Texto de la conferencia pronunciada por José Luis Corral sobre Pío XI en las XXXIV Jornadas por la Reconquista de la Unidad Católica de España, celebradas en La Puebla de Alfindén (Zaragoza). 3-5-2025.
PÍO XI
Pío XI (en latín: Pius PP. XI), de nombre secular Achille Damiano Ambrogio Ratti (Desio, 31 de mayo de 1857-Ciudad del Vaticano, 10 de febrero de 1939) fue el 259.º papa de la Iglesia católica desde su elección en 1922 hasta su muerte, así como el primer soberano de la Ciudad del Vaticano tras su proclamación como Estado independiente en 1929, lo que hace que su pontificado comprenda casi todo el período de entreguerras.
Nació el 31 de mayo de 1857, en Desio, en la casa que actualmente
alberga el Museo Casa Natal de Pío XI y el Centro Internacional de Estudios y
Documentación de Pío XI.
Era el cuarto de cinco hijos, y fue bautizado el día después
de su nacimiento como Ambrogio Damiano Achille Ratti (el nombre de Ambrogio, en
honor de su abuelo, quien era su padrino de bautismo). Su padre, Francesco
Ratti, fue director de varias fábricas de seda,[pero su escaso éxito obligó a su familia a trasladarse
de manera constante por motivos de trabajo. Su madre, Teresa Galli, originaria
de Saronno, era hija de un hotelero.
Comenzó su carrera eclesiástica siguiendo el ejemplo de su
tío Damiano Ratti, estudiando primero en el seminario de Seveso (1867), y luego en Monza. Desde 1874 formó parte de la Tercera
Orden de San Francisco. En 1875 comenzó sus estudios de teología, los tres primeros años en el Seminario Mayor de Milán y el último seminario en Seveso. En octubre de 1879, durante
sus estudios en la Pontificia
Universidad Gregoriana, residió en el Colegio
Lombardo de Roma y, el 20 de diciembre del mismo año, fue ordenado sacerdote en la basílica
de San Juan
de Letrán por el cardenal vicario Raffaele
La Valletta.
Ratti era un hombre de vasta erudición, y obtuvo tres grados
durante sus años de estudios en
Roma: filosofía en la Academia
de Santo Tomás de Aquino, derecho
canónico en la Universidad Gregoriana y teología en La Sapienza. También tuvo una fuerte pasión tanto
por los estudios literarios (Dante y Alessandro Manzoni eran sus preferidos), como para los estudios científicos, de
modo que estaba en duda la conveniencia de emprender el estudio de las matemáticas. En este sentido fue gran amigo y, por cierto tiempo,
colaborador de Giuseppe Mercalli, notable geólogo e inventor de la escala
de magnitud de terremotos del mismo nombre, que era conocido
como un maestro en el seminario de Milán.
Funciones durante el sacerdocio
Desde 1882 hasta 1907, fue profesor de teología en el Seminario de San Pedro Mártir, y de sagrada elocuencia y lengua hebrea en el Seminario Teológico de Milán. Entre 1907 y 1911, fue prefecto de la Biblioteca Ambrosiana.[1] Llamado por Pío X a la curia romana, se convierte en viceprefecto de la Biblioteca Vaticana en 1912; prefecto de la misma, canónigo de la Patriarcal Basílica Vaticana y protonotario apostólico en 1914. En 1918, es nombrado visitador apostólico en Polonia y Lituania. Realizó varias misiones diplomáticas a pedido del papa León XIII. Entre junio de 1891 y 1893, visitó el Imperio austriaco y Francia junto a Giacomo Radini-Tedeschi, compañero de Ratti en el Seminario Lombardo de Roma.
Ratti también era un educador válido, no solo en el entorno
escolar. Desde 1878 fue profesor de matemáticas en el seminario menor.
Como capellán del Cenáculo de Milán, una comunidad religiosa
dedicada a la educación de las niñas (celebrada de 1892 a 1914), pudo ejercer
una actividad pastoral y educativa muy eficaz, al entrar en contacto con niñas
y niños de todos los estados y condiciones. Pero, sobre todo, con la buena
sociedad milanesa:
Gonzaga, Castiglione, Borromeo, Della Somaglia, Belgioioso, Greppi,
Thaon de Revel, Jacini, Osio, Gallarati Scotti.
Este ambiente fue atravesado por diferentes opiniones:
algunas familias estaban más cerca de la monarquía y el catolicismo liberal,
otras eran intransigentes, en línea con el observador
católico de Don Davide Albertario. A pesar de no mostrar una simpatía
explícita por ninguna de las dos corrientes, el joven Ratti tenía relaciones
muy estrechas con los Gallarati Scotti, que eran intransigentes; fue catequista
y tutor del joven Tommaso Gallarati Scotti, hijo de Gian Carlo, príncipe de
Molfetta, y de María Luisa Melzi d'Eril, quien más tarde se convirtió en una
conocida diplomática y escritora.
Episcopado y cardenalato
En 1919 el papa Benedicto XV lo nombró arzobispo titular de Naupactus —una diócesis in partibus infidelibus, que tuvo su sede en la ciudad griega
de Lepanto—, al ser designado nuncio en Polonia. Fue consagrado por el Primado y
Regente de Polonia Aleksander
Kakowski.[3] En 1921 su sede titular fue cambiada
por la de Adana. Este mismo año fue nombrado arzobispo de Milán y el mismo día cardenal presbítero del título de SS. Silvestro e Martino ai Monti.
Elección
Papal
El 6 de febrero de 1922, en el cónclave que siguió a la muerte de Benedicto XV, resultó elegido papa. Era un hombre de estudio, de una
cultura excepcional y además estaba muy bragado en los asuntos de la curia romana, pero su experiencia pastoral y cardenalicia se limitaba a
unos pocos meses.
Fue coronado tres días después de su elección por el cardenal Louis Billot, S.J., al estar indispuesto el cardenal Gaetano Bisleti, protodiácono de S. Agata in Suburra.
La ceremonia tuvo lugar en la explanada del Vaticano, y se convirtió en la primera coronación
papal celebrada públicamente desde que, en
1870, Pío
IX proclamó la «cautividad» de la Iglesia
católica. Sus predecesores habían sido
coronados en ceremonias restringidas, ya sea en la Basílica de San Pedro o en
la más exclusiva Capilla
Sixtina (caso este último de León XIII, Pío X y Benedicto XV).
Papado
Por su extensa actividad, Pío XI habría de merecer diversos
títulos: «el papa de las encíclicas», por haber escrito una treintena de estas;
«el papa de los concordatos», al buscar mejorar las condiciones de la Iglesia
en diversos países mediante la firma de 23 convenios; «el papa de la Acción
Católica», pues uno de los principales
objetivos de su pontificado fue organizar a los laicos a través de la Acción
Católica, con el fin de cristianizar todos los sectores de la sociedad; «el
papa de las misiones», por su impulso a la actividad misionera; y «el papa de
las canonizaciones», por haber elevado a los altares a 33 santos y haber dado
cauce en su pontificado a 500 beatificaciones. Entre los santos proclamados por
este papa se encuentran Tomás Moro, Juan
María Vianney y Roberto Belarmino. Entre las canonizaciones más recordadas, se encuentran las
de Teresa
de
Lisieux (1925), Juan Bosco (1934) y Bernadette
Soubirous, vidente de las apariciones
marianas en Lourdes —proclamada santa durante el Jubileo
de la Redención de 1933—.[4] Además, durante su papado también
proclamó doctores
de la Iglesia a san Juan de la Cruz y san Alberto Magno.
Relaciones con la Italia fascista
Como se señaló anteriormente, el papado de Pío XI se
caracterizó por la resolución de la llamada «cuestión
romana», tema pendiente desde la ocupación
de los Estados
Pontificios por el Reino
de Italia en 1870. Los pactos de
Letrán firmados en febrero de 1929 por el Secretario
de Estado de la Santa Sede, Pietro Gasparri, en representación de Pío XI, y por el primer ministro
italiano Benito
Mussolini, crearon el Estado
de la Ciudad del Vaticano, reconociendo su soberanía e
independencia. Estos acuerdos habían sido buscados por ambas partes, y a ambas
convenían. Mussolini quería un acercamiento a los católicos, cuya posición ante
el fascismo había sido bastante fría e incluso tensa. Por su parte, la Iglesia
católica obtenía el reconocimiento de derecho
de un Estado propio que, aunque reducido a una mínima expresión territorial, lo
colocaba dentro del concierto de las naciones
del mundo, con capacidad de establecer relaciones
diplomáticas. Además, se indemnizó a la Santa Sede por los territorios perdidos en 1870; se declaró a la
religión católica como única reconocida en toda Italia, y se reconoció efectos
civiles al matrimonio canónico, celebrado de acuerdo con el nuevo Código
de Derecho Canónico. Todo eso condujo a Pío XI a
calificar a Mussolini como «un hombre de la Providencia».[6] En 1926, el Partido
Popular Italiano fundado por el sacerdote católico Luigi Sturzo había sido declarado ilegal por el régimen fascista. En las
elecciones italianas de marzo de 1929, se animó a los católicos italianos a que
votaran a los fascistas.
