanto las unidades militares como las formaciones fascistas contaban con capellanes católicos, como en España se vio también durante el franquismo.  

El 13 de mayo de 1929 Mussolini, en su discurso con motivo de la ratificación parlamentaria de los pactos, afirmó la supremacía de los derechos del Estado sobre la Iglesia; las medidas tomadas contra la Acción Católica y la imposición del monopolio estatal en la educación movieron al papa a la publicación de la encíclica Divini illius Magistri (31.12.1929). El 30 de mayo de 1931 Mussolini disolvió las asociaciones juveniles de Acción Católica y, poco después, Pío XI denunció el totalitarismo pagano del fascismo en la encíclica Non abbiamo bisogno (29.06.1931), aunque dejando claro que no se condenaban ni al Régimen ni al Partido. Pero tras la firma de los acuerdos sobre la Acción Católica, en septiembre de ese año, el Estado italiano retiraba las medidas tomadas y recuperaba su sintonía con la Santa Sede; dicho acercamiento culminó con la concesión en enero de 1932 a Mussolini por parte de Pío XI de la Orden de la Espuela de Oro y la visita oficial del Duce al Vaticano, en la que se siguió el protocolo dado a los reyes y considerada «una de las más importantes de los últimos tiempos».  

Cuando Mussolini atacó al estado soberano de Etiopía sin una declaración formal de guerra (3 de octubre de 1935), Pío XI, aunque desaprobaba la iniciativa italiana y temía el acercamiento de Italia a Alemania, renunció a condenar públicamente la guerra. La única intervención de condena del papa (27 de agosto de 1935) fue seguida de llamadas e intimidaciones del gobierno italiano durante las cuales intervino el propio Mussolini, que le hizo llegar el mensaje de que el pontífice no debería haber hablado de la guerra si pretendía mantener buenas relaciones con Italia. De la posición de silencio que oficialmente mantuvo Pío XI sobre el conflicto, nació la imagen de un alineamiento vaticano con la política de conquista del régimen: si el papa guardaba silencio y si permitía que obispos, cardenales, intelectuales católicos bendijeran públicamente la heroica misión, de fe y civilización de Italia en África, significó que, en el fondo, aprobaba esa guerra y dejaba que el alto clero dijera lo que no podía afirmar directamente debido al carácter supranacional de la Santa Sede.   

Así lo interpreta el historiador John Pollard que considera que el apoyo del papado a la guerra de Abisinia supuso un golpe a su credibilidad como estado neutral, echando por tierra algunos de los beneficios obtenidos en los Pactos de Letrán de 1929,[10] y el escándalo que produjo esta guerra entre muchos sectores católicos del mundo occidental, tras la anexión italiana de Abisinia que el papa lo comparó con "el triunfo de los buenos" e impulsó la italianización de las misiones cristianas en el África Oriental Italiana.[10] Pío XI llegó a felicitar por el triunfo militar al Mariscal Rodolfo Graziani,  

Pío XI y la Iglesia de Méjico  

El 18 de noviembre de 1926, Pío XI daba al mundo su novena encíclica, la Iniquis afflictisque, primera de tres encíclicas en las que el papa elevaría su voz para protestar y dar a conocer al mundo civilizado, comenzando por el católico, las graves dificultades que ese momento padecía la Iglesia en Méjico que, con la promulgación de la Ley Calles, restringió la libertad de culto y limitó las actividades de la Iglesia católica. Entre sus normas, estaban la limitación del número de sacerdotes a uno por cada seis mil habitantes, la expulsión de los sacerdotes extranjeros, la necesidad de una licencia expedida por el Congreso de la Unión o los estados para poder ejercer el ministerio sacerdotal, así como la prohibición del culto católico fuera de los templos.   

Ante esto, el papa declaró:   

Movidos por la conciencia de nuestro deber apostólico, seremos nosotros quienes gritaremos para que, desde este Padre común, todo el mundo católico escuche, por una parte, cómo ha sido la desenfrenada tiranía de los enemigos de la Iglesia y, por otra, la heroica virtud y perseverancia de los obispos, de los sacerdotes, de las familias religiosas y de los laicos.

En Iniquis afflictisque, el pontífice denunciaba lo que consideraba una persecución que, en sus propias palabras, «ni en los primeros tiempos de la Iglesia ni en los tiempos sucesivos los cristianos fueron tratados en un modo más cruel, ni sucedió nunca en lugar alguno que, conculcando y violando los derechos de Dios y de la Iglesia, un restringido número de hombres, sin ningún respeto por su propio honor, sin ningún sentimiento de piedad hacia sus propios conciudadanos, sofocara de manera absoluta la libertad de la mayoría con argucias tan premeditadas, añadiéndole una apariencia de legislación para disfrazar la arbitrariedad». Esto alentaría la violencia en México en lo que se denominarían las guerras cristeras, que le costaría luego a los gobiernos de Calles y de Portes Gil y al pueblo mexicano tres años más de conflictos.  

Calles afirmaba: “Si tus tiránicos padres no te dejar ir a la escuela que la revolución construyó para tí, desprécialos; ningún favor ni gratitud les debes, ya que no fuiste fruto de dolor sino de vil placer: ellos quieren tenerte siempre en el obscurantismo fanático y egoísta de su férula despótica: quieren que sigas siendo esclavo abyecto de sus estúpidos caprichos, como ellos lo fueron de sus retrógrados antecesores; ÓDIALOS”.(DONOSO Z., Luis, La verdad más grande de la historia, Santiago de Chile, 1937, págs. 104-105). Gil Cortés por su parte: "La lucha se inició hace veinte siglos. De suerte, pues, que no hay que espantarse: lo que debemos hacer es estar en nuestro nuevo puesto, no caer en el vicio en que cayeron los gobiernos anteriores… que tolerancia tras tolerancia, y contemplación tras contemplación, los condujo a la anulación absoluta de nuestra legislación. Lo que hay que hacer, pues es estar vigilantes. Los gobernantes y los funcionarios públicos, celosos de cumplir la ley y de hacer que se cumpla. Y mientras esté yo en el gobierno, ante la Masonería yo protesto que seré celoso de que las leyes de México, las leyes constitucionales que garantizan plenamente la conciencia libre, pero que someten a los ministros de las religiones a un régimen determinado; yo protesto, digo, ante la Masonería que mientras yo esté en el gobierno se cumplirá estrictamente con la legislación" (Del discurso pronunciado por el masón y anticatólico, Presidente de México, Emilio Portes Gil, el 27 de julio de 1929 ante los líderes de la Masonería, tras la firma de los "Arreglos" que pusieron fin al levantamiento cristero).  

Los Arreglos supusieron la reanudación del culto católico, pero los cristeros fueron perseguidos y asesinados por todas partes, pudiendo huir algunos a Estados Unidos. Esa persecución duró decenios, durante los cuales gobernó el PRI, el Partido Revolucionario Institucional, prácticamente hasta el año 2000, en que triunfó Vicente Fox con el Partido de Acción Nacional. Ahora parece que volvemos a las andadas con los gobiernos narcoterroristas y el MORENA, que exige a España pedir perdón por la Conquista y creación de la Nueva España.  

