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domingo, 23 de marzo de 2014

Olvidó sus juramentos......... y luego lo olvidó todo.

 Adolfo Suárez juró por Dios, ante el Crucifijo y poniendo la mano sobre los Santos Evangelios, los Principios del Movimiento Nacional, a fin de ejercer el cargo de Vicesecretario General del Movimiento Nacional, número 3 de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, ante el Caudillo de España, Jefe del Estado y Jefe Nacional del Movimiento y ante su mentor Fernando Herrero Tejedor, Ministro Secretario General del Movimiento. Lo hizo con el uniforme del Movimiento, con camisa azul y con el yugo y flechas sobre el pecho. Era abril de 1975. Antes ya había jurado como Jefe del Gabinete Técnico de la misma Vicesecretaría, procurador en Cortes por Ávila en 1967, Gobernador Civil de Segovia en 1968 y Director General de Radio Televisión Española desde 1969 a 1973, entre otros cargos a los que accedió desde que se acogió a la protección del falangista y opusdeísta Herrero Tejedor, a mediados de los años 50. Era un falangista de oficina, de pasillos, de carrera, jamás de marcha y campamento. Un verdadero trepa.
 Volvería a jurar como Ministro Secretario General del Movimiento en el primer Gobierno tras la muerte de Franco, ya con Juan Carlos como jefe del estado. Todavía llevaba camisa azul, aunque ya había "cambiado de chaqueta".  Meses después fue aupado a la Presidencia del Gobierno, para lo que volvió a jurar los mismos Principios del Movimiento y Leyes Fundamentales del Reino.
Como Jefe del Gobierno se decidió a romper aquellos juramentos, derribando el Régimen y a sus principios, apostando decididamente por una democracia que era frontalmente contraria a los mentados principios. Los Principios y Leyes que formaban la arquitectura constitucional del Régimen de Franco eran el producto de la experiencia atesorada de siglos, incluyendo los desastrosos resultados que había proporcionado a España siglo y medio de liberalismo democrático, durante el cual perdimos todo nuestro Imperio, nos enzarzamos en guerras civiles, nos vimos dominados por fuerzas oscuras descristianizadoras, nos atrasamos y terminamos con la nefasta II República, que sucumbió en una orgía de sangre y crímenes. Todo ello lo sabía o debiera saberlo Adolfo Suárez, y así lo juró. Pero hizo justo lo contrario.
Con la Ley de Asociaciones Políticas legalizaba los partidos políticos, contrarios a la representación natural de Familia, Municipio, Sindicato e Instituciones que comunicaban al gobierno y a la sociedad.
Con la Ley de Reforma Política establecía el sufragio universal como fuente absoluta del derecho, por lo que ningún principio quedaba asegurado, ni siquiera el de la unidad nacional.
Para lograr la aprobación de esas leyes recurrió a todos los subterfugios y recursos del poder, desde el dominio de los medios de comunicación a la presión directa sobre los procuradores y consejeros, así como al reparto de sueldos y subvenciones o al apartamiento de los leales.
Por primera vez un Presidente del Gobierno abandonaba su domicilio particular, trabajando en el despacho de Presidencia y se refugiaba en un lujoso Palacio, el de la Moncloa, blindándose su seguridad y rodeándose de consejeros bien pagados, entre ellos los que le escribían sus discursos. Comenzó a derrochar con generosidad y a subir las pagas de militares, clero y altos funcionarios, lo que le generaba simpatías en puntos clave. Se multiplicaban los enchufes, cortocircuitando y quemando la economía nacional. Corría el dinero con prodigalidad. Y en política, el despilfarro es la antesala de la corrupción; esa  que ahora nos abruma. El dinero del Estado, prudentemente administrado sin déficit durante el Régimen, le servía para abrirse puertas y granjearse voluntades. La prensa adicta, los intelectuales, los artistas...  Había para todos si estaban a favor del nuevo rumbo. No hay nada que no pueda conseguir el dinero, salvo el honor de los pocos leales que sí se mantuvieron fieles, como Blas Piñar, Raimundo Fernández-Cuesta o José Antonio Girón de Velasco.
Mientras, se prodigó en contactos y abrazos con todas las fuerzas opositoras, remanentes de los siniestros grupos republicanos que habían provocado el colapso de la II República. Flamenco y echado palante, no reparaba en promesas y regalos. Podía prometer y prometía. Con una cara dura impresionante aseguró que las reformas y la posterior Constitución no traerían ni el aborto, ni el divorcio, ni nada que pudiera alarmar. Se trataba de una Reforma, no de una Ruptura. Y sólo se reformaba lo que se quería conservar. Ya se ve dónde está, proscrito y perseguido, lo que él decía querer conservar, lo que él juró solemnemente. Prometía a la cúpula militar que no legalizaría el Partido Comunista, execrable por sus miles de crímenes y por su guerra terrorista con el maquis, además de quinta columna del imperialismo soviético. Y lo legalizó el Sábado Santo del 77, a la vez que desmontaba el Movimiento y quitaba el yugo y flechas de Alcalá, 44.
Se sucedieron indultos, amnistías y extrañamientos para todos los subversivos, incluidos los terroristas, culminando con aquella inicua Ley de Amnistía de 1977, donde se llegaba a conceder para cuantos hubieran cometido delitos, incluso de sangre, con una coletilla ignominiosa:
"cuando en la intencionalidad política se aprecie además un móvil de restablecimiento de las libertades públicas o de reivindicación de autonomías de los pueblos de España."