Por otra parte, tanto las unidades militares como las
formaciones fascistas contaban con capellanes católicos, como en España se vio
también durante el franquismo.
El 13 de mayo de 1929 Mussolini, en su discurso con motivo de la ratificación parlamentaria
de los pactos, afirmó la supremacía de los derechos
del Estado sobre la Iglesia; las medidas tomadas contra la Acción Católica y la imposición del monopolio estatal
en la educación movieron al papa a la publicación de la encíclica Divini illius Magistri (31.12.1929). El 30 de mayo de 1931
Mussolini disolvió las asociaciones juveniles de Acción Católica y, poco después,
Pío XI denunció el totalitarismo pagano del fascismo en la encíclica Non abbiamo bisogno (29.06.1931), aunque dejando claro
que no se condenaban ni al Régimen ni al Partido. Pero tras la firma de los
acuerdos sobre la Acción Católica, en septiembre de ese año, el Estado italiano
retiraba las medidas tomadas y recuperaba su sintonía con la Santa Sede; dicho
acercamiento culminó con la concesión en enero de 1932 a Mussolini por parte de
Pío XI de la Orden
de la Espuela de Oro y la visita oficial del Duce al Vaticano, en la que se siguió el
protocolo dado a los reyes y considerada «una de las más importantes de los
últimos tiempos».
Cuando Mussolini atacó al estado soberano de Etiopía sin una
declaración formal de guerra (3 de octubre de 1935), Pío XI, aunque desaprobaba
la iniciativa italiana y temía el acercamiento de Italia a Alemania, renunció a
condenar públicamente la guerra. La única intervención de condena del papa (27
de agosto de 1935) fue seguida de llamadas e intimidaciones del gobierno
italiano durante las cuales intervino el propio Mussolini, que le hizo llegar
el mensaje de que el pontífice no debería haber hablado de la guerra si
pretendía mantener buenas relaciones con Italia. De la posición de silencio que
oficialmente mantuvo Pío XI sobre el conflicto, nació la imagen de un
alineamiento vaticano con la política de conquista del régimen: si el papa
guardaba silencio y si permitía que obispos, cardenales, intelectuales católicos
bendijeran públicamente la heroica misión, de fe y civilización de Italia en
África, significó que, en el fondo, aprobaba esa guerra y dejaba que el alto
clero dijera lo que no podía afirmar directamente debido al carácter
supranacional de la Santa Sede.
Así lo interpreta el historiador John Pollard que considera
que el apoyo del papado a la guerra de Abisinia supuso un golpe a su
credibilidad como estado neutral, echando por tierra algunos de los beneficios
obtenidos en los Pactos
de Letrán de 1929,[10] y el escándalo que produjo esta
guerra entre muchos sectores católicos del mundo occidental, tras la anexión
italiana de Abisinia que el papa lo comparó con "el triunfo de los
buenos" e impulsó la italianización de las misiones cristianas en el África
Oriental Italiana.[10] Pío XI llegó a felicitar por el
triunfo militar al Mariscal Rodolfo Graziani,
Pío XI y la
Iglesia de Méjico
El 18 de noviembre de 1926, Pío XI daba al mundo su novena
encíclica, la Iniquis afflictisque, primera de tres encíclicas en las
que el papa elevaría su voz para protestar y dar a conocer al mundo civilizado,
comenzando por el católico, las graves dificultades que ese momento padecía la
Iglesia en Méjico que, con la promulgación de la Ley Calles, restringió la libertad de culto y limitó las actividades de
la Iglesia católica. Entre sus normas, estaban la limitación del número de
sacerdotes a uno por cada seis mil habitantes, la expulsión de los sacerdotes
extranjeros, la necesidad de una licencia expedida por el Congreso
de la Unión o los estados para poder ejercer el
ministerio sacerdotal, así como la prohibición del culto católico fuera de los
templos.
Ante esto, el papa declaró:
Movidos por la conciencia de nuestro deber apostólico,
seremos nosotros quienes gritaremos para que, desde este Padre común, todo el
mundo católico escuche, por una parte, cómo ha sido la desenfrenada tiranía de
los enemigos de la Iglesia y, por otra, la heroica virtud y perseverancia de
los obispos, de los sacerdotes, de las familias religiosas y de los laicos.
En Iniquis
afflictisque, el pontífice denunciaba lo que consideraba una persecución
que, en sus propias palabras, «ni en los primeros tiempos de la Iglesia ni en
los tiempos sucesivos los cristianos fueron tratados en un modo más cruel, ni
sucedió nunca en lugar alguno que, conculcando y violando los derechos de Dios
y de la Iglesia, un restringido número de hombres, sin ningún respeto por su
propio honor, sin ningún sentimiento de piedad hacia sus propios conciudadanos,
sofocara de manera absoluta la libertad de la mayoría con argucias tan
premeditadas, añadiéndole una apariencia de legislación para disfrazar la
arbitrariedad». Esto alentaría la violencia en México en lo que se denominarían
las guerras
cristeras, que le costaría luego a los gobiernos de Calles y de Portes Gil y al pueblo mexicano tres años más de conflictos.
Calles afirmaba: “Si tus tiránicos padres no te dejar ir a la
escuela que la revolución construyó para tí, desprécialos; ningún favor ni
gratitud les debes, ya que no fuiste fruto de dolor sino de vil placer: ellos
quieren tenerte siempre en el obscurantismo fanático y egoísta de su férula
despótica: quieren que sigas siendo esclavo abyecto de sus estúpidos caprichos,
como ellos lo fueron de sus retrógrados antecesores; ÓDIALOS”.(DONOSO Z., Luis,
La verdad más grande de la historia, Santiago de Chile, 1937, págs. 104-105).
Gil Cortés por su parte: "La lucha se inició hace veinte siglos. De
suerte, pues, que no hay que espantarse: lo que debemos hacer es estar en
nuestro nuevo puesto, no caer en el vicio en que cayeron los gobiernos
anteriores… que tolerancia tras tolerancia, y contemplación tras contemplación,
los condujo a la anulación absoluta de nuestra legislación. Lo que hay que
hacer, pues es estar vigilantes. Los gobernantes y los funcionarios públicos,
celosos de cumplir la ley y de hacer que se cumpla. Y mientras esté yo en el
gobierno, ante la Masonería yo protesto que seré celoso de que las leyes de
México, las leyes constitucionales que garantizan plenamente la conciencia
libre, pero que someten a los ministros de las religiones a un régimen determinado;
yo protesto, digo, ante la Masonería que mientras yo esté en el gobierno se
cumplirá estrictamente con la legislación" (Del discurso pronunciado por
el masón y anticatólico, Presidente de México, Emilio Portes Gil, el 27 de
julio de 1929 ante los líderes de la Masonería, tras la firma de los
"Arreglos" que pusieron fin al levantamiento cristero).
Los Arreglos supusieron la reanudación del culto católico,
pero los cristeros fueron perseguidos y asesinados por todas partes, pudiendo
huir algunos a Estados Unidos. Esa persecución duró decenios, durante los
cuales gobernó el PRI, el Partido Revolucionario Institucional, prácticamente
hasta el año 2000, en que triunfó Vicente Fox con el Partido de Acción
Nacional. Ahora parece que volvemos a las andadas con los gobiernos
narcoterroristas y el MORENA, que exige a España pedir perdón por la Conquista
y creación de la Nueva España.
La Acción
Francesa de Charles Maurras
El Pontífice puso en el Índice varios libros de Charles
Maurras y condenó parcialmente “La Acción Francesa”, que era un movimiento
monárquico, antidemocrático y antirevolucionario, con fuertes apoyos en la
Iglesia, como el Cardenal Jesuita Billot. Y que tuvo repercusiones en todo el
mundo, incluida España con “Acción Española” de Ramiro de Maeztu, Vegas
Latapié, Víctor Pradera, etc.
