domingo, 13 de diciembre de 2020

La Llegada (cuento de Adviento), por José Luis Corral.

 

Todavía estaba medio dormido. Recuerdo al lado de mi cama a San José y a la Virgen María y me dijo el Ángel "¡Vámonos!" Tenía tan pocas fuerzas que me cogió en brazos, pero ahora me había dejado al final del túnel, ante la luz.

 

Al entrar en la luz lo primero que me encontré fue un hombre imponente, sentado ante una mesa, con unas llaves enormes.

- Bienvenido, pasa, te estaba esperando.

- Tú, tú... tú eres San Pedro, no te había conocido, como estás tan joven, yo te hacía con barbas blancas.

- Como todos aquí, con 33 años perfectos, como Cristo.

Mientras San Pedro rebuscaba entre sus numerosos legajos, algo o alguien me tiraba de los pantalones:

- Yayo, Yayo....


 Miré hacia abajo y me quedé asombrado, viendo a un niño minúsculo, que se sostenía de pie agarrado a mis pantalones.

- Pero ¿quién eres tú, criaturita? ¡qué guapo eres! ¿eres un ángel?

- Pero yayo, ¿cómo voy a ser un ángel? ¿no ves que no tengo alas? Soy David, yayo. 

Me agaché y lo recogí y lo tomé en brazos poniéndolo a la altura de mi cara. Era más pequeño que un recién nacido. Se cruzan besos y abrazos.

- Ya sé quién eres, nunca te olvidé, aunque no te llegué a conocer. ¿Y tu mamá?

- En el cielo, luego la ves.

- Oye, qué bien hablas, con lo pequeño que eres.

- Tengo la ciencia infusa, me la dieron en cuanto llegué.

San Pedro se da cuenta y se dirige al niño, fingiendo severidad, aunque le resulta difícil contener la risa:

- David, ya te has vuelto a colar, qué travieso eres, te tengo dicho que te quedes en el limbo y no pases aquí.

- Es que ha venido mi yayo, San Pedro, quería ser el primero en recibirlo. Tenía muchas ganas de verlo.

- Deja a tu abuelo, que tiene que presentarse al Señor.

San Pedro abrió la puerta y me dejó pasar. La Majestad Divina que me recibió me sobrecogió a la vez que me penetraron hasta el último rincón de mi ser una felicidad, un amor y una dicha indecibles, que no puedo expresar con palabras.

Me postré ante Dios, sintiéndome indigno de tal Excelsitud.

- Levanta y escucha, como soldado mío has librado el buen combate y eres digno de entrar en Mi Reino, pero si quieres, antes de entrar puedes ir voluntariamente al Purgatorio, porque vendrás aún más resplandeciente y porque podrás saludar a mucha gente que conoces, algunos que ni sabías que murieron. Ese privilegio sólo puedes tenerlo ahora. Después, ningún ser celestial puede entrar allí salvo la Santísima Virgen para coger a sus hijos purificados y los ángeles desde arriba para derramar gracias. Luego sólo se puede acceder al muro transparente de separación, para visitar a los que están ya cerca de su purificación total, pues los que sufren tormentos están más en el interior y no pueden ser vistos por los de aquí.

- Pero antes, que un ángel recoja a David, que va colgando por detrás del bolsillo del pantalón del abuelo. ¿Crees que no me daría cuenta, pillo?

- Pero yo quiero ir con mi yayo.

- Que no, que al Purgatorio no puedes entrar. Cuando vuelva el yayo, que será muy pronto, ya estarás con él todo lo que quieras. Ahora ve a jugar con los animales y los otros niños.

Mi Ángel de la Guarda me acompañó hasta el Purgatorio, junto a San Pedro, que abrió la puerta. Pasé y en primer lugar vi a gente bastante normal y joven, como de treinta y tantos años, no llegaban a 40. Vi a algunos conocidos y les comenté su juventud.

- Sí, según nos purificamos nos rejuvenecemos. Tú también, ¿no te has visto qué joven estás? Mírate en ese espejo.

- Ah, pues sí. Y eso que la pócima de la Bruja Curuja se me terminó hace tiempo, el elixir de la eterna juventud. ¿Cómo estáis por aquí?

- Pues ya pasó lo peor, la pena de sentido, que es sentir un fuego abrasador, pero nos queda la pena de daño, por no ver a Dios ni a los seres celestiales que ya pasaron al cielo. Con la resignación de saber que ya no tardando mucho, nosotros también iremos allí.

Pasé más hacia el interior del Purgatorio. Conforme se adentraba uno, el ambiente era más sofocante, menor la luz, aumentaba el calor, se oían quejidos. Creí reconocer a algunos:

- Eminencia, usted por aquí, está más joven, pero yo le hacía ya con San Carlos Borromeo.

- Ay, hijo, es que me dieron muchos honores, me enterraron en la Catedral, pusieron calles y colegios con mi nombre, pero no se acordaron de rezar más por mi desde mi funeral, así que aquí estoy penando, que ya sabes que tuve que hacer muchos acuerdos, renunciar, había que traer la democracia, ya sabes, y ¡menuda vergüenza pasé en mi juicio particular! El Señor no me escupió porque no sabe hacerlo, me libré del infierno de milagro.

- Y esta señora que anda con usted, tan amigable, me parece reconocerla: ¡Señora Dolores! ¡Usted aquí! Su tumba está cerca de mi casa, la he visto de vez en cuando.