La Acción Francesa de Charles Maurras  

El Pontífice puso en el Índice varios libros de Charles Maurras y condenó parcialmente “La Acción Francesa”, que era un movimiento monárquico, antidemocrático y antirevolucionario, con fuertes apoyos en la Iglesia, como el Cardenal Jesuita Billot. Y que tuvo repercusiones en todo el mundo, incluida España con “Acción Española” de Ramiro de Maeztu, Vegas Latapié, Víctor Pradera, etc.   

Vino motivado por el agnosticismo de Maurras, que perdió la fe a causa de la sordera padecida a los 14 años, lo cual le puso en rebeldía contra Dios y contra la Iglesia. Además, la Iglesia existía en la licitud de diversas formas de gobierno contra la pretensión de ser la monarquía la única forma legítima.  

Pío XII levantaría la condena y Maurras, que colaboró con Petain y fue condenado a muerte, volvió a la Fe y recibió los sacramentos poco antes de morir en prisión en 1952.  Conflictos con el nazismo  

Firma del Reichskonkordat el 20 de julio de 1933. El prelado alemán Ludwig Kaas, el vicecanciller alemán Franz von Papen, en representación de Alemania, Mons. Giuseppe Pizzardo, el cardenal Eugenio Pacelli, Mons. Alfredo Ottaviani, y el embajador alemán Rudolf Buttmann. Von Papen sería purgado y dos de sus colaboradores asesinados como los dirigentes de las SA que habían llevado a Hítler al poder, la Noche de los Cuchillos Largos, el 1 de julio de 1934. Pero luego fue embajador de Alemania en Austria y Turquía, consiguiendo mantener a esta nación en neutralidad. Salvó bastantes judíos, aunque no tantos como Franco. Fue juzgado y absuelto en Nuremberg.  

De tono similar fue el concordato celebrado con la Alemania nazi el 20 de julio de 1933, cuando el cardenal alemán Faulhaber lo llamó «el mejor amigo de los nazis», y que implicó, como el Tratado de Letrán para Italia, la imposición del Código de Derecho Canónico en Alemania y la desarticulación de la intervención en política de los católicos. En el caso de Alemania, el Partido del Centro del excanciller Heinrich Brüning y de clara raíz democristiana fue disuelto, con lo que los nazis quedaron sin oposición legal alguna en su país. En 1934, para no entorpecer sus relaciones con los fascistas, prohibió a la conferencia mundial judía que mencionara su nombre a propósito de una supuesta defensa de los judíos.   

A pesar de su intransigente anticomunismo, que compartía con quien era uno de sus colaboradores más cercanos Eugenio Pacelli, futuro Pío XII—, hacia el final de su pontificado, en marzo de 1937, Pío XI publicó la encíclica Mit brennender Sorge (Con ardiente preocupación) sobre la situación de la Iglesia católica en el Reich alemán. Dirigida «a los venerables hermanos, arzobispos, obispos y otros ordinarios de Alemania en paz y comunión con la Sede Apostólica», fue dada el 14 de marzo. En ese contexto, la referencia a espíritus superficiales que caen «en el error de hablar de un Dios  nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios», no deja dudas de su reprobación al régimen nazi.  

Algunas frases del documento son las siguientes:   

Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son como gotas de agua en el caldero (Is 40, 5).  Pío XI, Mit brennender Sorge, 15  

[...]Con presiones ocultas y manifiestas, con intimidaciones, con perspectivas de ventajas económicas, profesionales, cívicas o de otro género, la adhesión de los católicos a su fe —y singularmente la de algunas clases de funcionarios católicos— se halla sometida a una violencia tan ilegal como inhumana. Nos, con paterna emoción, sentimos y sufrimos profundamente con los que han pagado a tan caro precio su adhesión a Cristo y a la Iglesia; pero se ha llegado ya a tal punto, que está en juego el último fin y el más alto, la salvación, o la condenación; y en este caso, como único camino de salvación para el creyente, queda la senda de un generoso heroísmo. Cuando el tentador o el opresor se le acerque con las traidoras insinuaciones de que salga de la Iglesia, entonces no habrá más remedio que oponerle, aun a precio de los más graves sacrificios terrenos, la palabra del Salvador: Apártate de mí, Satanás, porque está escrito: al Señor tu Dios adorarás y a El sólo darás culto (Mt 4,10; Lc 4,8) [...] Pío XI, Mit brennender Sorge, 24  

[...]Si personas, que ni siquiera están unidas por la fe de Cristo, os atraen y lisonjean con la seductora imagen de una iglesia nacional alemana, sabed que esto no es otra cosa que renegar de la única Iglesia de Cristo [...] Pío XI, Mit Brennender Sorge, 25  

Adolf Hitler ordenó a Reinhard Heydrich, jefe de la Gestapo, que incautara y destruyera todas las copias del mismo y las relaciones entre Alemania y la Santa Sede se enturbiaron.   

CARTA ENCÍCLICA  

DILECTISSIMA NOBIS  

DEL SANTÍSIMO SEÑOR NUESTRO  

PÍO  

POR DIVINA PROVIDENCIA  PAPA XI  

A LOS OBISPOS, AL CLERO  

Y A TODO EL PUEBLO DE ESPAÑA  

  

SOBRE LA INJUSTA SITUACIÓN CREADA A LA IGLESIA CATÓLICA EN ESPAÑA  

   

A NUESTROS AMADOS HIJOS  

CARDENAL FRANCISCO VIDAL Y BARRAQUER ARZOBISPO DE TARRAGONA  

CARDENAL EUSTAQUIO ILUNDÁIN Y ESTEBAN  

ARZOBISPO DE SEVILLA  

Y A LOS OTROS VENERABLES HERMANOS  

ARZOBISPOS Y OBISPOS  

Y A TODO EL CLERO Y PUEBLO DE ESPAÑA  (1)

PÍO PP. XI  

VENERABLES HERMANOS Y AMADOS HIJOS  

SALUD Y APOSTÓLICA BENDICIÓN  

   

Siempre Nos fue sumamente cara la noble Nación Española por sus insignes méritos para con la fe católica y la civilización cristiana, por la tradicional y ardentísima devoción a esta Santa Sede Apostólica y por sus grandes instituciones y obras de apostolado, pues ha sido madre fecunda de Santos, de Misioneros y de Fundadores de ínclitas Ordenes Religiosas, gloria y sostén de la Iglesia de Dios.  