Para que se pudieran beneficiar etarras, grapos y fraperos, pero no los considerados ultraderechistas. Fue así como se liberaron cientos de terroristas o se anularon sus causas sin que llegaran a estar ni un día detenidos.
Con lo cual el terrorismo se envalentonó y acrecentó a sus niveles más altos, hasta el golpe de estado de 1981, frustrado por el teniente coronel Antonio Tejero, al negarse a dar paso a un gobierno de concentración presidido por el amigo y preceptor del Borbón, el General Armada.
Mientras, los entierros de las víctimas se tenían que hacer a escondidas, saliendo los féretros por la puerta de atrás, impidiendo los homenajes populares, cargando contra los patriotas que se manifestaban en protesta.
Tales amnistías e indultos generaron la sensación de impunidad, que se manifestó también en una delincuencia creciente, de modo que si los presos a la muerte de Franco eran 10.000 ahora son más de 70.000. Y si los delitos eran 100.000 anuales, ahora sobrepasamos los 2 millones anuales.
El siguiente hachazo fue contral el Régimen Social. No sólo se desmontó el Sindicato Vertical, entregando la representación de los trabajadores a sindicatos sin afiliados, que con el tiempo se han convertido en ollas donde se cocina la corrupción, en complicidad con los partidos políticos y también con las patronales. Es que se suprimió la seguridad en el trabajo, aceptando el despido de los trabajadores, con excepciones que han ido aumentando y conviertiendo en precario todo el empleo. Y se confiscaron las mutuas laborales, mientras se regalaban pagas a discreción, a costa de la Seguridad Social, que empezó a tambalearse.
Aquellos sindicatos crearon una conflictividad social que arruinó a muchas empresas y dejó en la calle a 2 millones de trabajadores.
Comenzó entonces el desmantelamiento de nuestra industria, a fin de satisfacer las exigencias egoístas y depredadoras del capitalismo salvaje internacional.
Todo aquello fue sancionado con los Pactos de La Moncloa, en los que se pringaron todos los actores de la vida política, sindical y empresarial del momento, en aquel terrible octubre de 1977, de la Ley de Amnistía y de los Pactos de la Moncloa.
Apareció también la droga, fruto de la permisividad y el descontrol. Miles y miles de jóvenes y de familias quedaron destrozados.
Legalizaron los anticonceptivos. Años después, con los socialistas, el aborto. No consta una oposición encendida del ya Duque de Suárez, quien había asegurado que las reformas no traerían ni el divorcio ni el aborto. Jamás se le vio en ninguna manifestación en favor de la vida y en contra del aborto, ni siquiera para disimular un poco, como hacen los hipócritas del Partido Popular.
El descenso de la natalidad fue dramático y años más tarde se compensaría con una inmigración masiva que amenaza con despoblar la Península de sus antiguos pobladores y sustuirlos por gente extraña de los 5 continentes.
Y el Ejército también fue siendo desmontado, poniendo al frente de unos hombres curtidos en la guerra a un general que jamás pegó un tiro en batalla, pues todos sus méritos fueron como sospechoso espía, implicado en la pronta desaparición de los asesinos del Coronel Gabaldón cuando traía las listas de masones, listas que también desaparecieron, todo en 1939, recién terminada la guerra.
La Constitución de 1978, bajo su presidencia, fue el desmontaje total político del Régimen, así como la apostasía oficial de España, que renunciaba a su multisecular confesionalidad católica, abriendo  la puerta a todas las maldades más repugnantes, desde el aborto a la eutanasia, la manipulación genética y los embriones congelados, la destrucción de la familia y la equiparación de las sectas a la religión verdadera.
Por si fuera poco, la instauración del Estado de las Autonomías dio poder a los separatistas, generando un sistema económico ruinoso, con miles y miles de diputados, funcionarios, consejeros y organismos autónomos. Al entregarles la educación se sentaron las bases para desespañolizar a los niños, lo que se hizo extensivo al resto de la población con las televisiones autonómicas, policías, sanidad y organización territorial. El riesgo de fractura de la unidad nacional es un hecho real, generado por aquella Constitución y aquellas autonomías. Responsable máximo, el que había jurado hacer todo lo contrario. Sí, primero Juan Carlos. Segundo, Adolfo Suárez.

Su fracaso como gobernante y su endiosamiento le pusieron en contra a sus mismos partidarios, lo que le obligó a dimitir, aunque las malas lenguas, no siempre mentirosas, señalaban otros motivos, como la disputa con el inquilino de La Zarzuela por los favores de cierta musa de la democracia, Carmen Díaz de Rivera, hija bastarda de Serrano Súñer, o la presión de los militares.
Eso sí, mientras él gobernó mantuvo el escudo del águila en la bandera, incluso en la Constitución, digan lo que digan los ignaros, ignorantes e hijos de la democracia varios que lo tachan de inconstitucional, persiguiendo a quienes lo seguimos portando, orgullosos de él porque representa la historia verdadera y entera de España, de la auténtica España.
Todo eso lo olvidó Suárez hace mucho tiempo. Ya no se acordaba de nada. Ya se lo habrá recordado el Juez Supremo, el que todo lo tiene presente. Ya le habrá mostrado las consecuencias terribles de sus actos, contrarios a sus juramentos primigenios. Habrá empezado por aquel "¿Juráis ante Dios .........." "Si así lo hiciéreis, que Dios os lo premie; y si no, os lo demande".

José Luis Corral