Abdicar, ya había abdicado hace 38 años. Dejó de ser Rey
Católico de las Españas en 1976,
a los pocos meses de haber sido proclamado como Rey de
una Monarquía Tradicional, Católica, Social y Representativa, jurando por Dios
guardar y hacer guardar los Principios del Movimiento Nacional de la Cruzada de
1936, permanentes e inalterables por su propia naturaleza, y las demás Leyes
Fundamentales del Reino. Al perjurar, rompía la legitimidad de origen. Al gobernar y firmar leyes contra la Ley Natural y la Ley Divina, perdía la legitimidad de ejercicio. Ha ocupado el Trono, sin sentarse jamás en él. Y ha detentado, usurpado, la Corona de España, que nunca ciñó en sus sienes.
Muy pronto se dio a la perjura labor de desmontar aquel
Régimen que tanta paz y prosperidad habían dado a la Nación, para sustituirlo
por una democracia liberal al gusto de los amos del mundo, masones, sionistas,
capitalistas sin escrúpulos en contubernio con el siniestro comunismo que
afligía con su yugo infernal a un tercio de la humanidad. Es lo que denunció Franco desde el balcón
de la plaza de Oriente el 1 de Octubre de 1.975.
Quizá no se imaginaba el Caudillo que el
contubernio llegaba hasta el balcón donde él se dirigía a la muchedumbre fervorosa
del pueblo español que le aclamaba.
Tras la Ley de Asociaciones que introducía los nefastos
partidos de tan tristes recuerdos, mafias destinadas a subyugar el suelo
patrio, venía la Ley de Reforma Política, que establecía el sufragio universal
como último referente moral, independizando las decisiones políticas de
cualquier principio natural o religioso. Ya cualquier cosa podía ser posible
con tal de que físicamente fuera posible.
Claro que él sólo no habría podido, si no hubiera tenido la
eficaz ayuda de sus sayones en el Gobierno, el Ejército, la Iglesia y las
Cortes. Suárez, Gutiérrez Mellado, Tarancón y Fernández-Miranda serían los
cuatro jinetes del Apocalipsis que desatarían todo el infierno sobre la tierra,
la llamada democracia, apócope de la demoniocracia.
Tampoco habría sido posible sin esa piara de eunucos que
votaron favorablemente esas leyes en las Cortes, haciendo el “harakiri” del
Régimen. Piara que todavía se refocila de gusto en su propio excremento cuando
recuerdan el día que Suárez les bajó los pantalones y les sodomizó hasta
romperles los esfínteres políticos y morales. Ellos lo llaman “sacrificio
generoso para traer la democracia”, reclamando su paternidad, aunque luego “se
torciera”.
Excepciones hubo, claro que sí. Los 59 noes, con Blas Piñar,
Girón y Raimundo Fernández-Cuesta a la cabeza.
Los militares convirtieron la disciplina y la ordenanza en
el máximo valor militar. Ni se rebelaron ante la traición ni lo harían ya nunca
más. La impasibilidad es su gesto principal. Nada les altera, ni el terrorismo,
ni la invasión, ni el desafío separatista, ni la ruina económica y moral, ni su
propia desaparición si así lo manda quien mande. Ellos a obedecer. Da igual que
sea un Roldán ladrón al frente de la Guardia Civil. Que una señoritinga
separatista. Que un genocida. Se obedece y punto. Tanto si mandan retirar
estatuas del Caudillo como lápidas de los Caídos. O impedir el paso de
cualquier cosa que tenga los colores rojo y amarillo en el Valle de los Caídos.
Si tienen que bombardear Libia o Serbia, basta que lo mande el mundialismo y
punto pelota.
También hubo excepciones, como Tejero y los leales del 23-F.
Ni las jerarquías eclesiásticas quisieron ser
proféticas. Olvidaron el exorcismo y la excomunión y prefirieron arrastrarse como
caracoles por el río de baba de su adulación al poder. Prodigaron abrazos y
lisonjas, dejando que el rebaño fuera pasto de los lobos y usando el cayado más
bien contra los mastines que lo cuidaban.
