El Valle de los Caídos se viste de blanco con la nieve. Su egregia Cruz de 150 metros de altura desde la base emerge majestuosa y se recorta en un cielo azul límpido y sereno. Así da gusto volver a circular entre los cerros graníticos de la sierra madrileña, cuajados de arbolado y revestidos de puro albor.
Allí siguen los grandiosos escudos labrados en granito de los Reyes Católicos, de los cuales los iconoclastas destructores, esos bárbaros de la mal llamada Ley de Memoria Histórica, han arrancado el trilema Una,Grande y Libre. Y también el Plus Ultra.
Y la visita se prolongó al corazón de nuestro Imperio, al Monasterio del Escorial, la octava maravilla del mundo, realmente la primera, pues de las otras siete sólo quedan las pirámides de Egipto.
Todo un acierto el del ayuntamiento escurialense con sus paneles informativos. Así da gusto.