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sábado, 25 de abril de 2020

El viejo que no quería morir. (Cuento para mayores).



El viejo que no quería morir. (Cuento para mayores).

Nicasio acababa de cumplir 80 años. Las normas legales impuestas por los MMM (Maléficos que Mandan en el Mundo), le complicaban mucho las cosas, ya de por sí complicadas hasta ahora.
Los 5 años de pandemias consecutivas habían ido mermando el número de sus amigos, vecinos, familiares y conocidos. Enfermaban, morían o, simplemente, desaparecían. Dejaban de contestar al teléfono, al wasap, al Facebook y demás redes sociales.
Nicasio era un superviviente. Había visto, había sospechado, se había dado cuenta. Los mayores estorbaban, sus pensiones, su atención médica, eran una carga social que los MMM no estaban dispuestos a soportar.

No era una paranoia, no. No era manía persecutoria. Tomó sus medidas en 2021, tras un año de pandemia, estado de alarma, de excepción y de lo que decretaban los MMM. Y a ver quién los quitaba. Ya no había elecciones, el Estado de Alarma lo impedía.
A finales de 2020 le quisieron vacunar, pero Nicasio, muy cuco, lo evitó con diversas excusas e incomparecencias, a la par que incrementaba sus regalos navideños a la enfermera y al médico de la Seguridad Social que le atendían. Y otros obsequios con frecuencia. Había que tenerlos contentos. Y eso que se habían ido haciendo cada vez más insoportables y exigentes.
El médico le aconsejaba ir a una residencia, para estar bien cuidado. Un chequeo en el hospital, para una mejor revisión y control. Pero Nicasio había visto a varios compañeros de las partidas de mus, amiguetes del bar, vecinos, familiares, que una vez tomaron ese rumbo desaparecieron misteriosamente. Alguna vez apareció una esquela, una noticia de su muerte, sin funerales, sin velatorio. Pero la mayoría es que ni siquiera se volvía a saber de ellos. Fue a sus casas, llamó, le contestaron voces extrañas. Okupas legales, que se instalaban en las viviendas vacías de sus dueños desaparecidos o muertos. Ellos no sabían nada, no conocían al antiguo propietario, salvo algunas fotos que había por allí y que le ofrecieron. Ellos estaban porque lo había decretado el Ministerio de Asuntos Sociales.
Encima, los ancianos tenían prohibido salir a la calle ni ir a ningún sitio. Se había generado alarma social contra ellos, que eran bombas de virus, decían. Incluso algunos vecinos, chivatos y delatores, les gritaban e insultaban, les tiraban cosas, llamaban a la policía. Y los detenían y “Hasta luego, Lucas”.
Pero Nicasio era un rebelde, un luchador, un militante toda su vida. Y nunca se rindió. Decidió acicalarse bien, se tiñó el pelo para parecer más joven; la mascarilla, obligatoria para todo el mundo en la calle y los sitios públicos, le ayudaba a esconder su rostro, ya ajado por los años. Dejó el bastón, se ciñó una boina a veces y una gorra otras, para tapar la calva y si tenía que cruzarse con alguien sacaba fuerzas de flaqueza, mandaba a paseo a la artritis, la artrosis, la ciática y el reúma y se erguía y caminaba ligero hasta llegar al coche. El coche, su gran aliado para moverse como pez en el agua.
Pero ahora, con los 80, ya no le renovaban el carnet de conducir. Tuvo que extremar sus precauciones, no cometer ninguna infracción, por leve que fuera. Bueno, ya lo hacía antes, eran muchos años así.