Salvados, Guerra Campos sobre todos, Don Marcelo con reparos
y los 7 Obispos restantes del No a la Constitución.
Una Constitución, la del 78, que recogió esos principios
liberales, los que nuestro pueblo combatió en la Guerra de la Independencia, en
las guerras carlistas y en la Cruzada Nacional de Liberación. Una Constitución que
multiplicó los males al eliminar la pena de muerte y la cadena perpetua para los
terroristas; al crear el Estado de las Autonomías, reconociendo unas supuestas
nacionalidades que se han ido recreciendo y que reclaman abiertamente su
independencia, que significa la ruptura de España. Sin que haya un gesto
gallardo y terrible de quien debiera afrontar el desafío, que prefiere irse
aprisa y corriendo.
Asustado por el rumbo de los acontecimientos, el
protagonista de la espantada del 2 de junio recurrió a los militares el 23 de
Febrero de 1981, según sabíamos ya desde entonces y ha vuelto a confirmar en su
libro Pilar Urbano, recogiendo otra vez lo que ya sabíamos de sobra por Sabino
Fernández-Campo, a la sazón Jefe de la Casa, y otros personajes del entorno.
Más asustado todavía por la negativa de Tejero a permitir un Gobierno de
concentración con los mismos autores del desastre, así como por las amenazas de
sus superiores internacionales, dio marcha atrás y dejó a esos militares en la estacada,
habiendo ellos de pagar con duras condenas su ingenua confianza en el felón por
excelencia.
A partir de ahí, a firmar lo que le echaran, siendo así que
se podía haber negado sin que hubiera habido ningún tipo de responsabilidad o
consecuencia legal. Vino el aborto, que ha llegado a consumar el sacrificio de
120.000 niños anualmente, asesinados legalmente en el vientre de sus madres.
Ese holocausto y el control de la natalidad han diezmado nuestra natalidad. Más
que diezmado, desintegrado, atomizado, puesto que diezmar es sucumbir sólo un
10 por ciento. Quizá esa proporción la consiguió la droga, desconocida antes.
Así se
destruyó la familia, con la despenalización del adulterio,
con la legalización del divorcio, con las ideologías de género que han ido
destrozando el sagrado vínculo del matrimonio y el núcleo vital de la familia. Como
consecuencia, una invasión migratoria sin precedentes, desencajando el tejido
social y creando ghettos, dejando a los españoles como extranjeros en su propia
tierra. Con el escarnio añadido de una población en paro y en trabajo precario por la competencia desleal de esa mano de obra tercermundista que consume ávidamente los recursos sociales acumulados por docenas de años de cotizaciones y sacrificios de los españoles.
Así se instauraron las mafias, las redes de delincuencia,
que ensombrecen la vida
diaria del pueblo español, cada vez más viejo y resignado, cada vez más
sometido a las consignas de los medios de comunicación, verdaderamente expertos
en técnicas de lavado de cerebro.
Las sectas, la corrupción, la blasfemia, el homosexualismo, el
suicidio, la eutanasia todavía disimulada, la mentira, la manipulación
histórica, las violaciones, la violencia de género, el despilfarro, el saqueo
impositivo, el feísmo y la maldad completan el cuadro democrático presidido
por Juan Carlos
de Borbón.
Ya se va, aunque sea a 4 patas. En buena hora. Sin dar
gracias a Dios, sin pedirle nada, sin nombrarlo. Mejor así, nos ahorramos una hipocresía más. Será un pequeño alivio en este infierno democrático del que él es
el principal responsable, no tener que soportarle y aguantarle a todas horas.
Un alivio que no haya llegado a estar en el poder tanto tiempo como Franco. Se cumple la maldición
del 20-N en la Plaza de Oriente, pero todavía no está consumada:
Maldito. Maldito sea.
Maldito sea por siempre. Maldito sea su nombre. Maldita sea su estampa. Maldito
sea en la vida. Maldito sea en la muerte. Maldito. Maldito sea. Maldito sea por
siempre.
José Luis
Corral