Vino motivado por el agnosticismo de Maurras, que perdió la
fe a causa de la sordera padecida a los 14 años, lo cual le puso en rebeldía
contra Dios y contra la Iglesia. Además, la Iglesia existía en la licitud de
diversas formas de gobierno contra la pretensión de ser la monarquía la única
forma legítima.
Pío XII levantaría la condena y Maurras, que colaboró con
Petain y fue condenado a muerte, volvió a la Fe y recibió los sacramentos poco
antes de morir en prisión en 1952. Conflictos
con el nazismo
Firma del Reichskonkordat el 20 de julio de 1933. El prelado
alemán Ludwig Kaas, el vicecanciller alemán Franz von Papen, en representación de Alemania, Mons. Giuseppe Pizzardo, el cardenal Eugenio Pacelli, Mons. Alfredo Ottaviani, y el embajador alemán Rudolf Buttmann. Von Papen sería
purgado y dos de sus colaboradores asesinados como los dirigentes de las SA que
habían llevado a Hítler al poder, la Noche de los Cuchillos Largos, el 1 de
julio de 1934. Pero luego fue embajador de Alemania en Austria y Turquía,
consiguiendo mantener a esta nación en neutralidad. Salvó bastantes judíos,
aunque no tantos como Franco. Fue juzgado y absuelto en Nuremberg.
De tono similar fue el concordato celebrado con la Alemania nazi el 20 de julio de 1933, cuando el cardenal alemán Faulhaber lo llamó «el mejor amigo de los
nazis», y que implicó, como el Tratado
de Letrán para Italia, la imposición del Código
de Derecho Canónico en Alemania y la desarticulación de
la intervención en política de los católicos. En el caso de Alemania, el Partido
del Centro del excanciller Heinrich
Brüning y de clara raíz democristiana fue disuelto, con lo que los nazis
quedaron sin oposición legal alguna en su país. En 1934, para no entorpecer sus
relaciones con los fascistas, prohibió a la conferencia mundial judía que
mencionara su nombre a propósito de una supuesta defensa de los judíos.
A pesar de su intransigente anticomunismo, que compartía con quien era uno de sus colaboradores más
cercanos —Eugenio Pacelli, futuro Pío XII—, hacia el final de su pontificado, en marzo
de 1937, Pío XI publicó la encíclica Mit brennender Sorge (Con
ardiente preocupación) sobre la situación de la Iglesia católica en el Reich
alemán. Dirigida «a los venerables hermanos, arzobispos, obispos y otros
ordinarios de Alemania en paz y comunión con la Sede Apostólica», fue dada el
14 de marzo. En ese contexto, la referencia a espíritus superficiales que caen
«en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca
tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de
una sola raza, a Dios», no deja dudas de su reprobación al régimen nazi.
Algunas frases del documento son las siguientes:
Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de
hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea
de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una
sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante
cuya grandeza las naciones son como gotas de agua en el caldero (Is 40, 5). Pío XI, Mit brennender
Sorge, 15
[...]Con presiones ocultas y manifiestas, con
intimidaciones, con perspectivas de ventajas económicas, profesionales, cívicas
o de otro género, la adhesión de los católicos a su fe —y singularmente la de
algunas clases de funcionarios católicos— se halla sometida a una violencia tan
ilegal como inhumana. Nos, con paterna emoción, sentimos y sufrimos
profundamente con los que han pagado a tan caro precio su adhesión a Cristo y a
la Iglesia; pero se ha llegado ya a tal punto, que está en juego el último fin
y el más alto, la salvación, o la condenación; y en este caso, como único
camino de salvación para el creyente, queda la senda de un generoso heroísmo. Cuando el tentador o el opresor se le
acerque con las traidoras insinuaciones de que salga de la Iglesia, entonces no
habrá más remedio que oponerle, aun a precio de los más graves sacrificios
terrenos, la palabra del Salvador: Apártate de mí, Satanás, porque está
escrito: al Señor tu Dios adorarás y a El sólo darás culto (Mt 4,10; Lc 4,8)
[...] Pío XI, Mit brennender Sorge,
24
[...]Si personas, que ni siquiera están unidas por la fe de
Cristo, os atraen y lisonjean con la seductora imagen de una iglesia nacional alemana, sabed que esto no es otra cosa que renegar
de la única Iglesia de Cristo [...] Pío XI, Mit Brennender Sorge, 25
Adolf
Hitler ordenó a Reinhard Heydrich, jefe de la Gestapo, que incautara y destruyera todas las
copias del mismo y las relaciones entre Alemania y la Santa Sede se enturbiaron.
CARTA ENCÍCLICA
DILECTISSIMA
NOBIS
DEL SANTÍSIMO SEÑOR NUESTRO
PÍO
POR DIVINA PROVIDENCIA PAPA
XI
A LOS OBISPOS, AL CLERO
Y A TODO EL PUEBLO DE ESPAÑA
SOBRE LA INJUSTA SITUACIÓN CREADA A LA IGLESIA
CATÓLICA EN ESPAÑA
A NUESTROS AMADOS HIJOS
CARDENAL FRANCISCO VIDAL Y BARRAQUER ARZOBISPO DE TARRAGONA
CARDENAL EUSTAQUIO ILUNDÁIN Y ESTEBAN
ARZOBISPO DE SEVILLA
Y A LOS OTROS VENERABLES HERMANOS
ARZOBISPOS Y OBISPOS
Y A TODO EL CLERO Y PUEBLO DE ESPAÑA (1)
PÍO PP. XI
VENERABLES HERMANOS Y AMADOS HIJOS
SALUD Y APOSTÓLICA BENDICIÓN
Siempre Nos
fue sumamente cara la noble Nación Española por sus insignes méritos para con
la fe católica y la civilización cristiana, por la tradicional y ardentísima
devoción a esta Santa Sede Apostólica y por sus grandes instituciones y obras
de apostolado, pues ha sido madre fecunda de Santos, de Misioneros y de
Fundadores de ínclitas Ordenes Religiosas, gloria y sostén de la Iglesia de
Dios.
Y
precisamente porque la gloria de España está tan íntimamente unida con la
religión católica, Nos sentirnos doblemente apenados al presenciar las
deplorables tentativas, que, de un tiempo a esta parte, se están reiterando
para arrancar a esta Nación a Nos tan querida, con la fe tradicional, los más
bellos títulos de nacional grandeza. No hemos dejado de hacer presente con
frecuencia a los actuales gobernantes de España —según Nos dictaba Nuestro
paternal corazón— cuán falso era el camino que seguían, y de recordarles que no
es hiriendo el alma del pueblo en sus más profundos y caros sentimientos, como
se consigue aquella concordia de los espíritus, que es indispensable para la
prosperidad de una Nación. Lo hemos hecho por medio de Nuestro Representante,
cada vez que amenazaba el peligro de alguna nueva ley o medida lesiva de los
sacrosantos derechos de Dios y de las almas. Ni hemos dejado de hacer llegar,
aun públicamente, nuestra palabra paternal a los queridos hijos del clero y
pueblo de España, para que supiesen que Nuestro Corazón estaba más cerca de
ellos, en los momentos del dolor. Mas ahora no podemos menos de levantar de
nuevo nuestra voz contra la ley, recientemente aprobada, referente a las
Confesiones y Congregaciones Religiosas, ya que ésta constituye una nueva y más
grave ofensa, no sólo a la religión y a la Iglesia, sino también a los
decantados principios de libertad civil, sobre los cuales declara basarse el
nuevo régimen español.
Ni se crea que Nuestra palabra esté inspirada en
sentimientos de aversión contra la nueva forma de gobierno o contra otras
innovaciones, puramente políticas, que recientemente han tenido lugar en
España. Pues todos saben que la Iglesia
Católica, no estando bajo ningún respecto ligada a una forma de gobierno más
que a otra, con tal que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia
cristiana, no encuentra dificultad en avenirse con las diversas instituciones
civiles sean monárquicas, o republicanas, aristocráticas o democráticas.
Prueba
manifiesta de ello son, para. no citar sino hechos recientes, los numerosos
Concordatos y Acuerdos, estipulados en estos últimos años, y las relaciones
diplomáticas, que la Santa Sede ha entablado con diversos Estados, en los
cuales, después de la última gran guerra, a gobiernos monárquicos han
sustituido gobiernos republicanos.
