miércoles, 29 de enero de 2014

In Memoriam - Blas Piñar, por José Luis Corral




Blas Piñar ha muerto. Nos hemos quedado huérfanos, pero no desamparados, porque nuestro Padre en el patriotismo, en los grandes ideales de Dios, Patria y Justicia, nos ha dejado una cuantiosa herencia. Somos muchos los que le teníamos por Padre en la política, en los ideales patrióticos. De él aprendimos a creer exactamente lo que había que creer en política, sin menguas ni añadiduras. Otros manifiestan su respeto, e incluso admiración y cariño, pero ya no defienden exactamente los mismos ideales que Blas Piñar defendió toda su vida. Yo sí puedo y quiero decir que los defiendo y creo en ellos, exactamente en los mismos que nos enseñó el gran padre y maestro por excelencia, los ideales que dieron vida a la Cruzada que salvó a España del liberalismo, del marxismo, de la masonería y del separatismo. Los ideales de la Tradición Española y del Nacional-Sindicalismo, los que quiso poner en práctica el Régimen de Franco, perfectible como toda obra humana. Y cantamos los mismos himnos y enarbolamos las mismas banderas, los mismos escudos y símbolos, los mismos gestos y saludos, los mismos rituales. Sin que pretendamos teatralizar el pasado, sin que renunciemos a nuestro protagonismo, nuestra iniciativa y nuestro ingenio en el tiempo en el que nos ha tocado vivir, en el que la Providencia ha deparado que cumplamos nuestra propia misión.

Blas Piñar fue el GRAN LITURGO DEL PATRIOTISMO.

Porque elevó la liturgia del patriotismo, su puesta en escena, su vivificación, a la cumbre de la perfección, de la emoción y del simbolismo.
Así como la teología se queda en un ejercicio intelectual sin el culto, que no es posible sin una liturgia, sin un rito, así el patriotismo intelectual se queda aburrido, inane, pobre y raquítico sin ponerlo en práctica y en acción.
Blas Piñar fue el gran liturgo de esas ceremonias, fruto maduro de una larga tradición. Le acompañaban las banderas, los escudos, las canciones, los uniformes, las escuadras formadas, los centinelas que parecían figura humana de aquellos ángeles que guardan las jambas de las puertas celestiales. Chicos viriles, apuestos y limpios y chicas bellísimas, renovada flor de la raza. La juventud patriota le siguió con entusiasmo.
Pero todo aquello, precioso en sí mismo, que se refleja a veces en los actos castrenses, requiere el verbo que proclame la verdad.

Blas Piñar era el VERBO, la palabra patriótica hecha carne, la inteligencia que hablaba. Al oírle uno sentía que estaba en la Verdad, en posesión de la Verdad. No es que convenciera, es que comunicaba la Verdad y hacía partícipes y vivífiques de ella a los que le escuchaban. Era capaz de poner en pie a un auditorio enardecido al movimiento enérgico de su mano. Tocaba su mentón mientras cruzaba sobre el pecho el otro brazo e invitaba a reflexionar. Escogía un tono quedo para llegar muy dentro y luego avivaba el ritmo, que podía terminar en un verdadero terremoto, en un volcán que levantaba pasiones, que hacía llorar y emocionaba, manteniendo la atención durante más de una hora seguida de oratoria arrolladora. Sus brazos extendidos abrazaban a la muchedumbre, su dedo señalaba vigoroso a los culpables. Se giraba lentamente, majestuosamente,  para ver a todos, para mirar a los ojos a todos y a cada uno, sin parar de hablar, con una ilación absolutamente lógica del discurso, sin leer, poniendo en el escenario hechos históricos y argumentos jurídicos, poesía y denuncia, pasado, presente y futuro de un alma pletórica de memoria, entendimiento y voluntad.

