Con el espléndido marco de una de las más bellas catedrales góticas del mundo, con una multitud de fieles y con una extraordinaria liturgia, se ha celebrado en Burgos la beatificación de 5 mártires de cuando la guerra civil española, asesinados en la provincia de Burgos, donde el sacerdote Valentín Palencia acostumbraba a llevar a veranear a los muchachos acogidos en el Patronato por él fundado. Por ser sacerdote murió él y por no abandonarle lo fueron los 4 muchachos que le acompañaron en el martirio y en los altares.
El Cardenal Amato, a quien ya nos hemos acostumbrado a ver en muchas de estas ceremonias desde que dejaron de celebrarse en Roma por disposición de Benedicto XVI, pasando desarrollarse en las diócesis de los nuevos beatos, mientras que Roma queda reservada por lo común para las canonizaciones.
Este Cardenal es un verdadero Príncipe de la Iglesia, majestuoso y solemne en sus formas. Sólo hay que verle cómo maneja el incensario. De palabra culta y precisa, pronuncia exquisitamente el castellano y analiza con mucha claridad y precisión las circunstancias en las que se desarrollaron los acontecimientos.
Pero los cambios han llegado también a Roma con el nuevo Pontificado del Papa Francisco. Y la fina pituitaria del Cardenal los ha percibido y reacciona en consonancia con la nueva situación. Ya la acusación es menos precisa y contundente. Fueron los anarquistas, recurrente tópico para exculpar a socialistas y comunistas, que siendo potencias políticas actuales no conviene que sean molestados, dadas las proverbiales buenas relaciones que tiene el Sumo Pontífice con ellos.
Ahora, sutilmente se pone el acento en aquellos martiriios que fueron un testimonio de humanidad que sirven para todos. ”Ellos han sembrado amor, no odio; han practicado la caridad con todos,
sobre todo con los necesitados, y han transmitido el calor de la
presencia de Dios incluso en el corazón de quienes los mataban”. Es verdad.
Cuánto nos hubiera gustado que este gran Cardenal hubiera podido referirse libremente al ideal del caballero cristiano representado a los pies de ese altar por el Cid Campeador y la legitimidad y aun la obligatoriedad de la defensa frente a un Islam implacable. Y que se hubiera recordado la Capitanía y el Caudillaje de Francisco Franco, que precisamente desde Burgos condujo la Santa Cruzada en defensa de la España cristiana hasta derrotar a los enemigos y restablecer los derechos de Dios y de la Iglesia.
Eso no lo dijo el Cardenal, pero lo pensó y recordó quien esto escribe.
El templo estaba abarrotado en sus naves, crucero y capillas. Como muestra, este espacio al pie de la Escalinata Dorada de Diego de Siloé. Puede apreciarse en la segunda fila la presencia de Juan Ortega Lara, quien sufriera un prolongado secuestro por otros marxistas como los verdugos de los mártires.
Et Universo Clero, que no cabía en el Altar Mayor y hubo de ubicarse también en una nave lateral, cerca del Presbiterio y siguiendo la ceremonia por pantallas gigantes, distribuidas por muchos lugares del templo.
Ya en la calle pudimos observar al Cardenal Amato, al Obispo titular de Burgos, Monseñor Herráez y al Cardenal Rouco, saludados incesamente por fieles.
Además estuvo el Presidente de la Conferencia Episcopal, Cardenal Blázquez, el Nuncio, Monseñor Fratini, así como el anterior Obispo de Burgos, Monseñor Gil. Y el Arzobispo de Pamplona y los Obispos de Ciudad Rodrigo, León y Vitoria, junto al emérito de Segovia y el Auxiliar de Madrid, Monseñor Martínez-Camino. Y los abades de San Pedro de Cardeña y Santo Domingo de Silos.
Entre los políticos, el alcalde de la ciudad, un senador y poco más.
Muchas, muchísimas ausencias, clamorosas ausencias, en esa política generalizada de ponerse de perfil, no figurar, no aparecer en nada ni siquiera un poquitín comprometido.
La Misa fue retransmitida por la 13TV, emisora de la Conferencia Episcopal. Los grandes medios de comunicación no se han dado por aludidos. Cualquier mindundi, cualquier mitin, cualquier famosillo les merece más atención. Para los mártires y su martirio, la manta del silencio.