Ni estas nuevas Repúblicas han tenido jamás que sufrir en
sus instituciones, ni en sus justas aspiraciones a la grandeza y bienestar
nacional, por efecto de sus amistosas relaciones con la Santa Sede, o por
hallarse dispuestas a concluir con espíritu de mutua confianza, en las materias
que interesan a la Iglesia y al Estado, convenios adaptados a las nuevas
condiciones de los tiempos.
Antes bien, podemos afirmar con toda certeza, que los mismos
Estados han reportado notables ventajas de estos confiados acuerdos con la
Iglesia; pues todos saben, que no se opone dique más poderoso al desbordamiento
del desorden social, que la Iglesia, la cual siendo educadora excelsa de los
pueblos, ha sabido siempre unir en fecundo acuerdo el principio de la legítima
libertad con el de la autoridad, las exigencias de la justicia con el bien de
la paz.
Nada de esto ignoraba el Gobierno de
la nueva República Española, pues estaba bien enterado de las buenas
disposiciones tanto Nuestras como del Episcopado Español para secundar el
mantenimiento del orden y de la tranquilidad social.
Y con Nos y con el Episcopado estaba de acuerdo no solamente
el clero tanto secular como regular, sino también los católicos seglares, o
sea, la gran mayoría del pueblo español; el cual, no obstante las opiniones
personales, no obstante las provocaciones y vejámenes de los enemigos de la
Iglesia, ha estado lejos de actos de violencia y represalia, manteniéndose en
la tranquila sujeción al poder constituido, sin dar lugar a desórdenes, y mucho
menos a guerras civiles. Ni, a. otra causa alguna, fuera de esta disciplina y
sujeción, inspirada en las enseñanzas y en el espíritu católico, se podría en
verdad atribuir con mayor derecho, cuanto se ha podido conservar de aquella paz
e tranquilidad públicas, que las turbulencias de los partidos y las pasiones de
los revolucionarios se han esforzado por perturbar, empujando a la Nación hacia
el abismo de la anarquía.
Por esto Nos ha causado profunda extrañeza y vivo pesar el
saber que algunos, como para justificar los inicuos procedimientos contra la
Iglesia, hayan aducido públicamente como razón la necesidad de defender la
nueva República.
Tan evidente aparece por lo dicho la inconsistencia del
motivo aducido, que da derecho a
atribuir la persecución movida contra la Iglesia en España, más que a
incomprensión de la fe católica y de sus benéficas instituciones, al odio que
«contra el Señor y contra su Cristo» fomentan sectas subversivas de todo orden
religioso y social, como por desgracia vemos que sucede en Méjico y en Rusia.
Pero, volviendo a la deplorable ley referente a las
Confesiones y Congregaciones religiosas, hemos visto con amargura de corazón,
que en ella, ya desde el principio, se declara abiertamente que el Estado no
tiene religión oficial, reafirmando así aquella separación del Estado y de la
Iglesia, que desgraciadamente había sido sancionada en la nueva Constitución
Española.
No nos detenemos ahora a repetir aquí cuán gravísimo error sea afirmar que es lícita y buena la separación en
sí misma, especialmente en una Nación que es católica en casi su totalidad.
Para quien la penetra a fondo, la separación no es más que una funesta
consecuencia (como tantas veces lo hemos declarado especialmente en la
Encíclica « Quas
primas ») del laicismo o sea de la apostasía de la sociedad moderna
que pretende alejarse de Dios y de la Iglesia. Mas si para cualquier pueblo es,
sobre impía, absurda la pretensión de querer excluir de la vida pública a Dios
Creador y próvido Gobernador de la misma sociedad, de un modo particular
repugna tal exclusión de Dios y de la Iglesia de la vida de la Nación Española,
en la cual la Iglesia tuvo siempre y merecidamente la parte más importante y
más benéficamente activa, en las leyes, en las escuelas y en todas las demás
instituciones privadas y públicas. Pues si tal atentado redunda en daño
irreparable de la conciencia cristiana del país, especialmente de la juventud a
la que se quiere educar sin religión, y de la familia, profanada en sus más
sagrados principios; no menor es el daño que recae sobre la misma autoridad
civil, la cual, perdido el apoyo que la recomienda y la sostiene en la
conciencia de los pueblos, es decir, faltando la persuasión de ser divinos su
origen, su dependencia y su sanción, llega a perder junto con su más grande
fuerza de obligación, el más alto título de acatamiento y respeto.
Que esos daños se sigan inevitablemente del régimen de
separación lo atestiguan no pocas de aquellas mismas naciones, que, después de
haberlo introducido en su legislación, comprendieron bien pronto la necesidad
de remediar el error, o bien modificando, al menos en su interpretación y
aplicación, las leyes persecutorias de la Iglesia, o bien procurando venir, a
pesar de la separación, a una pacífica coexistencia y cooperación con la
Iglesia.
Al contrario
los nuevos legisladores españoles, no cuidándose de estas lecciones de la
historia, han adoptado una forma de separación hostil a la fe que profesa la
inmensa mayoría de los ciudadanos, separación tanto más penosa e injusta,
cuanto que se decreta en nombre de la libertad, y se la hace llegar hasta la
negación del derecho común y de aquella misma libertad, que se promete y se
asegura a todos indistintamente. De ese modo se ha querido sujetar a la Iglesia
y a sus ministros a medidas de excepción que tienden a ponerla a merced del
poder civil.
De hecho, en
virtud de la Constitución y de las leyes posteriormente emanadas, mientras
todas las opiniones, aun las más erróneas, tienen amplio campo para
manifestarse, solo la religión católica, religión de la casi totalidad de los
ciudadanos, ve que se la vigila odiosamente en la enseñanza, y que se ponen
trabas a las escuelas y otras instituciones suyas, tan beneméritas de la
ciencia y de la cultura española. El mismo ejercicio del culto católico, aun en
sus más esenciales y tradicionales manifestaciones, no está exento de
limitaciones, como la asistencia religiosa en los institutos dependientes del
Estado; las procesiones religiosas, las cuales necesitarán autorización especial gubernativa en cada caso; la misma administración
de los Sacramentos a los moribundos, y los funerales a los difuntos.
Más manifiesta es aún la contradicción en lo que mira a la
propiedad. La Constitución reconoce a
todos los ciudadanos la legítima facultad de poseer, y, como es propio de todas
las legislaciones en países civilizados, garantiza y tutela el ejercicio de tan
importante derecho emanado de la misma naturaleza. Pues aun en este punto se ha
querido crear una excepción en daño de la Iglesia Católica, despojándola con
patente injusticia de todos sus bienes. No se ha tomado en consideración la
voluntad de los donantes, no se ha tenido en cuenta el fin espiritual y santo
al que estaban destinados esos bienes, ni se han querido respetar en modo
alguno, derechos antiquísimos y fundados sobre indiscutibles títulos jurídicos.
No solo dejan ya de ser reconocidos corno libre propiedad de la Iglesia
Católica todos los edificios, palacios
episcopales, casas rectorales, seminarios, monasterios, sino que son
declarados, —con palabras que encubren mal la naturaleza del despojo— « propiedad pública nacional ». Más
aún, mientras los edificios que fueron siempre legítima propiedad de las
diversas entidades eclesiásticas, los deja la ley en uso a la Iglesia Católica
y a sus ministros, a fin de que se empleen, conforme a su destino, para el
culto; se llega a establecer que los tales edificios estarán sometidos a las tributaciones inherentes al uso de los mismos, obligando
así a la Iglesia Católica a pagar tributos por los bienes que le han sido
quitados violentamente. De este modo el poder civil se ha preparado un arma
para hacer imposible a la Iglesia Católica aun el uso precario de sus bienes;
porque, una vez despojada de todo, privada de todo subsidio, coartada en todas
sus actividades, ¿cómo podrá pagar los tributos que se le impongan?
Ni se diga que la ley deja para el futuro a la Iglesia
Católica una cierta facultad de poseer, al menos a titulo de propiedad privada,
porque aun ese reconocimiento tan reducido, queda después casi anulado por el
principio inmediatamente enunciado que, tales bienes sólo podrá conservarlos en la cuantía necesaria para el servicio
religioso; con lo cual se obliga a la Iglesia a someter al examen del poder
civil sus necesidades para el cumplimiento de su divina misión, y se erige el
Estado laico en juez absoluto de cuanto se necesita para las funciones
meramente espirituales; y así bien puede temerse que tal juicio estará en
consonancia con el laicismo que intentan la ley y sus autores.