Y precisamente porque la gloria de España está tan íntimamente unida con la religión católica, Nos sentirnos doblemente apenados al presenciar las deplorables tentativas, que, de un tiempo a esta parte, se están reiterando para arrancar a esta Nación a Nos tan querida, con la fe tradicional, los más bellos títulos de nacional grandeza. No hemos dejado de hacer presente con frecuencia a los actuales gobernantes de España —según Nos dictaba Nuestro paternal corazón— cuán falso era el camino que seguían, y de recordarles que no es hiriendo el alma del pueblo en sus más profundos y caros sentimientos, como se consigue aquella concordia de los espíritus, que es indispensable para la prosperidad de una Nación. Lo hemos hecho por medio de Nuestro Representante, cada vez que amenazaba el peligro de alguna nueva ley o medida lesiva de los sacrosantos derechos de Dios y de las almas. Ni hemos dejado de hacer llegar, aun públicamente, nuestra palabra paternal a los queridos hijos del clero y pueblo de España, para que supiesen que Nuestro Corazón estaba más cerca de ellos, en los momentos del dolor. Mas ahora no podemos menos de levantar de nuevo nuestra voz contra la ley, recientemente aprobada, referente a las Confesiones y Congregaciones Religiosas, ya que ésta constituye una nueva y más grave ofensa, no sólo a la religión y a la Iglesia, sino también a los decantados principios de libertad civil, sobre los cuales declara basarse el nuevo régimen español.  

Ni se crea que Nuestra palabra esté inspirada en sentimientos de aversión contra la nueva forma de gobierno o contra otras innovaciones, puramente políticas, que recientemente han tenido lugar en España. Pues todos saben que la Iglesia Católica, no estando bajo ningún respecto ligada a una forma de gobierno más que a otra, con tal que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, no encuentra dificultad en avenirse con las diversas instituciones civiles sean monárquicas, o republicanas, aristocráticas o democráticas.  

Prueba manifiesta de ello son, para. no citar sino hechos recientes, los numerosos Concordatos y Acuerdos, estipulados en estos últimos años, y las relaciones diplomáticas, que la Santa Sede ha entablado con diversos Estados, en los cuales, después de la última gran guerra, a gobiernos monárquicos han sustituido gobiernos republicanos.  

Ni estas nuevas Repúblicas han tenido jamás que sufrir en sus instituciones, ni en sus justas aspiraciones a la grandeza y bienestar nacional, por efecto de sus amistosas relaciones con la Santa Sede, o por hallarse dispuestas a concluir con espíritu de mutua confianza, en las materias que interesan a la Iglesia y al Estado, convenios adaptados a las nuevas condiciones de los tiempos.  

Antes bien, podemos afirmar con toda certeza, que los mismos Estados han reportado notables ventajas de estos confiados acuerdos con la Iglesia; pues todos saben, que no se opone dique más poderoso al desbordamiento del desorden social, que la Iglesia, la cual siendo educadora excelsa de los pueblos, ha sabido siempre unir en fecundo acuerdo el principio de la legítima libertad con el de la autoridad, las exigencias de la justicia con el bien de la paz.  

Nada de esto ignoraba el Gobierno de la nueva República Española, pues estaba bien enterado de las buenas disposiciones tanto Nuestras como del Episcopado Español para secundar el mantenimiento del orden y de la tranquilidad social.  

Y con Nos y con el Episcopado estaba de acuerdo no solamente el clero tanto secular como regular, sino también los católicos seglares, o sea, la gran mayoría del pueblo español; el cual, no obstante las opiniones personales, no obstante las provocaciones y vejámenes de los enemigos de la Iglesia, ha estado lejos de actos de violencia y represalia, manteniéndose en la tranquila sujeción al poder constituido, sin dar lugar a desórdenes, y mucho menos a guerras civiles. Ni, a. otra causa alguna, fuera de esta disciplina y sujeción, inspirada en las enseñanzas y en el espíritu católico, se podría en verdad atribuir con mayor derecho, cuanto se ha podido conservar de aquella paz e tranquilidad públicas, que las turbulencias de los partidos y las pasiones de los revolucionarios se han esforzado por perturbar, empujando a la Nación hacia el abismo de la anarquía.  

Por esto Nos ha causado profunda extrañeza y vivo pesar el saber que algunos, como para justificar los inicuos procedimientos contra la Iglesia, hayan aducido públicamente como razón la necesidad de defender la nueva República.  

Tan evidente aparece por lo dicho la inconsistencia del motivo aducido, que da derecho a atribuir la persecución movida contra la Iglesia en España, más que a incomprensión de la fe católica y de sus benéficas instituciones, al odio que «contra el Señor y contra su Cristo» fomentan sectas subversivas de todo orden religioso y social, como por desgracia vemos que sucede en Méjico y en Rusia.  

Pero, volviendo a la deplorable ley referente a las Confesiones y Congregaciones religiosas, hemos visto con amargura de corazón, que en ella, ya desde el principio, se declara abiertamente que el Estado no tiene religión oficial, reafirmando así aquella separación del Estado y de la Iglesia, que desgraciadamente había sido sancionada en la nueva Constitución Española.  

No nos detenemos ahora a repetir aquí cuán gravísimo error sea afirmar que es lícita y buena la separación en sí misma, especialmente en una Nación que es católica en casi su totalidad. Para quien la penetra a fondo, la separación no es más que una funesta consecuencia (como tantas veces lo hemos declarado especialmente en la Encíclica « Quas primas ») del laicismo o sea de la apostasía de la sociedad moderna que pretende alejarse de Dios y de la Iglesia. Mas si para cualquier pueblo es, sobre impía, absurda la pretensión de querer excluir de la vida pública a Dios Creador y próvido Gobernador de la misma sociedad, de un modo particular repugna tal exclusión de Dios y de la Iglesia de la vida de la Nación Española, en la cual la Iglesia tuvo siempre y merecidamente la parte más importante y más benéficamente activa, en las leyes, en las escuelas y en todas las demás instituciones privadas y públicas. Pues si tal atentado redunda en daño irreparable de la conciencia cristiana del país, especialmente de la juventud a la que se quiere educar sin religión, y de la familia, profanada en sus más sagrados principios; no menor es el daño que recae sobre la misma autoridad civil, la cual, perdido el apoyo que la recomienda y la sostiene en la conciencia de los pueblos, es decir, faltando la persuasión de ser divinos su origen, su dependencia y su sanción, llega a perder junto con su más grande fuerza de obligación, el más alto título de acatamiento y respeto.  

Que esos daños se sigan inevitablemente del régimen de separación lo atestiguan no pocas de aquellas mismas naciones, que, después de haberlo introducido en su legislación, comprendieron bien pronto la necesidad de remediar el error, o bien modificando, al menos en su interpretación y aplicación, las leyes persecutorias de la Iglesia, o bien procurando venir, a pesar de la separación, a una pacífica coexistencia y cooperación con la Iglesia.  