- Ay, sí, me salvé al final, gracias a José María, aunque él también.... al final tuvo más suerte, que los jesuitas no abandonan a los suyos. Pero claro, teníamos tanto que purgar, llevo aquí mucho tiempo. Así que vivías cerca, ¿no serás tú de los que se ciscaron en mi tumba?

- No, señora, no. Yo respeto mucho a los muertos, eso de profanar tumbas es un vicio que les va más a los del puño cerrado, como usted.

En esa parte del Purgatorio había una especie de aerosoles, como gotitas en suspensión, que aliviaban el calor. Me dijeron que son las oraciones de la Iglesia militante.

Intenté penetrar más adentro, pero cada vez era más asfixiante y sofocante y más allá era como un horno incandescente, no se podía estar. Las almas eran teas, gritaban y chillaban, un cuadro espantoso, sólo aliviado por unos chorros de agua viva al que todos procuraban llegar. A veces algún ángel echaba un cubo, un barreño de aquella agua bendita sobre un alma concreta, por alguna misa que habían dicho por ella. A los torrentes de agua viva se acercaban y pugnaban y se peleaban incluso, se acusaban entre ellos:

- Tú tienes la culpa, tú hiciste aquellas leyes - Señalaban a uno muchos al que apuntaban hostilmente con sus dedos.

- Vosotros me votasteis, era lo que queríais.

Los ríos de agua provenían del Monte Calvario y recibían afluentes de todas partes del mundo, de las almas orantes, las misas, los rosarios, penitencias y sacrificios, de las buenas obras de mucha gente. Pero no daban abasto para apagar aquel fuego tan intenso, aquella sed, aquel sufrimiento al que habían sido castigados los pecadores, que sólo lentamente se iban purificando y limpiando de aquella pez negra que tenían adherida a todas partes. Era el pecado, qué mancha tan difícil de limpiar.

Visto y conocido todo aquel mundo, donde hay más almas que en la Tierra, no pude soportarlo más y volví a las Puertas, donde San Pedro me abrió y me dejó pasar.

Le comenté las disputas que vi en el Purgatorio, que me extrañaron. 

- Sí en el fondo todavía tienen muchos defectos provenientes del mundo de los vivos. Y no te imaginas lo que sucede en el Infierno. Se agreden y odian con mucha saña, se devoran. Los demonios acuden en socorro de los más malos, al que los otros echan la culpa de todo.

 Pregunté por mi nieto y me llevaron a él, que estaba dormido.

No tuve ni que despertarlo, sintió mi presencia y me recibió con una sonora carcajada:


- David, vamos a ver a tu madre.

Qué guapa está su madre también. ¡Qué felicidad! Más joven que cuando se fue. ¡Qué alegría reencontrarnos!

- Yayo, yayo, vamos que te quiero enseñar una cosa.

Oí ladridos, suspiros. Eran los perros que habíamos tenido:

- ¡Torri, Niña, Yate, Mildred, Pistón, Franco!  ¡Mirad quién ha venido!

Nos ladraban, nos saltaban, nos lamían, nos comían, allí estaban todos.

- Yayo, yayo, mira, ahí abajo están otros animales, hay hasta dinosaurios. Y están Dumbo y Rumbo, el abuelo y el padre de Tumbo. Me puedo colar en el cielo cuando quiero, pero es que me lo paso tan bien aquí en el Limbo.

- Bueno, David, pero tengo que ir al Cielo, porque quiero ver a Dios y a mis familiares y amigos.

- Vale, te acompaño.

De camino, nos flanqueaban millones de niños como mi nieto y a la vez sonaban millones de campanillas. Me saludaban alborozados. 

- Yayo, es porque saben que tú luchaste contra el aborto, que hiciste manifestaciones y todo eso. No veas, cuando llegan algunos políticos, estos mismos se acercan por millones y los señalan y suenan sus gargantas como aullidos y señalan con el dedo a los culpables. Y Dios permite que se vean.

Y así entramos en la Gloria. Allí me esperaban mis padres y abuelos, mis bisabuelos, también otros tíos pequeños que no conocí, mis tíos mártires....

Como no existe el tiempo en el Cielo, todo sucede a la vez muy lento y extraordinariamente rápido. Uno se queda enganchado con cada persona como les pasa a los enamorados, sin notar que pasa el tiempo, y a la vez uno se mueve y va viendo a unos y a otros rápidamente. Pero para contarlo hay que ir por orden.

- Mira, Yayo, que hay mucha gente esperándote, no te entretengas demasiado, luego vuelves.

- ¿Y quién es toda esa gente? Yo no conozco a tanta gente, son millones.

- Yayo, son los excombatientes y los mártires y los patriotas de España. Ellos sí te conocen. Iban a tus actos y los seguían sentados en las nubes y en los árboles y en los tejados. Tú sabías que estaban, los presentías.

- Claro, hay tres delante. Me parece que los reconozco.

- José Antonio, estás igual, qué alegría encontrarte.

- Mi General, ¡qué joven! Parece que estás en el Rif.

- Blas, nunca te conocí tan joven, pero estás igual, siempre conservaste tu figura.

- ¿Y esa música celestial?

- Son los Coros de los Ángeles. Serafines y Querubines llevan la voz cantante.

- Conozco esas notas...

Todos alzan el brazo extendido con la palma de la mano abierta. Tiembla la Bóveda Celeste.

¡CARA AL SOL.......!

Dedicado a Raquel y a su hijo nonato David, muertos por Covid el 9 de Diciembre de 2020.










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