Blas Piñar era el gran PATRIARCA. No sólo tuvo 8 hijos, 43 nietos y cerca de 70 bisnietos, que se incrementarán en un futuro. Linaje que no sólo mantiene sangre y apellidos, sino los ideales con los que él vivió. Pero esa progenie estrictamente biológica o emparentada se completa con otra estirpe mucho más numerosa, que alcanza millones de seguidores, en España, en la Hispanidad, en la Europa cristiana y todo el mundo.
Somos sus hijos aquella generación que militó en Fuerza Nueva y Fuerza Joven. Los que llenábamos la Plaza de Oriente y los cosos taurinos, los cines y teatros con más butacas, hoteles, salones, templos, calles y plazas. Del 66 al 82.
Son sus nietos aquellos jóvenes como los del Movimiento Católico Español y Acción Juvenil Española y los del Frente Nacional, que siguieron militando y luchando y creyendo en las horas de la derrota, de la decadencia, de la putrefacción democrática. Del 83 al siglo XXI.
Son bisnietos los que llegaron a la razón con las modernas tecnologías, Internet y las redes sociales, los que no han podido oírle ni verle en persona, pero le buscan en grabaciones e imágenes, los que también se han conmovido con su muerte y teclean ¡Presente! en sus muros y perfiles. Los del siglo XXI.
Y vendrán más generaciones. Y Blas Piñar ganará batallas después de muerto, como el Cid Campeador.

Fue también SACERDOTE Y PROFETA. Porque somos un pueblo sacerdotal, que une al cielo con la tierra, a la Deidad con los pobres mortales. Qué bien significa eso el brazo derecho enhiesto, apuntando al cielo infinito, al arriba, al más allá. Porque nació en una generación martirial, que se sacrificó hasta dar su vida por una España mejor, una España fiel a su esencia cristiana,  a su pasado y a su destino. Y toda su vida dio culto a esa España de Cruzada, a esos mártires, a esos héroes, a esos servidores abnegados, a esos trabajadores, a esas mujeres y a esas familias que labraron un porvenir próspero, una España de justicia y paz, de unidad y fraternidad, moral y laboriosa, que sólo el perjurio y la traición pudieron deshacer. Y aplicó su PROFECÍA, su testimonio, el de ser testigo de Dios, de la Verdad, entre los hombres, incluso en contra de los fariseos que traicionaban al mismo Dios al que decían servir. Denunció la traición, se opuso, señaló con claridad al enemigo externo y al interno, anunció los males que sobrevendrían y que desgraciadamente se  han cumplido con creces. Sí, fue Profeta también, aunque nadie es Profeta en su tierra. Por eso no le votaron. Prefirieron votar a Barrabás la mayoría de las veces, a los que procuran el genocidio inmenso del aborto, a los que roban la riqueza nacional, a los que destruyen la familia y la moral, a los que socavan la unidad nacional y la soberanía de nuestra Patria, enfeudándola a intereses extraños y extranjeros. Sólo una vez pudo pisar el templo de los impíos, el Hemicirco maldito de la iniquidad, aupado por cientos de miles de votos fieles, para denunciar ante los mismos falsarios sus crímenes de lesa patria y de lesa humanidad. Fue bastante. Brilló como Pablo de Tarso en el Areópago de Atenas.

Fue una vida larga y fecunda, de la que dejó fiel constancia en sus libros. Demostró que se puede ser un buen profesional y triunfar y al mismo tiempo formar una numerosa familia. Y que todo ello es compatible con el servicio entregado y generoso a Dios y a la Patria, con el estudio y con la oración.
Educado, atento, caballero, generoso y simpático. Tenía don de gentes. No se subía a la hornacina para que lo veneraran. No se hacía el sueco disimulado con los que conocía. Era el primero en acercarse a saludar, en tender la mano y dar el abrazo. Qué distinto a otros que saludan a escondidas, los amigos vergonzantes.
Cuando la enfermedad le atacó en su don físico más precioso, su mejor arma al servicio de la Verdad, Blas Piñar siguió cultivando el estudio y la palabra. Escribía y decía cuanto podía. El 24 me mandaba su última carta, para felicitar a quienes habían recibido los premios de los Círculos San Juan. La leíamos el sábado 25, cuando él se agravaba. El martes 28 de enero entregaba su alma a Dios. De madrugada, como José Antonio y como Franco. Día de Santo Tomás de Aquino, otra inteligencia privilegiada y pura. De San Julián, que fue obispo de Toledo en la época de esplendor de sus concilios visigodos, aunque otros le celebran el 6 de marzo. Y de San Julián, el Obispo de Cuenca con la que también se relacionó tanto merced a su estrecha amistad con aquel Obispo maravilloso e inteligentísimo, con el que tanto congenió, Don José Guerra Campos. Dios dispone las cosas.
Integridad, coherencia, perseverancia, fidelidad, honor, amor y dolor.
Adiós, Blas Piñar. Adiós.

José Luis Corral

Genial

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