Al contrario los nuevos legisladores españoles, no cuidándose de estas lecciones de la historia, han adoptado una forma de separación hostil a la fe que profesa la inmensa mayoría de los ciudadanos, separación tanto más penosa e injusta, cuanto que se decreta en nombre de la libertad, y se la hace llegar hasta la negación del derecho común y de aquella misma libertad, que se promete y se asegura a todos indistintamente. De ese modo se ha querido sujetar a la Iglesia y a sus ministros a medidas de excepción que tienden a ponerla a merced del poder civil.  

De hecho, en virtud de la Constitución y de las leyes posteriormente emanadas, mientras todas las opiniones, aun las más erróneas, tienen amplio campo para manifestarse, solo la religión católica, religión de la casi totalidad de los ciudadanos, ve que se la vigila odiosamente en la enseñanza, y que se ponen trabas a las escuelas y otras instituciones suyas, tan beneméritas de la ciencia y de la cultura española. El mismo ejercicio del culto católico, aun en sus más esenciales y tradicionales manifestaciones, no está exento de limitaciones, como la asistencia religiosa en los institutos dependientes del Estado; las procesiones religiosas, las cuales necesitarán autorización especial gubernativa en cada caso; la misma administración de los Sacramentos a los moribundos, y los funerales a los difuntos.  

Más manifiesta es aún la contradicción en lo que mira a la propiedad. La Constitución reconoce a todos los ciudadanos la legítima facultad de poseer, y, como es propio de todas las legislaciones en países civilizados, garantiza y tutela el ejercicio de tan importante derecho emanado de la misma naturaleza. Pues aun en este punto se ha querido crear una excepción en daño de la Iglesia Católica, despojándola con patente injusticia de todos sus bienes. No se ha tomado en consideración la voluntad de los donantes, no se ha tenido en cuenta el fin espiritual y santo al que estaban destinados esos bienes, ni se han querido respetar en modo alguno, derechos antiquísimos y fundados sobre indiscutibles títulos jurídicos. No solo dejan ya de ser reconocidos corno libre propiedad de la Iglesia Católica todos los edificios, palacios episcopales, casas rectorales, seminarios, monasterios, sino que son declarados, —con palabras que encubren mal la naturaleza del despojo— « propiedad pública nacional ». Más aún, mientras los edificios que fueron siempre legítima propiedad de las diversas entidades eclesiásticas, los deja la ley en uso a la Iglesia Católica y a sus ministros, a fin de que se empleen, conforme a su destino, para el culto; se llega a establecer que los tales edificios estarán sometidos a las tributaciones inherentes al uso de los mismos, obligando así a la Iglesia Católica a pagar tributos por los bienes que le han sido quitados violentamente. De este modo el poder civil se ha preparado un arma para hacer imposible a la Iglesia Católica aun el uso precario de sus bienes; porque, una vez despojada de todo, privada de todo subsidio, coartada en todas sus actividades, ¿cómo podrá pagar los tributos que se le impongan?  

Ni se diga que la ley deja para el futuro a la Iglesia Católica una cierta facultad de poseer, al menos a titulo de propiedad privada, porque aun ese reconocimiento tan reducido, queda después casi anulado por el principio inmediatamente enunciado que, tales bienes sólo podrá conservarlos en la cuantía necesaria para el servicio religioso; con lo cual se obliga a la Iglesia a someter al examen del poder civil sus necesidades para el cumplimiento de su divina misión, y se erige el Estado laico en juez absoluto de cuanto se necesita para las funciones meramente espirituales; y así bien puede temerse que tal juicio estará en consonancia con el laicismo que intentan la ley y sus autores.  

Y la usurpación del Estado no se ha detenido en los inmuebles. También los bienes muebles — catalogados con enumeración detalladísima, porque no escapase nada— o sea aun los ornamentos, imágenes, cuadros, vasos, joyas, telas y demás objetos de esta clase destinados expresa y permanentemente al culto católico, a su esplendor, o a las necesidades relacionadas directamente con él, han sido declarados propiedad pública nacional.   

Y mientras se niega a la Iglesia el derecho de disponer libremente de lo que es suyo, como legítimamente adquirido, o donado a ella por los piadosos fieles, se atribuye al Estado y solo al Estado, el poder de disponer de ellos para otros fines, sin limitación alguna de objetos sagrados, aun de aquellos que por haber sido consagrados con rito especial están substraídos a todo uso profano, y llegando hasta excluir toda obligación del Estado a dar, en tan lamentable caso, compensación ninguna a la Iglesia.  

Ni todo esto ha bastado para satisfacer a las tendencias anti-religiosas de los actuales legisladores. Ni siquiera los templos han sido perdonados, los templos, esplendor del arte, monumentos eximios de una historia gloriosa, decoro y orgullo de la nación a través de los siglos; los templos, casa de Dios y de oración, sobre los cuales siempre había gozado el pleno derecho de propiedad la Iglesia Católica, la cual —magnífico título de particular benemerencia— los había siempre conservado, embellecido, y adornado con amoroso cuidado. Aun los templos —y de nuevo Nos hemos de lamentar de que no pocos hayan sido presa de la criminal manía incendiaria— han sido declarados propiedad de la Nación, y así expuestos a la ingerencia de las autoridades civiles, que rigen hoy los públicos destinos sin respeto alguno al sentimiento religioso del buen pueblo español.   

Es, pues, bien triste la situación creada a la Iglesia Católica en España.  

El Clero ha sido ya privado de sus asignaciones con un acto totalmente contrario a la índole generosa del caballeresco pueblo español, y con el cual se viola un compromiso adquirido con pacto concordatario, y se vulnera aun la más estricta justicia, porque el Estado, que había fijado las asignaciones, no lo había hecho por concesión gratuita, sino a título de indemnización por bienes usurpados a la Iglesia.  

Ahora también a las Congregaciones Religiosas se las trata, con esta ley nefasta, de un modo inhumano. Pues se arroja sobre ellas la injuriosa sospecha de que puedan ejercer una actividad política peligrosa para la seguridad del Estado, y con esto se estimulan las pasiones hostiles de la plebe a toda suerte de denuncias y persecuciones: vía fácil y expedita para perseguirlas de nuevo con odiosas vejaciones.  

Se las sujeta a tantos y tales inventarios, registros e inspecciones, que revisten formas molestas y opresivas de fiscalización y hasta, después de haberlas privado del derecho de enseñar, y de ejercitar toda clase de actividad, con que puedan honestamente sustentarse, se las somete a las leyes tributarias, en la seguridad de que no podrán soportar el pago de los impuestos: nueva manera solapada de hacerles imposible la existencia.  

Mas con tales disposiciones se viene en verdad a herir, no solo a los Religiosos, sino al pueblo mismo español, haciendo imposibles aquellas grandes Obras de caridad y beneficencia en pro de los pobres, que han sido siempre gloria magnífica de las Congregaciones Religiosas y de la España Católica.  

Todavía sin embargo, en las penosas estrecheces a que se ve reducido en España el Clero secular y regular, Nos conforta el pensamiento de que la generosidad del pueblo español, aun en medio de la presente crisis económica, sabrá reparar dignamente tan dolorosa situación, haciendo menos insoportable a los Sacerdotes la verdadera pobreza que los agobia, a fin de que puedan con renovados bríos proveer al Culto divino y al ministerio pastoral.  

