Con una extraordinaria asistencia de fieles se ha celebrado la Santa Misa en la Iglesia de San Jerónimo el Real, oficiada en sufragio por las almas de Francisco Franco, Caudillo de España; José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange; y de todos los caídos por Dios y por España.
Presidía en la primera bancada la Excelentísima Señora Duquesa de Franco, rodeada de la Condesa de Romanones, el ex ministros José Utrera Molina, los directivos de la Fundación Nacional Francisco Franco Jaime Alonso y Ricardo Alba, Pedro González-Bueno y otras personalidades.
En la otra bancada puede verse a Emilio de Miguel, Ricardo Pardo Zancada, Sr. Gambra, Pituca, Paco Torres, Juan León y José Luis Corral.
Entre otros muchos conocidos, también estaban el magistrado Martínez Palomares, José María Caballero, el General Blas Piñar, Benedicto Martín Amores y Pilar Gutiérrez.
Celebró el Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa, acompañado del Padre César. Elogió la gran obra del Caudillo en beneficio de la Iglesia y de España, por lo que le debemos gratitud. También mencionó la obligación de orar por las almas, que ya no pueden hacer nada por sí mismas para mejorar su situación cuando son juzgadas por Dios, a la vez Justo y Misericordioso. Y si queremos que la obra de Franco sea más apreciada debemos rezar por ello, pero con el alma libre de pecados para que nuestra oración sea grata a Dios.
La Consagración la dijo en latín. Fue digna de verse y escucharse. La pronunciación pausada, inclinado hacia la forma, diciendo con mucha unción. Ya consagrada la Sagrada Hostia, una elevación pausadísima, como si aquella cosa pesara 100 kilos. En que llega allí arriba y se torna ingrávida, suspendida en la eternidad, detenidos el tiempo y el espacio. Hasta que vuelve a bajar con una gravedad inversa, como tirando de ella porque se resiste a dejar el cielo, cautivas las miradas por aquel espectáculo sobrenatural. Llegada que es al ara y oculta la oblea, el sacerdote se humilla hasta desaparecer tras el altar, genuflexo y contrito.
Y ahora es el Cáliz quien recibe las palabras enamoradas de la suprema entrega, del sumo Amor. Luego de lo cual, se alza con la misma lentitud, como si el Preciosísimo Líquido colmara la copa hasta los bordes y pudiera derramarse. Hasta arriba del todo, como esperando que el Padre recoja el sublime Sacrificio perpetuo, la Sangre de su Amadísimo Hijo. Una eternidad abreviada en segundos en los que el Cielo ha comunicado con la tierra, dejando entrever toda la infinitud de la Omnipotencia tres veces Santa. Desciende luego, lentamente, la pesada carga de los pecados de toda la humanidad. Abrumado, exhausto, el sacerdote se postra rendido en el suelo, también despacio, hasta que se incorpora como resucitado y exclama exultante:
"¡¡¡ Éste es el Misterio de nuestra Fe !!!"
Y responde el pueblo fiel:
"¡¡¡ Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección. Ven, Señor, Jesús !!!"
Y suena el Himno Nacional, al órgano, vigoroso, pletórico, entusiasta, erizando el bello en los brazos, dándole otro revolcón al corazón, que acaba de salir compungido y extasiado y se siente sacudido por la emoción.
Así, ¿quién no tiene Fe?
No menos edificante fue la Comunión, en dos hileras interminables, repartida por el oficiante y por el Párroco. La gente inclinándose y mostrando su adoración de diversas y sentidas formas. Los más jóvenes, hincándose de rodillas en el nudo suelo, alzando su limpia frente y mirando con ojos claros, abriendo la boca para recibir en la lengua el Pan de los Ángeles, intocable en su convicción más íntima, mientras se cantaba, también muy lenta, "La muerte no es el final".
Al final, los celebrantes saludaron a la Duquesa de Franco, Carmen Franco Polo, antes de retirarse a la sacristía.
Ya en la calle se entonó el "Cara al sol" por dos veces, entre banderas patrióticas y brazos en alto.