Y la
usurpación del Estado no se ha detenido en los inmuebles. También los bienes
muebles — catalogados con enumeración detalladísima, porque no escapase nada— o
sea aun los ornamentos, imágenes,
cuadros, vasos, joyas, telas y demás objetos de esta clase destinados expresa y
permanentemente al culto católico, a su esplendor, o a las necesidades
relacionadas directamente con él, han sido declarados propiedad pública
nacional.
Y mientras
se niega a la Iglesia el derecho de disponer libremente de lo que es suyo, como
legítimamente adquirido, o donado a ella por los piadosos fieles, se atribuye
al Estado y solo al Estado, el poder de disponer de ellos para otros fines, sin
limitación alguna de objetos sagrados, aun de aquellos que por haber sido
consagrados con rito especial están substraídos a todo uso profano, y llegando
hasta excluir toda obligación del Estado a dar, en tan lamentable caso,
compensación ninguna a la Iglesia.
Ni todo esto ha bastado para satisfacer a las tendencias
anti-religiosas de los actuales legisladores. Ni siquiera los templos han sido
perdonados, los templos, esplendor del arte, monumentos eximios de una historia
gloriosa, decoro y orgullo de la nación a través de los siglos; los templos,
casa de Dios y de oración, sobre los cuales siempre había gozado el pleno
derecho de propiedad la Iglesia Católica, la cual —magnífico título de
particular benemerencia— los había siempre conservado, embellecido, y adornado
con amoroso cuidado. Aun los templos —y de nuevo Nos hemos de lamentar de que
no pocos hayan sido presa de la criminal manía incendiaria— han sido declarados
propiedad de la Nación, y así expuestos a la ingerencia de las autoridades
civiles, que rigen hoy los públicos destinos sin respeto alguno al sentimiento
religioso del buen pueblo español.
Es, pues, bien triste la situación creada a la Iglesia
Católica en España.
El Clero ha
sido ya privado de sus asignaciones con un acto totalmente contrario a la
índole generosa del caballeresco pueblo español, y con el cual se viola un
compromiso adquirido con pacto concordatario, y se vulnera aun la más estricta
justicia, porque el Estado, que había fijado las asignaciones, no lo había
hecho por concesión gratuita, sino a título de indemnización por bienes
usurpados a la Iglesia.
Ahora
también a las Congregaciones Religiosas se las trata, con esta ley nefasta, de
un modo inhumano. Pues se arroja sobre ellas la injuriosa sospecha de que
puedan ejercer una actividad política peligrosa para la seguridad del Estado, y
con esto se estimulan las pasiones hostiles de la plebe a toda suerte de
denuncias y persecuciones: vía fácil y expedita para perseguirlas de nuevo con
odiosas vejaciones.
Se las
sujeta a tantos y tales inventarios, registros e inspecciones, que revisten
formas molestas y opresivas de fiscalización y hasta, después de haberlas
privado del derecho de enseñar, y de ejercitar toda clase de actividad, con que
puedan honestamente sustentarse, se las somete a las leyes tributarias, en la
seguridad de que no podrán soportar el pago de los impuestos: nueva manera
solapada de hacerles imposible la existencia.
Mas con tales disposiciones se viene en verdad a herir, no
solo a los Religiosos, sino al pueblo mismo español, haciendo imposibles
aquellas grandes Obras de caridad y beneficencia en pro de los pobres, que han
sido siempre gloria magnífica de las Congregaciones Religiosas y de la España
Católica.
Todavía sin embargo, en las penosas estrecheces a que se ve
reducido en España el Clero secular y regular, Nos conforta el pensamiento de
que la generosidad del pueblo español, aun en medio de la presente crisis
económica, sabrá reparar dignamente tan dolorosa situación, haciendo menos
insoportable a los Sacerdotes la verdadera pobreza que los agobia, a fin de que
puedan con renovados bríos proveer al Culto divino y al ministerio pastoral.
Pero con ser grande el dolor que tamaña injusticia Nos
produce, Nos, y con Nos Vosotros, Venerables Hermanos e Hijos dilectísimos,
sentimos aún más vivamente la ofensa hecha a la Divina Majestad.
¿No fue, por
ventura, expresión de un ánimo profundamente hostil a la Religión Católica el
haber disuelto aquellas Ordenes Religiosas que hacen voto de obediencia a una
Autoridad diferente de la legítima del Estado?
Se quiso de
este modo quitar del medio a la Compañía de Jesús, que bien puede gloriarse de
ser uno de los más firmes auxiliares de la Cátedra de Pedro, con la esperanza
acaso de poder después derribar, con menor dificultad y en corto plazo, la fe y
la moral cristianas del corazón de la Nación Española que dio a la Iglesia la
grande y gloriosa figura de Ignacio de Loyola. Pero con esto se quiso herir de
lleno — como lo declaramos ya en otra ocasión públicamente— la misma Autoridad
Suprema de la Iglesia Católica. No llegó la osadía, es verdad, a nombrar
explícitamente la persona del Romano Pontífice; pero de hecho se definió
extraña a la Nación Española la Autoridad del Vicario de Cristo; como si la
Autoridad del Romano Pontífice, que le fue conferida por el mismo Jesucristo,
pudiera decirse extraña a parte alguna del mundo; corno si el reconocimiento de
la autoridad divina de Jesucristo pudiera impedir o mermar el reconocimiento de
las legítimas autoridades humanas; o como si el poder espiritual y sobrenatural
estuviese en oposición con el del Estado, oposición que solo puede subsistir
por la malicia de quienes la desean y quieren, por saber bien que, sin su
Pastor, se descarriarían las ovejas y vendrían a ser más fácilmente presa de
los falsos pastores.
Mas si la ofensa que se quiso inferir a Nuestra Autoridad
hirió profundamente nuestro corazón paternal, ni por un instante Nos asaltó la duda
de que pudiese hacer vacilar lo más mínimo la tradicional devoción del pueblo
español a la Cátedra de Pedro. Todo lo contrario; como vienen enseñando siempre
hasta estos últimos años la experiencia y la historia, cuanto más buscan los
enemigos de la Iglesia alejar a los pueblos del Vicario de Cristo, tanto más
afectuosamente, por disposición providencial de Dios que sabe sacar bien del
mal, se adhieren ellos a él, proclamando que solo de él irradia la luz que
ilumina el camino entenebrecido con tantas perturbaciones y solo de él, como de
Cristo, se oyen « las palabras de vida eterna».
Pero no se dieron por satisfechos con haberse ensañado tanto
en la grande y benemérita Compañía de Jesús: ahora, con la reciente ley, han querido asestar otro golpe gravísimo a
todas las Ordenes y Congregaciones religiosas, prohibiéndoles la enseñanza. Con
ello se ha consumado una obra de deplorable ingratitud y manifiesta injusticia.
¿Qué razón hay, en efecto, para quitar la libertad, a todos concedida, de
ejercer la enseñanza, a una clase benemérita de ciudadanos, cuyo único crimen
es el de haber abrazado una vida de renuncia y de perfección? ¿Se dirá, tal
vez, que el ser religioso, es decir, el haberlo dejado y sacrificado todo,
precisamente para dedicarse a la enseñanza y a la educación de la juventud como
a una misión de apostolado, constituye un título de incapacidad para la misma
enseñanza? Y sin embargo la experiencia demuestra con cuánto cuidado y con
cuánta competencia han cumplido siempre su deber los religiosos, y cuán
magníficos resultados, así en la instrucción del entendimiento como en la
educación del corazón, han coronado su paciente labor. Lo prueba el número de
hombres verdaderamente insignes en todos los campos de las ciencias humanas y
al mismo tiempo católicos ejemplares, que han salido de las escuelas de los
religiosos; lo demuestra el apogeo a que felizmente han llegado tales escuelas
en España, no menos que la consoladora afluencia de alumnos que acuden a ellas.
Lo confirma finalmente la confianza de que gozaban para con los padres de
familia, los cuales habiendo recibido de Dios el derecho y el deber de educar a
sus propios hijos, tienen también la sacrosanta libertad de escoger a los que
deben ayudarles eficazmente en su obra educativa.