Pero con ser grande el dolor que tamaña injusticia Nos produce, Nos, y con Nos Vosotros, Venerables Hermanos e Hijos dilectísimos, sentimos aún más vivamente la ofensa hecha a la Divina Majestad.  

¿No fue, por ventura, expresión de un ánimo profundamente hostil a la Religión Católica el haber disuelto aquellas Ordenes Religiosas que hacen voto de obediencia a una Autoridad diferente de la legítima del Estado?  

Se quiso de este modo quitar del medio a la Compañía de Jesús, que bien puede gloriarse de ser uno de los más firmes auxiliares de la Cátedra de Pedro, con la esperanza acaso de poder después derribar, con menor dificultad y en corto plazo, la fe y la moral cristianas del corazón de la Nación Española que dio a la Iglesia la grande y gloriosa figura de Ignacio de Loyola. Pero con esto se quiso herir de lleno — como lo declaramos ya en otra ocasión públicamente— la misma Autoridad Suprema de la Iglesia Católica. No llegó la osadía, es verdad, a nombrar explícitamente la persona del Romano Pontífice; pero de hecho se definió extraña a la Nación Española la Autoridad del Vicario de Cristo; como si la Autoridad del Romano Pontífice, que le fue conferida por el mismo Jesucristo, pudiera decirse extraña a parte alguna del mundo; corno si el reconocimiento de la autoridad divina de Jesucristo pudiera impedir o mermar el reconocimiento de las legítimas autoridades humanas; o como si el poder espiritual y sobrenatural estuviese en oposición con el del Estado, oposición que solo puede subsistir por la malicia de quienes la desean y quieren, por saber bien que, sin su Pastor, se descarriarían las ovejas y vendrían a ser más fácilmente presa de los falsos pastores.  

Mas si la ofensa que se quiso inferir a Nuestra Autoridad hirió profundamente nuestro corazón paternal, ni por un instante Nos asaltó la duda de que pudiese hacer vacilar lo más mínimo la tradicional devoción del pueblo español a la Cátedra de Pedro. Todo lo contrario; como vienen enseñando siempre hasta estos últimos años la experiencia y la historia, cuanto más buscan los enemigos de la Iglesia alejar a los pueblos del Vicario de Cristo, tanto más afectuosamente, por disposición providencial de Dios que sabe sacar bien del mal, se adhieren ellos a él, proclamando que solo de él irradia la luz que ilumina el camino entenebrecido con tantas perturbaciones y solo de él, como de Cristo, se oyen « las palabras de vida eterna».  

Pero no se dieron por satisfechos con haberse ensañado tanto en la grande y benemérita Compañía de Jesús: ahora, con la reciente ley, han querido asestar otro golpe gravísimo a todas las Ordenes y Congregaciones religiosas, prohibiéndoles la enseñanza. Con ello se ha consumado una obra de deplorable ingratitud y manifiesta injusticia. ¿Qué razón hay, en efecto, para quitar la libertad, a todos concedida, de ejercer la enseñanza, a una clase benemérita de ciudadanos, cuyo único crimen es el de haber abrazado una vida de renuncia y de perfección? ¿Se dirá, tal vez, que el ser religioso, es decir, el haberlo dejado y sacrificado todo, precisamente para dedicarse a la enseñanza y a la educación de la juventud como a una misión de apostolado, constituye un título de incapacidad para la misma enseñanza? Y sin embargo la experiencia demuestra con cuánto cuidado y con cuánta competencia han cumplido siempre su deber los religiosos, y cuán magníficos resultados, así en la instrucción del entendimiento como en la educación del corazón, han coronado su paciente labor. Lo prueba el número de hombres verdaderamente insignes en todos los campos de las ciencias humanas y al mismo tiempo católicos ejemplares, que han salido de las escuelas de los religiosos; lo demuestra el apogeo a que felizmente han llegado tales escuelas en España, no menos que la consoladora afluencia de alumnos que acuden a ellas. Lo confirma finalmente la confianza de que gozaban para con los padres de familia, los cuales habiendo recibido de Dios el derecho y el deber de educar a sus propios hijos, tienen también la sacrosanta libertad de escoger a los que deben ayudarles eficazmente en su obra educativa.  

Pero ni siquiera ha sido bastante este gravísimo acto contra las Ordenes y Congregaciones .Religiosas. Han conculcado además indiscutibles derechos de propiedad; han violado abiertamente la libre voluntad de los fundadores y bienhechores, apoderándose de los edificios con el fin de crear escuelas laicas, o sea escuelas sin Dios, precisamente allí donde la generosidad de los donantes había dispuesto que se diera una educación netamente católica..  

De todo esto aparece por desgracia demasiado claro el designio con que se dictan tales disposiciones, que no es otro sino educar a las nuevas generaciones no ya en la indiferencia religiosa, sino con un espíritu abiertamente anticristiano, arrancar de las almas jóvenes los tradicionales sentimientos católicos tan profundamente arraigados en el buen pueblo español y secularizar así toda la enseñanza, inspirada hasta ahora en la religión y moral cristianas.  

Frente a una ley tan lesiva de los derechos y libertades eclesiásticas, derechos que debemos defender y conservar en toda su integridad, creemos ser deber preciso de Nuestro Apostólico Ministerio reprobarla y condenarla. Por consiguiente Nos protestamos solemnemente y con todas Nuestras fuerzas contra la misma ley, declarando que esta no podrá nunca ser invocada contra los derechos imprescriptibles de la Iglesia.  

Y querernos aquí de nuevo afirmar Nuestra viva esperanza de que Nuestros amados hijos de España, penetrados de la injusticia y del daño de tales medidas, se valdrán de todos los medios legítimos que por derecho natural y por disposiciones legales quedan a. su alcance, a fin de inducir a los mismos legisladores a reformar disposiciones tan contrarias a los derechos de todo ciudadano y tan hostiles a la Iglesia, sustituyéndolas con otras que sean conciliables con la conciencia católica. Pero entre tanto Nos, con todo el. ánimo y corazón de Padre y Pastor, exhortamos vivamente a los Obispos, a los Sacerdotes y a todos los que en alguna manera intentan dedicarse a la educación de la juventud, a promover más intensamente con todas las fuerzas y por todos los medios, la enseñanza religiosa y la práctica de la vida, cristiana. Y esto es tanto más necesario, cuanto que la nueva legislación española, con la deletérea introducción del divorcio, osa profanar el santuario de la familia, sembrando así —junto con la intentada disolución de la sociedad doméstica— los gérmenes de las más dolorosas ruinas en la vida social.  

Ante la amenaza de daños tan enormes, recomendamos de nuevo y vivamente a todos los católicos de España, que, dejando a un lado lamentos y recriminaciones, y subordinando al bien común de la patria y de la religión todo otro ideal, se unan todos disciplinados para la defensa de la fe y para alejar los peligros que amenazan a la misma sociedad civil.  

