¡Vaya, vaya! Tanta aconfesionalidad para esto. El Trono y el Altar, otra vez juntos, apoyándose mutuamente, como se hizo tantos siglos. Pero esta vez más que una Alianza parece una Complicidad, porque todos ellos son responsables de muchas cosas que han sucedido. Especialmente desde el 24 de octubre, donde la iniciativa de unos políticos del gobierno, el aplauso de otros en las Cortes, la justificación de los que se dicen Justicia, la firma de aquel que le debe el reino y la vida al Generalísimo, según afirmó su padre el emérito (1), la disciplina de quienes estuvieron a las órdenes del Generalísimo y la anuencia de las jerarquías eclesiásticas hizo posible la profanación de una tumba y el sacrilegio de una basílica. Helos ahí, todos juntos, ante el Altar y en el Altar. Los del Trono, con traje; los del Altar con casulla.
Todos amordazados. Todos bajo el signo de la maldición del año 2.020.
En los Reyes y sus hijas, cierto empaque, aunque muy inferior al que demostró la Familia Franco en el Valle aquel 24 de octubre.
El único que impone respeto es el Cristo, muy por encima de todos. El signo más equivalente y sublime, el Altísimo. Muy parecido al imponente Cristo del Valle de los Caídos, si bien el roble de su cruz le da a aquel un dramatismo superior.
Las Presidentes del Congreso y del Senado, desenvueltas y minifalderas, como viudas alegres, al aire su muslamen, sin recato y sin pudor. Más prudente la Vicepresidente del Gobierno, tan activa en la profanación, pero que ha visto más de cerca la maldición, afectada por el coronavirus.Y los Obispos, todos juntos, Cardenales incluidos, pero que no pueden sobrepasar en dignidad y majestad a la capa pluvial de un Prior benedictino. Canis mutis, amordazados como signo de los tiempos, mudos ante la profanación, ante el sacrilegio, ante el totalitarismo, ante la persecución religiosa que intentan disimular con esta pantomima neomundialista. ¡Ay de vosotros!
Por lo demás, punto y seguido, no es cosa nueva. Ahí tenemos a Rouco y Juan Carlos en otra similar.
(1) Juan Carlos dijo en una ocasión que su hijo Felipe le debía más a Franco que él mismo, porque él sólo le debía el Trono, pero Felipe le debía el Trono y la Vida, porque el Caudillo se empeñó en que tuviera más hijos hasta que tuviera un varón, no conformándose con las dos hijas que tenía hasta el momento, Elena y Cristina.
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