Pero ni siquiera
ha sido bastante este gravísimo acto contra las Ordenes y Congregaciones
.Religiosas. Han conculcado además indiscutibles derechos de propiedad; han
violado abiertamente la libre voluntad de los fundadores y bienhechores,
apoderándose de los edificios con el fin de crear escuelas laicas, o sea
escuelas sin Dios, precisamente allí donde la generosidad de los donantes había
dispuesto que se diera una educación netamente católica..
De todo esto aparece por desgracia demasiado claro el
designio con que se dictan tales disposiciones, que no es otro sino educar a
las nuevas generaciones no ya en la indiferencia religiosa, sino con un
espíritu abiertamente anticristiano, arrancar de las almas jóvenes los
tradicionales sentimientos católicos tan profundamente arraigados en el buen
pueblo español y secularizar así toda la enseñanza, inspirada hasta ahora en la
religión y moral cristianas.
Frente a una ley tan lesiva de los derechos y libertades
eclesiásticas, derechos que debemos defender y conservar en toda su integridad,
creemos ser deber preciso de Nuestro Apostólico Ministerio reprobarla y
condenarla. Por consiguiente Nos protestamos solemnemente y con todas Nuestras
fuerzas contra la misma ley, declarando que esta no podrá nunca ser invocada
contra los derechos imprescriptibles de la Iglesia.
Y querernos aquí de nuevo afirmar Nuestra viva esperanza de
que Nuestros amados hijos de España, penetrados de la injusticia y del daño de
tales medidas, se valdrán de todos los medios legítimos que por derecho natural
y por disposiciones legales quedan a. su alcance, a fin de inducir a los mismos
legisladores a reformar disposiciones tan contrarias a los derechos de todo
ciudadano y tan hostiles a la Iglesia, sustituyéndolas con otras que sean
conciliables con la conciencia católica. Pero entre tanto Nos, con todo el.
ánimo y corazón de Padre y Pastor, exhortamos vivamente a los Obispos, a los
Sacerdotes y a todos los que en alguna manera intentan dedicarse a la educación
de la juventud, a promover más intensamente con todas las fuerzas y por todos
los medios, la enseñanza religiosa y la práctica de la vida, cristiana. Y esto
es tanto más necesario, cuanto que la nueva legislación española, con la
deletérea introducción del divorcio, osa profanar el santuario de la familia,
sembrando así —junto con la intentada disolución de la sociedad doméstica— los
gérmenes de las más dolorosas ruinas en la vida social.
Ante la amenaza de daños tan enormes, recomendamos de nuevo
y vivamente a todos los católicos de España, que, dejando a un lado lamentos y
recriminaciones, y subordinando al bien común de la patria y de la religión
todo otro ideal, se unan todos disciplinados para la defensa de la fe y para
alejar los peligros que amenazan a la misma sociedad civil.
De un modo especial invitamos a todos los fieles a que se
unan en la Acción Católica, tantas veces por Nos recomendada; la cual, aun sin
constituir un partido, más todavía, debiendo estar fuera y por encima de todos
los partidos políticos, servirá para formar la, conciencia de los católicos,
iluminándola y fortaleciéndola en la defensa de la fe contra toda clase de
insidias.
Y ahora, Venerables Hermanos y amadísimos Hijos, no
acertaríamos a poner mejor fin a, esta Nuestra carta, que repitiéndoos cuanto
os hemos declarado desde el principio; a saber, que más que en el auxilio de
los hombres, hemos de confiar en la indefectible asistencia prometida por Dios
a su Iglesia y en la inmensa bondad del Señor para con aquellos que le aman.
Por esto, considerando todo lo que ha sucedido, y apesadumbrados más que todo
por las graves ofensas inferidas a su Divina Majestad con las múltiples
violaciones de sus sacrosantos derechos y con tantas transgresiones de sus
leyes, dirigimos al cielo férvidas plegarias, demandando a Dios perdón por las
ofensas contra El cometidas. El, que todo lo puede, ilumine las inteligencias,
enderece las voluntades y mueva los corazones de los que gobiernan a mejores
acuerdos. Con serena confianza esperamos que la voz suplicante de tantos buenos
hijos, sobre todo en este Año Santo de la Redención, será benignamente acogida
por la clemencia del, Padre celestial; y con esta con-fianza, para obtener que
descienda sobre vosotros, Venerables Hermanos y amados Hijos, y sobre toda la
Nación Española, que Nos es tan querida, la abundancia de los favores
celestiales, os damos con toda la efusión de nuestra alma la Bendición
Apostólica.
Dado
en Roma, junto a S. Pedro, día 3 de Junio, del año 1933, duodécimo de Nuestro
Pontificado.
PlUS PP. XI
Al recibir a los peregrinos españoles, huidos y refugiados de la zona
roja, el 14 de septiembre de 1936, Pío XI les dice:
Estáis aquí,
queridísimos hijos, para decirnos la gran tribulación de la que venís,
tribulación de la que lleváis las señales y huellas visibles en vuestras
personas y en vuestras cosas, señales y huellas de la gran batalla del
sufrimiento que habéis sostenido, hechos vosotros mismos espectáculo a nuestros
ojos y a los del mundo entero (…). Venís a decirnos vuestro gozo por haber sido
dignos, como los primeros apóstoles, de sufrir pro nomine Iesu (“por el
nombre deJesús”); vuestra fidelidad,
mientras estáis cubiertos de oprobios por el nombre de Jesús y por ser
cristianos. ¿Qué diría Él mismo, qué podemos decir Nos, en vuestra alabanza,
venerables obispos y sacerdotes, perseguidos e injuriados precisamente por ser
ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios? Todo esto es un esplendor de virtudes
cristianas y sacerdotales, de heroísmo y martirios; verdaderos martirios, en
todo el sagrado y glorioso significado de la palabra, hasta el sacrificio de
las vidas más inocentes, de venerables ancianos, de juventudes primaverales,
hasta la intrépida generosidad que pide un lugar en el carro para unirse a las
víctimas que espera el verdugo. Palabra por palabra, los españoles seguían
aquellos ecos que hallaban justa resonancia en sus almas, como si ellas con
toda la pesadumbre de unas horas espantosamente horribles se asomaran al mundo
a dar gritos de alarma angustiosa, acusadora. El final de la alocución papal
fue sobrecogedor: Diríase que una
satánica preparación ha vuelto a encender más viva aún, en la vecina España,
aquella llama de odio y de ferocísima persecución manifiestamente reservada a
la Iglesia y a la Religión Católica, como el único verdadero obstáculo para el
desencadenamiento de unas fuerzas que han dado ya razón y medida de sí mismas,
en su conato de subversión en todos los órdenes, desde Rusia hasta China, desde
Méjico a Sudamérica. Queremos no
retardar más la Bendición paterna, apostólica, que habéis venido a pedir al
Padre común de vuestras almas, al Vicario de Cristo. Bendición que vosotros,
queridísimos hijos, tanto deseáis y que también vuestro Padre desea otorgaros.
Bendición que vosotros tan largamente merecéis. Y como vosotros queréis, así
también Nos queremos y hemos dispuesto que Nuestra voz que bendice se extienda
y llegue a todos vuestros hermanos de sufrimiento y de destierro, que desearían
estar con vosotros y no pueden. Sabemos cuán grande es su dispersión; quizás ha
entrado también esto en los planes de la divina Providencia para más de un
provechoso fin. Esta Providencia os ha querido en muchos lugares, para que
vosotros en tantas y tan lejanas partes, con las señales de las tristísimas
cosas que han afligido a vuestra y nuestra querida España y a vosotros mismos,
llevéis el testimonio personal y vivo de la heroica adhesión a la fe de
vuestros mayores, que a centenares y millares (y vosotros sois del glorioso
número) ha agregado confesores y mártires al ya tan glorioso martirologio de la
Iglesia de España; heroica adhesión que (lo sabemos con indecible consolación)
ha dad0 incluso lugar a imponentes y piísimas reparaciones y a tan vasto y
profundo despertar de piedad y de vida cristiana, especialmente en el buen
pueblo español, que nos hace ver el anuncio y el principio de cosas mejores, y
de más serenos días para toda España. A
todo este bueno y fidelísimo pueblo, a toda esta querida y nobilísima España
que ha sufrido tanto, se dirige y quiere llegar Nuestra Bendición, como va e
irá, hasta el completo y seguro retorno de serena paz, Nuestra cuotidiana
oración... En la explanada, bajo la atenta mirada del Papa que les impartía
su bendición, los prófugos convertidos en verdaderos peregrinos no dejaban de
llorar, persignarse repetidas veces y abrazarse unos a otros. Seis meses
después Seis meses después de aquella audiencia, cuando todavía tendrían que
pasar dos años enteros para que finalizara la guerra civil española, en sus
habitaciones del Palacio Vaticano el Papa firmaba la encíclica Divini Redemptoris.