De un modo especial invitamos a todos los fieles a que se unan en la Acción Católica, tantas veces por Nos recomendada; la cual, aun sin constituir un partido, más todavía, debiendo estar fuera y por encima de todos los partidos políticos, servirá para formar la, conciencia de los católicos, iluminándola y fortaleciéndola en la defensa de la fe contra toda clase de insidias.  

Y ahora, Venerables Hermanos y amadísimos Hijos, no acertaríamos a poner mejor fin a, esta Nuestra carta, que repitiéndoos cuanto os hemos declarado desde el principio; a saber, que más que en el auxilio de los hombres, hemos de confiar en la indefectible asistencia prometida por Dios a su Iglesia y en la inmensa bondad del Señor para con aquellos que le aman. Por esto, considerando todo lo que ha sucedido, y apesadumbrados más que todo por las graves ofensas inferidas a su Divina Majestad con las múltiples violaciones de sus sacrosantos derechos y con tantas transgresiones de sus leyes, dirigimos al cielo férvidas plegarias, demandando a Dios perdón por las ofensas contra El cometidas. El, que todo lo puede, ilumine las inteligencias, enderece las voluntades y mueva los corazones de los que gobiernan a mejores acuerdos. Con serena confianza esperamos que la voz suplicante de tantos buenos hijos, sobre todo en este Año Santo de la Redención, será benignamente acogida por la clemencia del, Padre celestial; y con esta con-fianza, para obtener que descienda sobre vosotros, Venerables Hermanos y amados Hijos, y sobre toda la Nación Española, que Nos es tan querida, la abundancia de los favores celestiales, os damos con toda la efusión de nuestra alma la Bendición Apostólica.  

Dado en Roma, junto a S. Pedro, día 3 de Junio, del año 1933, duodécimo de Nuestro Pontificado.  

PlUS PP. XI  

Al recibir a los peregrinos españoles, huidos y refugiados de la zona roja, el 14 de septiembre de 1936, Pío XI les dice:  

Estáis aquí, queridísimos hijos, para decirnos la gran tribulación de la que venís, tribulación de la que lleváis las señales y huellas visibles en vuestras personas y en vuestras cosas, señales y huellas de la gran batalla del sufrimiento que habéis sostenido, hechos vosotros mismos espectáculo a nuestros ojos y a los del mundo entero (…). Venís a decirnos vuestro gozo por haber sido dignos, como los primeros apóstoles, de sufrir pro nomine Iesu (“por el nombre deJesús”); vuestra fidelidad, mientras estáis cubiertos de oprobios por el nombre de Jesús y por ser cristianos. ¿Qué diría Él mismo, qué podemos decir Nos, en vuestra alabanza, venerables obispos y sacerdotes, perseguidos e injuriados precisamente por ser ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios? Todo esto es un esplendor de virtudes cristianas y sacerdotales, de heroísmo y martirios; verdaderos martirios, en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra, hasta el sacrificio de las vidas más inocentes, de venerables ancianos, de juventudes primaverales, hasta la intrépida generosidad que pide un lugar en el carro para unirse a las víctimas que espera el verdugo. Palabra por palabra, los españoles seguían aquellos ecos que hallaban justa resonancia en sus almas, como si ellas con toda la pesadumbre de unas horas espantosamente horribles se asomaran al mundo a dar gritos de alarma angustiosa, acusadora. El final de la alocución papal fue sobrecogedor: Diríase que una satánica preparación ha vuelto a encender más viva aún, en la vecina España, aquella llama de odio y de ferocísima persecución manifiestamente reservada a la Iglesia y a la Religión Católica, como el único verdadero obstáculo para el desencadenamiento de unas fuerzas que han dado ya razón y medida de sí mismas, en su conato de subversión en todos los órdenes, desde Rusia hasta China, desde Méjico a Sudamérica. Queremos no retardar más la Bendición paterna, apostólica, que habéis venido a pedir al Padre común de vuestras almas, al Vicario de Cristo. Bendición que vosotros, queridísimos hijos, tanto deseáis y que también vuestro Padre desea otorgaros. Bendición que vosotros tan largamente merecéis. Y como vosotros queréis, así también Nos queremos y hemos dispuesto que Nuestra voz que bendice se extienda y llegue a todos vuestros hermanos de sufrimiento y de destierro, que desearían estar con vosotros y no pueden. Sabemos cuán grande es su dispersión; quizás ha entrado también esto en los planes de la divina Providencia para más de un provechoso fin. Esta Providencia os ha querido en muchos lugares, para que vosotros en tantas y tan lejanas partes, con las señales de las tristísimas cosas que han afligido a vuestra y nuestra querida España y a vosotros mismos, llevéis el testimonio personal y vivo de la heroica adhesión a la fe de vuestros mayores, que a centenares y millares (y vosotros sois del glorioso número) ha agregado confesores y mártires al ya tan glorioso martirologio de la Iglesia de España; heroica adhesión que (lo sabemos con indecible consolación) ha dad0 incluso lugar a imponentes y piísimas reparaciones y a tan vasto y profundo despertar de piedad y de vida cristiana, especialmente en el buen pueblo español, que nos hace ver el anuncio y el principio de cosas mejores, y de más serenos días para toda España. A todo este bueno y fidelísimo pueblo, a toda esta querida y nobilísima España que ha sufrido tanto, se dirige y quiere llegar Nuestra Bendición, como va e irá, hasta el completo y seguro retorno de serena paz, Nuestra cuotidiana oración... En la explanada, bajo la atenta mirada del Papa que les impartía su bendición, los prófugos convertidos en verdaderos peregrinos no dejaban de llorar, persignarse repetidas veces y abrazarse unos a otros. Seis meses después Seis meses después de aquella audiencia, cuando todavía tendrían que pasar dos años enteros para que finalizara la guerra civil española, en sus habitaciones del Palacio Vaticano el Papa firmaba la encíclica Divini Redemptoris.  

EL COMUNISMO 

El 19 de marzo de 1937, otra carta encíclica, la Divini Redemptoris, condenaba en términos explícitos el comunismo ateo.

En ella se dice que el comunismo es un azote satánico y es intrínsecamente perverso. O sea, que no es una maldad parcial, sino total, no es que algunos aspectos sean rechazables, como en otras ideologías, sino que en su misma esencia, intrínsecamente, es perverso, es retorcidamente malo.  

Pero la lucha entre el bien y el mal quedó en el mundo como triste herencia del pecado original. y el antiguo tentador no ha cesado jamás de engañar a la humanidad con falaces promesas. Por esto, en el curso de los siglos, las perturbaciones se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros días, la cual por todo el mundo es ya o una realidad cruel o una seria amenaza, que supera en amplitud y violencia a todas las persecuciones que anteriormente ha padecido la Iglesia. Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquella en que yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor.  

3. Este peligro tan amenazador, como habréis comprendido, venerables hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que pretende derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana.  

Y por lo que toca a los errores del comunismo, ya en el año 1846 nuestro venerado predecesor Pío IX, de santa memoria, pronunció una solemne condenación contra ellos, confirmada después en el Syllabus. Dice textualmente en la encíclica Qui pluribus: «[A esto tiende] la doctrina, totalmente contraria al derecho natural, del llamado comunismo; doctrina que, si se admitiera, llevaría a la radical subversión de los derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana»[1]. Más tarde, uno predecesor nuestro, de inmortal memoria, León XIII, en la encíclica Quod Apostolici numeris, definió el comunismo como «mortal enfermedad que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola en peligro de muerte»  

Fijémonos en la temprana denuncia de la Iglesia, ya que el Manifiesto Comunista de Marx y Engels es de 1848.  

Algunos se asombran de que el Cristo del Consuelo, que está en el Santuario del Inmaculado Corazón de María de Madrid, donde se suceden las manifestaciones diarias y el rezo diario público y en la calle del Santo Rosario, le dijera el 27 de junio de 1861 a San Antonio María Claret:  

“Tu Patria tiene tres graves peligros: La República; el protestantismo, o descatolización de España; y el comunismo. Te doy tres remedios: el Trisagio, el Santísimo Sacramento y el Santo Rosario”.  

Y en 1917, la Virgen María, en Fátima, entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, viene a alertar también sobre el comunismo, justo cuando se produce la Revolución de Octubre soviética en Rusia:  

“Esta guerra está próxima a concluir. Pero antes de que muera el Papa siguiente al actual (que era Benedicto XV), vendrá otra más terrible si el mundo no se convierte y hace oración y penitencia. Una luz roja lo anunciará. Y si el mundo sigue sin convertirse, Rusia extenderá sus errores por todo el mundo y naciones enteras serán destruidas. El Padre Santo tendrá mucho que sufrir. Debe consagrar a Rusia y a todas las naciones a Mi Corazón Inmaculado, en unión con todos los obispos del mundo. Por fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”.  

Así sucedió todo, y tras Benedicto XV vino Pío XI. En febrero de 1938 se vio esa luz roja en todo el hemisferio sur. El Papa Ratti muere el 10 de febrero de 1939, pero ya ha estallado y está a punto de concluir la guerra civil española, los japoneses ya han invadido Manchuria en 1931 y China en 1937. Por su parte, Italia invadió Abisinia en 1935 y 1936. Era el inicio de la Segunda Guerra Mundial, que se formalizaría en septiembre de 1936 con la invasión de Polonia por Alemania y la Unión Soviética, aliadas tras el Pacto Molotov-Ribbentrop de agosto de 1939.  

El 31 de octubre de 1942 Pío XII hizo la Consagración pedida en Fátima, pero no pudieron hacerla todos los obispos del mundo por estar en guerra, así que al final de la II Guerra Mundial Rusia se apoderó de Europa Oriental. En 1949, China Comunista. Luego, Corea, el Sudeste Asiático, Sudán, Etiopía, Guinea, Angola, Mozambique.. En América, Cuba y Nicaragua. Y guerrillas y terrorismo por todo el mundo, como aquí ETA, FRAP Y GRAPO.  

Hasta que el 13 de mayo, día de Fátima, de 1981, Alí Agca atentó contra Juan Pablo II y casi lo mata. Era un sicario de los comunistas búlgaros y soviéticos. El Papa se da cuenta y manda hacer la Consagración con todos los obispos del mundo el 25 de marzo de 1984 y manda engarzar la bala que casi le mata en la corona de la virgen de Fátima, llevada al efecto al Vaticano.  

Se hace, al día siguiente muere un presidente comunista, Ahmed Sékou Touré, de Guinea, perseguidor de la Iglesia. Gracias a eso tenemos hoy a un Cardenal Sarah entre los papables. Luego, el 13 de mayo de 1984, un terremoto en el Polo Norte. Imposible, no hay capa tectónica, sólo es agua congelada. Se sabe después, había estallado el mayor arsenal soviético de armas nucleares en Murmansk, Mar Ártico. Iban a invadir ya Europa Occidental, en complicidad con los países gobernados por socialistas, casi todos: Felipe González en España, Mario Soares en Portugal, Mitterrand en Francia, Willy Brandt y Smicht en Alemania, Bruno Kreisky en Austria, Bettino Craxi en Italia, Andreas Papandreu en Grecia, Olof Palme en Suecia….  

Vienen luego Chernobil, el terremoto de Armenia, explosiones en oleoducto y tren Transiberianos, la derrota en Afganistán…  

Mueren  los jefes soviéticos: Breznev,  Andropov,  Chernienko,  Podgorny,  Kosyguin,  Suslov.

El 9 de noviembre de 1989 cae el Muro de Berlín. Nuestra Señora de la Almudena, encontrada en un muro que se derrumbó en 1085, tras ser escondida por los cristianos cuando la invasión musulmana de 711. Hubo que hacer procesiones y rogativas, hasta que ocurrió el milagro.  

Por fin, tras tres días de guerra civil en Rusia, los de Boris Yeltsin asaltan el Parlamento Soviético, prohíben el Partido Comunista, quitan la bandera de la hoz y el martillo y poco después se disuelve la Unión Soviética. Era el 22 de agosto de 1991, en el calendario antiguo, el Inmaculado Corazón de María. “Por fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”.  

Volvemos a la Divini Redemptoris:  

También Nos, durante nuestro pontificado, hemos denunciado frecuentemente, y con apremiante insistencia, el crecimiento amenazador de las corrientes ateas. Cuando en 1924 nuestra misión de socorro volvió de la Unión Soviética, Nos condenamos el comunismo en una alocución especial dirigida al mundo entero. En nuestras encíclicas Miserentissimus Redemptor , Quadragesimo anno, Caritate Christi , Acerba animi , Dilectissima Nobis  Nos hemos levantado una solemne protesta contra las persecuciones desencadenadas en Rusia, México y España; y no se ha extinguido todavía el eco universal de las alocuciones que Nos pronunciamos el año pasado con motivo de la inauguración de la Exposición Mundial de la Prensa Católica, de la audiencia a las prófugos españoles y del radiomensaje navideño. Los mismos enemigos más encarnizados de la Iglesia, que desde Moscú dirigen esta hucha contra la civilización cristiana, atestiguan con sus ininterrumpidos ataques de palabra y de obra que el Papado, también en nuestros días, ha continuado tutelando fielmente el santuario de la religión cristiana y ha llamado la atención sobre el peligro comunista con más frecuencia y de un modo más persuasivo que cualquier otra autoridad pública terrena.  