Qué triste fue lo de su esposa. Si estaba como una rosa, cuando de repente se encontró mal. Él mismo la llevó al Ramón y Cajal, pero le hicieron marcharse a él, quedando allí su mujer. Allí no podía haber más gente, no podía haber acompañantes, ya le avisarían. El primer día respondió al wasap, estaba internada, se encontraba mejor. El segundo día no respondió, le dijeron que estaba sedada. El tercer día le comunicaron su muerte. No hubo velatorio, pudo arreglar el entierro en su sepultura, pues que otros eran incinerados y perdidos sus cuerpos, pero sólo el párroco y dos hijos que pudieron venir estuvieron con Nicasio en el triste entierro en La Almudena. El mismo párroco ofició una misa por su alma con la asistencia de Nicasio y sus hijos y dos nietos, una misa clandestina, a puerta cerrada, como otras a las que seguía asistiendo Nicasio.
Un nieto se fue a vivir con Nicasio, lo que le facilitaba la compra y el tener cierta compañía. El nieto trabajaba en un hospital y había que tomar muchas precauciones, mucha higiene, mucha lejía y poco contacto, pero era una ayuda tener compañía.
De todas formas, Nicasio salía cada día e iba a la compra y a la iglesia de paso. De vez en cuando podía oír Misa, sobre todo los domingos. Pero surgió otro contratiempo. Quitaron al Párroco y a los curas que tenía. El nuevo no quiso más testigos de sus misas, ni siquiera por streaming. Atención espiritual, confesión a distancia, a dos metros, separados por una mampara, con mascarillas, sí. Pero el nuevo cura decía que había que ser generosos, y que la caridad también era dejar sitio a los demás, a los más jóvenes, no contaminarles y no cargar a la sociedad con nuestras pensiones y medicamentos, que acercarse a la muerte era acercarse al Señor, que había que obedecer a las autoridades, tanto civiles como religiosas, que estaban de común acuerdo y que más sabrían ellos que Nicasio. Vamos, lo mismo que repetían las televisiones y las radios, que comían el coco a la gente por orden de los MMM.

Así que se buscó una misa clandestina en latín, en un chalecito de Puerta de Hierro. Claro que ir hasta allí era un poco arriesgado. Por si acaso, Nicasio llevaba un frasquito con orina y un volante de análisis médicos para justificar si le paraba la policía. Gracias a su astucia, eludiendo algunos controles al divisarlos de lejos, pudo mantener su misa y comunión por lo menos los domingos y fiestas de guardar, aunque ahora todos los fieles habían sido dispensados del precepto.
Pero ahora, sin carnet, el riesgo era doble. A ver si el nieto le podía llevar los domingos, para no arriesgar tanto.

Nicasio se había cogido vacaciones todos estos años, aunque lo habían prohibido para los mayores de 70 años. Aprovechaba las salidas masivas y los retornos masivos para circular, pues era más difícil que hubiera controles en verano, cuando el Estado de Alarma se relajaba. Tomaba sus bañitos en la playa, eso sí, con la mascarilla, el calzón bien amplio y camisetas grandes para estar en la arena. Y la gorra bien calada. Cuando entraba al agua, que el cuerpo no se viera apenas. Le venían muy bien los baños de mar, le quitaban todas las durezas y mejoraba mucho de las articulaciones. Para disimular su vejez, pelo teñido, bien afeitado y rasurado también de indiscreto vello blanco del pecho. Y coche hasta la playa. En la urbanización, en la piscina, a primera hora, cuando todavía no había niños ni apenas gente, sino algunos mayores también, que son los más madrugadores.
El portero también se llevaba buena propina, para que estuviera contento de recibir la visita de Nicasio.
El socorrista, que también recibía algún regalo, le preguntaba con indiscreción:
-        Pues ¿cuántos años tiene usted, señor Nicasio? Si yo le conozco de hace años y me parece que era usted mayor, que se había usted jubilado.
-        Pues voy pa los 70, Wilson,
-        Ah, pues está usted muy bien, parece que tiene menos de 60.