EL COMUNISMO
El 19 de marzo de 1937, otra carta
encíclica, la Divini Redemptoris, condenaba en términos explícitos el comunismo ateo.
En ella se dice que el comunismo es un azote satánico y es
intrínsecamente perverso. O sea, que no es una maldad parcial, sino total, no
es que algunos aspectos sean rechazables, como en otras ideologías, sino que en
su misma esencia, intrínsecamente, es perverso, es retorcidamente malo.
Pero la
lucha entre el bien y el mal quedó en el mundo como triste herencia del pecado
original. y el antiguo tentador no ha cesado jamás de engañar a la humanidad
con falaces promesas. Por esto, en el curso de los siglos, las perturbaciones
se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros
días, la cual por todo el mundo es ya o una realidad cruel o una seria amenaza,
que supera en amplitud y violencia a todas las persecuciones que anteriormente
ha padecido la Iglesia. Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en
una barbarie peor que aquella en que yacía la mayor parte del mundo al aparecer
el Redentor.
3. Este
peligro tan amenazador, como habréis comprendido, venerables hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que
pretende derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos
mismos de la civilización cristiana.
Y por lo
que toca a los errores del comunismo, ya en el año 1846 nuestro venerado
predecesor Pío IX, de santa memoria, pronunció una solemne condenación contra
ellos, confirmada después en el Syllabus.
Dice textualmente en la encíclica Qui
pluribus: «[A esto tiende] la
doctrina, totalmente contraria al derecho natural, del llamado comunismo;
doctrina que, si se admitiera, llevaría a la radical subversión de los
derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana»[1]. Más tarde, uno predecesor nuestro, de inmortal
memoria, León XIII, en la encíclica Quod
Apostolici numeris, definió el comunismo como «mortal enfermedad que se
infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola
en peligro de muerte»
Fijémonos
en la temprana denuncia de la Iglesia, ya que el Manifiesto Comunista de Marx y
Engels es de 1848.
Algunos se
asombran de que el Cristo del Consuelo, que está en el Santuario del Inmaculado
Corazón de María de Madrid, donde se suceden las manifestaciones diarias y el
rezo diario público y en la calle del Santo Rosario, le dijera el 27 de junio
de 1861 a San Antonio María Claret:
“Tu Patria
tiene tres graves peligros: La República; el protestantismo, o descatolización
de España; y el comunismo. Te doy tres remedios: el Trisagio, el Santísimo
Sacramento y el Santo Rosario”.
Y en 1917,
la Virgen María, en Fátima, entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917,
viene a alertar también sobre el comunismo, justo cuando se produce la
Revolución de Octubre soviética en Rusia:
“Esta
guerra está próxima a concluir. Pero antes de que muera el Papa siguiente al
actual (que era Benedicto XV), vendrá otra más terrible si el mundo no se
convierte y hace oración y penitencia. Una luz roja lo anunciará. Y si el mundo
sigue sin convertirse, Rusia extenderá sus errores por todo el mundo y naciones
enteras serán destruidas. El Padre Santo tendrá mucho que sufrir. Debe
consagrar a Rusia y a todas las naciones a Mi Corazón Inmaculado, en unión con
todos los obispos del mundo. Por fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”.
Así sucedió
todo, y tras Benedicto XV vino Pío XI. En febrero de 1938 se vio esa luz roja
en todo el hemisferio sur. El Papa Ratti muere el 10 de febrero de 1939, pero
ya ha estallado y está a punto de concluir la guerra civil española, los
japoneses ya han invadido Manchuria en 1931 y China en 1937. Por su parte,
Italia invadió Abisinia en 1935 y 1936. Era el inicio de la Segunda Guerra
Mundial, que se formalizaría en septiembre de 1936 con la invasión de Polonia
por Alemania y la Unión Soviética, aliadas tras el Pacto Molotov-Ribbentrop de
agosto de 1939.
El 31 de
octubre de 1942 Pío XII hizo la Consagración pedida en Fátima, pero no pudieron
hacerla todos los obispos del mundo por estar en guerra, así que al final de la
II Guerra Mundial Rusia se apoderó de Europa Oriental. En 1949, China
Comunista. Luego, Corea, el Sudeste Asiático, Sudán, Etiopía, Guinea, Angola,
Mozambique.. En América, Cuba y Nicaragua. Y guerrillas y terrorismo por todo
el mundo, como aquí ETA, FRAP Y GRAPO.
Hasta que
el 13 de mayo, día de Fátima, de 1981, Alí Agca atentó contra Juan Pablo II y
casi lo mata. Era un sicario de los comunistas búlgaros y soviéticos. El Papa
se da cuenta y manda hacer la Consagración con todos los obispos del mundo el
25 de marzo de 1984 y manda engarzar la bala que casi le mata en la corona de
la virgen de Fátima, llevada al efecto al Vaticano.
Se hace, al
día siguiente muere un presidente comunista, Ahmed Sékou Touré, de Guinea,
perseguidor de la Iglesia. Gracias a eso tenemos hoy a un Cardenal Sarah entre
los papables. Luego, el 13 de mayo de 1984, un terremoto en el Polo Norte.
Imposible, no hay capa tectónica, sólo es agua congelada. Se sabe después,
había estallado el mayor arsenal soviético de armas nucleares en Murmansk, Mar
Ártico. Iban a invadir ya Europa Occidental, en complicidad con los países
gobernados por socialistas, casi todos: Felipe González en España, Mario Soares
en Portugal, Mitterrand en Francia, Willy Brandt y Smicht en Alemania, Bruno
Kreisky en Austria, Bettino Craxi en Italia, Andreas Papandreu en Grecia, Olof
Palme en Suecia….
Vienen
luego Chernobil, el terremoto de Armenia, explosiones en oleoducto y tren
Transiberianos, la derrota en Afganistán…
Mueren los jefes soviéticos: Breznev, Andropov,
Chernienko, Podgorny, Kosyguin,
Suslov.
El 9 de
noviembre de 1989 cae el Muro de Berlín. Nuestra Señora de la Almudena,
encontrada en un muro que se derrumbó en 1085, tras ser escondida por los
cristianos cuando la invasión musulmana de 711. Hubo que hacer procesiones y
rogativas, hasta que ocurrió el milagro.
Por fin,
tras tres días de guerra civil en Rusia, los de Boris Yeltsin asaltan el
Parlamento Soviético, prohíben el Partido Comunista, quitan la bandera de la
hoz y el martillo y poco después se disuelve la Unión Soviética. Era el 22 de
agosto de 1991, en el calendario antiguo, el Inmaculado Corazón de María. “Por
fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”.
Volvemos a
la Divini Redemptoris:
También
Nos, durante nuestro pontificado, hemos denunciado frecuentemente, y con
apremiante insistencia, el crecimiento amenazador de las corrientes ateas.
Cuando en 1924 nuestra misión de socorro volvió de la Unión Soviética, Nos
condenamos el comunismo en una alocución especial dirigida al mundo entero. En
nuestras encíclicas Miserentissimus
Redemptor , Quadragesimo
anno, Caritate
Christi , Acerba animi , Dilectissima
Nobis Nos hemos levantado una solemne protesta contra las persecuciones
desencadenadas en Rusia, México y España; y no se ha extinguido todavía el eco
universal de las alocuciones que Nos pronunciamos el año pasado con motivo de
la inauguración de la Exposición Mundial de la Prensa Católica, de la audiencia
a las prófugos españoles y del radiomensaje navideño. Los mismos enemigos más
encarnizados de la Iglesia, que desde Moscú dirigen esta hucha contra la
civilización cristiana, atestiguan con sus ininterrumpidos ataques de palabra y
de obra que el Papado, también en nuestros días, ha continuado tutelando
fielmente el santuario de la religión cristiana y ha llamado la atención sobre
el peligro comunista con más frecuencia y de un modo más persuasivo que
cualquier otra autoridad pública terrena.