Queremos, por tanto, exponer de nuevo en breve síntesis los principios y los métodos de acción del comunismo ateo tal como aparecen principalmente en el bolchevismo, contraponiendo a estos falaces principios y métodos la luminosa doctrina de la Iglesia y exhortando de nuevo a todos al uso de los medios con los que la civilización cristiana, única civitas verdaderamente humana, puede librarse de este satánico azote y desarrollarse mejor para el verdadero bienestar ele la sociedad humana.  

Materialismo evolucionista de Marx  

9. La doctrina que el comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras se funda hoy sustancialmente sobre los principios, ya proclamados anteriormente por Marx, del materialismo dialéctico y del materialismo histórico, cuya única genuina interpretación pretenden poseer los teóricos del bolchevismo. Esta doctrina enseña que sólo existe una realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad humana, por su parte , no es más que una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin ciases. En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar ninguno para la idea de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la materia ni entre el cuerpo y el alma: no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una vida futura. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Por esto procuran exacerbar las diferencias existentes entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el progreso de la humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a esas conscientes violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna, aniquiladas como enemigas del género humano.  

A qué quedan reducidos el hombre y la familia  

10. El comunismo, además, despoja al hombre de su libertad, principio normativo de su conducta moral, y suprime en la persona humana toda dignidad y todo freno moral eficaz contra el asalto de los estímulos ciegos. Al ser la persona humana, en el comunismo, una simple ruedecilla del engranaje total, niegan al individuo, para atribuirlos a la colectividad, todos los derechos naturales propios de la personalidad humana. En las relaciones sociales de los hombres afirman el principio de la absoluta igualdad, rechazando toda autoridad jerárquica establecida por Dios, incluso la de los padres; porque, según ellos, todo lo que los hombres llaman autoridad y subordinación deriva exclusivamente de la colectividad como de su primera y única fuente. Los individuos no tienen derecho alguno de propiedad sobre los bienes naturales y sobre los medios de producción, porque. siendo éstos fuente de otros bienes, su posesión conduciría al predominio de un hombre sobre otro. Por esto precisamente, por ser la fuente principal de toda esclavitud económica, debe ser destruida radicalmente, según los comunistas, toda especie de propiedad privada.  

11. Al negar a la vida humana todo carácter sagrado y espiritual, esta doctrina convierte naturalmente el matrimonio y la familia en una institución meramente civil y convencional, nacida de un determinado sistema económico; niega la existencia de un vínculo matrimonial de naturaleza jurídico-moral que esté por encima de la voluntad de los individuos y de la colectividad, y, consiguientemente, niega también su perpetua indisolubilidad. En particular, para el comunismo no existe vínculo alguno que ligue a la mujer con su familia y con su casa. Al proclamar el principio de la total emancipación de la mujer, la separa de la vida doméstica y del cuidado de los hijos para arrastrarla a la vida pública y a la producción colectiva en las mismas condiciones que el hombre, poniendo en manos de la colectividad el cuidado del hogar y de la prole. Niegan, finalmente, a los padres el derecho a la educación de los hijos, porque este derecho es considerado como un derecho exclusivo de la comunidad, y sólo en su nombre y por mandato suyo lo pueden ejercer los padres.  

Horrores del comunismo en España  

20. También en las regiones en que, como en nuestra queridísima España, el azote comunista no ha tenido tiempo todavía para hacer sentir todos los efectos de sus teorías, se ha desencadenado, sin embargo, como para desquitarse, con una violencia más furibunda. No se ha limitado a derribar alguna que otra iglesia, algún que otro convento, sino que, cuando le ha sido posible, ha destruido todas las iglesias, todos los conventos e incluso todo vestigio de la religión cristiana, sin reparar en el valor artístico y científico de los monumentos religiosos. El furor comunista no se ha limitado a matar a obispos y millares de sacerdotes, de religiosos y religiosas, buscando de un modo particular a aquellos y a aquellas que precisamente trabajan con mayor celo con los pobres y los obreros, sino que, además, ha matado a un gran número de seglares de toda clase y condición, asesinados aún hoy día en masa, por el mero hecho de ser cristianos o al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan espantosa es realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad que jamás se hubieran creído posibles en nuestro siglo. Ningún individuo que tenga buen juicio, ningún hombre de Estado consciente de su responsabilidad pública, puede dejar de temblar si piensa que lo que hoy sucede en España tal vez podrá repetirse mañana en otras naciones civilizadas.  

Lista de encíclicas 

        Ingravescentibus Malis (29 de septiembre de 1937)

        Firmissimam Constantiam (28 de marzo de 1937)

        Divini Redemptoris (19 de marzo de 1937)  

        Mit Brennender Sorge (14 de marzo de 1937)  

        [Vigilanti cura (29 de junio de 1936)

        Ad catholici sacerdotii (20 de diciembre de 1935)  

        Dilectissima Nobis (3 de junio de 1933)  

        Acerba Animi (29 de septiembre de 1932)

        Caritate Christi Compulsi (3 de mayo de 1932)

        Lux Veritatis (25 de diciembre de 1931)

        Nova Impendet (2 de octubre de 1931)

        Non abbiamo bisogno (29 de junio de 1931)  

        Quadragesimo Anno (15 de mayo de 1931)  

        Casti Connubii (31 de diciembre de 1930)  

        Ad Salutem Humani (20 de abril de 1930)

        Divini Illius Magistri (31 de diciembre de 1929)  

        Rappresentanti in terra (31 de diciembre de 1929)

        Quinquagesimo ante anno (23 de diciembre de 1929)

        Mens Nostra (20 de diciembre de 1929)  

        Rerum Orientalium (8 de septiembre de 1928)

        Miserentissimus Redemptor (8 de mayo de 1928)  

        Mortalium Animos (6 de enero de 1928)

        Iniquis Afflictisque (18 de noviembre de 1926)

        Rite Expiatis (30 de abril de 1926)

        Rerum Ecclesiae (28 de febrero de 1926)  

        Quas primas (11 de diciembre de 1925)  

        Maximam Gravissimamque (18 de enero de 1924)

        Ecclesiam Dei (12 de noviembre de 1923)

        Studiorum ducem (29 de junio de 1923)

        Rerum Omnium Perturbationem (26 de enero de 1923)

        Fin dal primo momento (23 de diciembre de 1922)

        Ubi Arcano Dei Consilio (23 de diciembre de 1922)

Pasajes de la Quas Primas  

Es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino[2]; porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.  

De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de les dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecera unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.  

Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.  

El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria.  

En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos.  

Ahora bien: para que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de nuestro Salvador, para lo cual nada será más eficaz que instituir la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.  

Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.  

¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba maravillosamente el camino a la institución de esta festividad? Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones. Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII fue consagrado al Divino Corazón todo el género humano durante el Año Santo de 1900.  

La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.  

A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.  

                                                               VIVA CRISTO REY !!!  

(1) No se dirige al Cardenal Primado, Arzobispo de Toledo, el Cardenal Segura, porque había sido expulsado de España por la II República.

  

Por la transcripción, José Luis Corral. 


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