A veces, Nicasio se disfrazaba de árabe, porque a los moros se les respeta más, y como llevan mucha ropa es más difícil saber la edad.
Otro problema era la economía, porque los MMM lo tenían todo controlado. Por el móvil sabían por dónde te movías. Además, por la cuenta bancaria sabían tus gastos y dónde los hacías, sobre todo si los hacías por tarjeta. Así que Nicasio dejaba el móvil en casa, a cuidado del nieto, que lo encendía y apagaba a las horas convenidas y respondía a los wasap que creía conveniente, sin atender llamadas de voz. Mientras, Nicasio se llevó el móvil con una segunda línea del nieto y apenas lo utilizaba. En cuanto al dinero, cargaba gasolina y compra con tarjeta cerca del barrio y llevaba dinero en efectivo con el que hacía los pagos en otras gasolineras, supermercados y farmacia. De medicamentos iba bien surtido para una temporada y si le faltaba algo decía en la farmacia que se lo sirvieran y que no tiraran el código de barras con el precio para ir a recobrarlo cuando se lo recetaban, lo que evidentemente no hacía luego porque el uso de la tarjeta sanitaria también habría delatado su presencia fuera del domicilio de Madrid.
La pensión que cobraba no alcanzaba para comprar ni la cuarta parte de lo que podía cuando empezó la pandemia en 2020, pero se las apañaba con pocos. Como no bebía, ni fumaba, ni tenía vicios, se arreglaba.
Al volver con los 80 cumplidos, a Nicasio se le complicaban cada vez más las cosas. Cambiaron médico y enfermera y sus atenciones con ellos no lograron aplacar sus enérgicas determinaciones, quitándole varios medicamentos, exigiendo que se vacunara y recetando cosas como el sedante midazolam, que ya sabía muy bien Nicasio para qué era. Sin carnet de conducir, con algunos vecinos okupas y delatores, con la misa en latín disuelta por la policía y sus asistentes multados, el cura encarcelado…. La vida se estaba poniendo imposible. Si no fuera por su nieto Daniel… Y era muy posible que lo trasladaran a otra ciudad.
Nicasio rezaba fervorosamente para que Dios le iluminara y le ayudara.

Nicasio tomó una determinación. Se iría a Polonia, país católico donde no había esas restricciones ni ese acoso a los mayores y donde el culto católico se mantenía. Pero ¿cómo viajar a Polonia, si era imposible pasar el control de los aeropuertos y por las carreteras se encontraría seguro con algún control? Encima con su viejo coche, que podría tener una avería en cualquier momento.
Al fin dio con la solución. Tenía amigos más jóvenes en San Sebastián, donde el autogobierno del País Vasco permitía algunas relajaciones. Ideó un plan. Se provisionó de abundante dinero que le quedaban de sus ahorros. Vendió todas sus acciones y fondos de inversión, más bien fondillos reducidos a la miseria. Sus amigos donostiarras encontraron un yate que salía de vez en cuando de Pasajes y solía dirigirse a la isla de Man, Southampton y otros lugares del sur de Inglaterra y de los Países Bajos. No fue difícil convencer al patrón de que alargara por una vez su viaje hasta Polonia, hasta Gdanks, la antigua Dántzig.
Un par de días duró la travesía, sin escalas. Al fin, Nicasio pisó suelo polaco. Ya llevaba nociones del idioma, así que le fue fácil relacionarse con aquella gente, tan cristiana y abierta, uno de los pocos países del mundo occidental que no tenían aborto ni eutanasia. En Polonia también se tomaban medidas contra las epidemias, pero se podía salir a la calle, pasear, ir a misa. Y no perseguían a los ancianos como él, eran respetados. La gente era muy religiosa y las familias enteras iban a misa.

Pronto hizo amigos y se relacionó, aunque con nombre figurado, nombre polaco, porque no quería ser detectado por los esbirros de MMM. En Polonia se llamó Nika. Así que si queréis conocerlo, preguntar por Nika, el Hiszpański.También lo encontrareís en las redes sociales.
Y tan bien y feliz estuvo Nico en Polonia que ya no quiso volver a España, ni siquiera cuando un golpe de estado de los militares derrocó al gobierno de los MMM y cesó la persecución contra los ancianos. Y vivió hasta los 103 años, cuando el Señor Dios lo llamó a descansar de su vida aventurera.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
José Luis Corral.

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