Queremos,
por tanto, exponer de nuevo en breve síntesis los principios y los métodos de
acción del comunismo ateo tal como aparecen principalmente en el bolchevismo,
contraponiendo a estos falaces principios y métodos la luminosa doctrina de la
Iglesia y exhortando de nuevo a todos al uso de los medios con los que la
civilización cristiana, única civitas
verdaderamente humana, puede librarse de este satánico azote y desarrollarse
mejor para el verdadero bienestar ele la sociedad humana.
Materialismo evolucionista de Marx
9. La
doctrina que el comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras se
funda hoy sustancialmente sobre los principios, ya proclamados anteriormente
por Marx, del materialismo dialéctico y del materialismo histórico, cuya única
genuina interpretación pretenden poseer los teóricos del bolchevismo. Esta
doctrina enseña que sólo existe una realidad, la materia, con sus fuerzas
ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad
humana, por su parte , no es más que una apariencia y una forma de la materia,
que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un
perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin
ciases. En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar ninguno para la idea
de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la materia ni entre el cuerpo
y el alma: no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por
consiguiente, esperanza alguna en una vida futura. Insistiendo en el aspecto
dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman que el conflicto que
impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Por
esto procuran exacerbar las diferencias existentes entre las diversas clases
sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases, con sus odios y
destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el progreso de la
humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a esas conscientes
violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna, aniquiladas como
enemigas del género humano.
A qué quedan reducidos el hombre y la familia
10. El
comunismo, además, despoja al hombre de su libertad, principio normativo de su
conducta moral, y suprime en la persona humana toda dignidad y todo freno moral
eficaz contra el asalto de los estímulos ciegos. Al ser la persona humana, en
el comunismo, una simple ruedecilla del engranaje total, niegan al individuo,
para atribuirlos a la colectividad, todos los derechos naturales propios de la
personalidad humana. En las relaciones sociales de los hombres afirman el
principio de la absoluta igualdad, rechazando toda autoridad jerárquica
establecida por Dios, incluso la de los padres; porque, según ellos, todo lo
que los hombres llaman autoridad y subordinación deriva exclusivamente de la
colectividad como de su primera y única fuente. Los individuos no tienen
derecho alguno de propiedad sobre los bienes naturales y sobre los medios de
producción, porque. siendo éstos fuente de otros bienes, su posesión conduciría
al predominio de un hombre sobre otro. Por esto precisamente, por ser la fuente
principal de toda esclavitud económica, debe ser destruida radicalmente, según
los comunistas, toda especie de propiedad privada.
11. Al negar a
la vida humana todo carácter sagrado y espiritual, esta doctrina convierte
naturalmente el matrimonio y la familia en una institución meramente civil y
convencional, nacida de un determinado sistema económico; niega la existencia
de un vínculo matrimonial de naturaleza jurídico-moral que esté por encima de
la voluntad de los individuos y de la colectividad, y, consiguientemente, niega
también su perpetua indisolubilidad. En particular, para el comunismo no existe
vínculo alguno que ligue a la mujer con su familia y con su casa. Al proclamar
el principio de la total emancipación de la mujer, la separa de la vida
doméstica y del cuidado de los hijos para arrastrarla a la vida pública y a la
producción colectiva en las mismas condiciones que el hombre, poniendo en manos
de la colectividad el cuidado del hogar y de la prole. Niegan, finalmente, a
los padres el derecho a la educación de los hijos, porque este derecho es
considerado como un derecho exclusivo de la comunidad, y sólo en su nombre y
por mandato suyo lo pueden ejercer los padres.
Horrores del comunismo en España
20. También
en las regiones en que, como en nuestra queridísima España, el azote comunista
no ha tenido tiempo todavía para hacer sentir todos los efectos de sus teorías,
se ha desencadenado, sin embargo, como para desquitarse, con una violencia más
furibunda. No se ha limitado a derribar alguna que otra iglesia, algún que otro
convento, sino que, cuando le ha sido posible, ha destruido todas las iglesias,
todos los conventos e incluso todo vestigio de la religión cristiana, sin
reparar en el valor artístico y científico de los monumentos religiosos. El
furor comunista no se ha limitado a matar a obispos y millares de sacerdotes,
de religiosos y religiosas, buscando de un modo particular a aquellos y a
aquellas que precisamente trabajan con mayor celo con los pobres y los obreros,
sino que, además, ha matado a un gran número de seglares de toda clase y
condición, asesinados aún hoy día en masa, por el mero hecho de ser cristianos
o al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan espantosa es
realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad que jamás se hubieran
creído posibles en nuestro siglo. Ningún individuo que tenga buen juicio,
ningún hombre de Estado consciente de su responsabilidad pública, puede dejar
de temblar si piensa que lo que hoy sucede en España tal vez podrá repetirse
mañana en otras naciones civilizadas.
Lista de encíclicas
•
Ingravescentibus
Malis (29 de septiembre de 1937)
•
Firmissimam
Constantiam (28 de marzo de 1937)
•
Divini Redemptoris (19 de marzo de 1937)
•
Mit Brennender Sorge (14 de marzo de 1937)
•
[Vigilanti
cura (29 de junio de 1936)
•
Ad catholici sacerdotii (20 de diciembre de 1935)
•
Dilectissima Nobis (3 de junio de 1933)
•
Acerba Animi
(29 de septiembre de 1932)
•
Caritate
Christi Compulsi (3 de mayo de 1932)
•
Lux
Veritatis (25 de diciembre de 1931)
•
Nova
Impendet (2 de octubre de 1931)
•
Non abbiamo bisogno (29 de junio de 1931)
•
Quadragesimo Anno (15 de mayo de 1931)
•
Casti Connubii (31 de diciembre de 1930)
•
Ad Salutem
Humani (20 de abril de 1930)
•
Divini Illius Magistri (31 de diciembre de 1929)
•
Rappresentanti
in terra (31 de diciembre de 1929)
•
Quinquagesimo
ante anno (23 de diciembre de 1929)
•
Mens Nostra (20 de diciembre de 1929)
•
Rerum
Orientalium (8 de septiembre de 1928)
•
Miserentissimus Redemptor (8 de mayo de 1928)
•
Mortalium
Animos (6 de enero de 1928)
•
Iniquis
Afflictisque (18 de noviembre de 1926)
•
Rite
Expiatis (30 de abril de 1926)
•
Rerum Ecclesiae (28 de febrero de 1926)
•
Quas primas (11 de diciembre de 1925)
•
Maximam
Gravissimamque (18 de enero de 1924)
•
Ecclesiam
Dei (12 de noviembre de 1923)
•
Studiorum
ducem (29 de junio de 1923)
•
Rerum Omnium
Perturbationem (26 de enero de 1923)
•
Fin dal
primo momento (23 de diciembre de 1922)
•
Ubi Arcano
Dei Consilio (23 de diciembre de 1922)
Pasajes de la Quas Primas
Es evidente que también en sentido propio y estricto le
pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en
cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino[2]; porque como Verbo de Dios,
cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él
lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el
mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en
cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los
otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre;
de manera que por el solo hecho de les dogma, además, de fe católica, que
Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como
legislador a quien deben obedecera unión hipostática, Cristo tiene potestad
sobre todas las criaturas. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad
llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato,
potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
Por otra parte, erraría gravemente el que negase a
Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que
el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal
suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras
vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así
como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así
también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las
utilicen.
El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera,
así a los individuos como a las naciones: porque
la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los
ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de
ciudadanos. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por
sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al
imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad
y la fortuna de su patria.
En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen
la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil
increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y
concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto
modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también
ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos.
Ahora bien: para que estos inapreciables provechos se recojan
más abundantes y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se
propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de nuestro
Salvador, para lo cual nada será más eficaz que instituir la festividad propia
y peculiar de Cristo Rey.
Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las
gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo
Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los
pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la
religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada
indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la
arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo
algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta
religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron
Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la
impiedad y en el desprecio de Dios.
¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado
se preparaba maravillosamente el camino a la institución de esta festividad?
Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos
libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y
asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa
práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo
Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también
ciudades y naciones. Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII fue
consagrado al Divino Corazón todo el género humano durante el Año Santo de
1900.
La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año,
enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer
a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados
y gobernantes.
A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio
final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del
Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará
terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la
sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos,
ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al
formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de
costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación
de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las
verdaderas normas de la vida cristiana.
VIVA CRISTO REY !!!
(1) No se dirige al Cardenal Primado, Arzobispo de Toledo, el Cardenal Segura, porque había sido expulsado de España por la II República.
Por la
transcripción, José Luis Corral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario